El inicio

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Descripción:

Qí Xiǎotiān y Sūn Wùkōng encuentran a alguien en la costa de la Montaña de Flores y Fruta, como si hubiera caído del cielo.
(Este fanfic tiene un prólogo en formato de webcómic, que es posible ver aquí.)


   Usualmente, Qí Xiǎotiān prefería entrenar en compañía de sus amigos. Ellos lo animaban brindándole una confianza en sí mismo que lo hacía creerse y sentirse capaz de cualquier cosa, quizá no de manera verbal la mayoría de las veces, pero verlos a ellos tan emocionados como él mismo por todos los acontecimientos recientes —obtener el bastón de Sūn Wùkōng, convertirse en su sucesor y por lo tanto obtener sus poderes; usar esos poderes para derrotar a Princess Iron Fan y a Demon Bull King, quien había sido liberado después de quinientos años—, además de que estaban dispuestos a ayudarlo en lo que fuese, lo mantenían alegre, motivado.

    Por supuesto, eso no quería decir que entrenar en compañía de Sūn Wùkōng —aunque Sūn Wùkōng simplemente estaba presente, algo que era muy contrario a lo que había pensado que debía hacer un maestro— en alguna parte de la Montaña de Flores y Fruta, como lo era dentro de la Cueva de Shuilian, le pareciera desmotivante a Qí Xiǎotiān. No, no era eso. Se sentía confiado también, de cierta manera, animado, pero la razón era diferente: quería hacer a Sūn Wùkōng orgulloso. Quería ser capaz de controlar sus poderes y el bastón sin un solo error. Sabía que le tomaría tiempo, mucha práctica, mucho esfuerzo. Por ello entrenaba cada día con más fuerza y dedicación, pero lo hacía solo.

    Qí Xiǎotiān miró de reojo a Sūn Wùkōng. Verlo comiendo de esa bolsa de patatas sabor durazno ya no le producía tanta sorpresa —y decepción— como antes, pero algo dentro de él le decía que quizá, y solo quizá, ese desinterés no era algo bueno. Ese pensamiento siempre terminaba en otros más, preguntas sobre si era de verdad él el indicado para ser el sucesor de Sūn Wùkōng, si lo merecía, si era capaz de ponerse a la altura que fuera necesaria para afrontar cualquier adversidad. Sacudió la cabeza, desvaneciendo esa punzada de negatividad de su mente. No podía desmotivarse en ese momento y mucho menos distraerse.

    Eso, si lo que sonó como una explosión no lo hubiera hecho caer al suelo de la sorpresa.

    Sūn Wùkōng y él intercambiaron una mirada rápida y se pusieron en marcha tan rápido como podían, saliendo de la Cueva Shuilian. La explosión había sonado afuera, pero algo alejado de donde ellos estaban. Buscaron en la cascada y en los no muy lejanos alrededores de la selva que la rodeaban. Cuando llegaron a la costa, donde las Montañas Flameantes eran perfectamente visibles, fue donde encontraron lo que había causado aquel sonido.

    No habían sido los únicos en alarmarse y ponerse a buscar, varios monos estaban también en el lugar, viendo, precavidos, un hoyo de tamaño considerable en la arena. Parecía como si un meteorito hubiera caído ahí mismo, pero no podía ser eso, pensó Qí Xiǎotiān, porque ese hoyo no era tan profundo y una roca gigante sería muy visible incluso desde lejos y echaría humo por todos lados, con fuegos alrededor. Cosa que no había. Desde ese ángulo, el hoyo parecía más bien vacío. Cosa imposible, también, porque algo debió causarlo en primer lugar.

    Qí Xiǎotiān, sujetando el bastón con fuerza, y Sūn Wùkōng se acercaron despacio al hoyo, sin apartar la vista. En el proceso, un mono que estaba por ahí se había subido al hombro de Qí Xiǎotiān, quien iba adelantado, mientras que los otros los seguían a ambos desde atrás. Lo único que rompía el silencio era el sonido de las pisadas sobre la arena.

    Asomó su cabeza hacia abajo cuando ya estaba lo suficiente cerca para ver el fondo. En cuanto vio lo que había ahí en el fondo hizo desaparecer el bastón en su oreja y apresuró el paso, deslizándose por la arena. Una persona. Había ahí en el suelo una persona, inconsciente, boca abajo. Su cabello era largo, rojo, y su ropa estaba algo rasgada y quemada en los bordes, también de color de rojo. Qí Xiǎotiān la tomó por los hombros y sin mucho esfuerzo le dio la vuelta, al mismo tiempo que Sūn Wùkōng también estaba corriendo para llegar a su lado.

    No hizo falta que buscara signos vitales, el movimiento del pecho y los párpados era visible y estable. Solo tenía algunos rasguños en los brazos y las piernas, y una en la mejilla. Suspiró, más relajado.

    Sūn Wùkōng dio unos pasos atrás. Qí Xiǎotiān miró en su dirección, extrañado, con la intención de preguntar algo. Abrió la boca, pero fue interrumpido por una fuerte tos. Giró su cabeza de nuevo.

    —¡Hey!

    Con una mano en el pecho y otra en la espalda, sostuvo al chico que tenía enfrente, quién trató de sentarse demasiado rápido y parecía iba volver a caer en cualquier momento. Era como si hubiera despertado de una terrible pesadilla. Abrió sus ojos de súbito, pero los cerró igual de rápido debido a la luz. Después de unos segundos, parpadeó un par de veces, con la mirada hacia al frente. Con un gesto de molestia se quitó las manos de Qí Xiǎotiān de encima e intentó ponerse de pie.

   —¡Cuidado!

    Qí Xiǎotiān se paró también en cuanto vio que el chico tambaleó e impidió que cayera sujetándolo del brazo.

   —Lo mejor sería que lo lleves contigo a la ciudad, campeón —dijo Sūn Wùkōng.

    Qí Xiǎotiān asintió, viendo a Sūn Wùkōng. Tenía razón, debía de revisar que el chico no tuviera más heridas que no fueran visibles, algo que de ser así no podía tratar en la Montaña ni solo. Habría otro momento para cuestionar cosas, no era lo importante en ese momento.

    Invocó el bastón con su mano libre. Movió el brazo con el que sostenía al chico del brazo para ahora tomarlo por la cintura y sujetarlo fuerte. Este parpadeó un par de veces de nuevo, seguramente por el repentino íntimo contacto, y miró a Qí Xiǎotiān con el mismo ceño fruncido de antes. Qí Xiǎotiān le sonrió, estaba solo un poco apenado, pero no había otra manera de llevarlo. Al menos confiaba en que su fuerza era la suficiente para poder cargar con otra persona.

    —Sujétate bien —le dijo.

    Colocó un extremo del bastón en la arena y a los pocos segundos ya estaban en el aire. Sintió los brazos del chico rodear su cuello con fuerza.


    No había mejor lugar para llevar a alguien potencialmente herido que con Sandy. Cuando aterrizaron en el puerto, Qí Xiǎotiān se aseguró que el chico no estuviera mareado por el viaje —acostumbrarse a viajar con el bastón no era exactamente fácil y las primeras veces lo habían hecho vomitar—, pero parecía estar bien. Quizá solo un poco molesto, pero eso era inevitable. Aún así, y considerando que el chico parecía tener un poco de problemas al caminar, no lo soltó del brazo en ningún momento mientras entraban al bote de Sandy.

    Qí Xiǎotiān gritó el nombre de su amigo un par de veces, pero no recibió respuesta. Suspiró, al parecer tendría que hacerlo todo. Le indicó al chico que se sentara mientras él buscaba un botiquín de primeros auxilios en el baño. Cuando regresó, el chico estaba aún sentado al borde del sofá, observando todo con detalle. Qí Xiǎotiān también lo observó a él por un momento, con mucho detalle, mientras se acercaba. Tenía un bindi rojo en su frente y sus ojos eran de diferente color, uno anaranjado y el otro violeta. Se sorprendió más por la heterocromía que por el inusual color de ojos, porque jamás había visto a nadie así. El bindi también era extraño, le parecía que era algo que solo hacía la gente mayor, después de todo era una tradición muy antigua, pero el chico no parecía tener más de su propia edad, veinte años.

    Colocó el botiquín en la mesa que tenía enfrente, ya abierto. Sacó algodón, alcohol y un par de banditas.

    —¿Te duele alguna parte? —preguntó.

    El chico negó con la cabeza. Qí Xiǎotiān mojó el algodón y le tomó el brazo izquierdo. No había notado antes, cuando sintió los brazos en su cuello, que su piel estaba caliente. Muy caliente. Más que la de una persona promedio o alguien con fiebre. Pero no parecía que tuviera síntomas de fiebre y, siendo sincero no se atrevía a confirmarlo, ya que se sentía algo cohibido además de curioso.

    —Esto puede arder un poco.

    Con mucho cuidado, Qí Xiǎotiān fue limpiando las pequeñas heridas del chico, quien parecía no sentir ninguna molestia. Trató de concentrarse en lo que estaba haciendo, pero no podía evitar pensar que todo era demasiado extraño. Por supuesto que lo era.

    Nadie puede causar un agujero tan grande en el suelo y no salir terriblemente herido. En realidad, nadie que parecía una persona común y corriente debería caer del cielo y causar agujeros en el suelo en primer lugar. No a menos que tuviera algún tipo de poder. Miró al chico —a quien ya debería de llamar de otra forma, ¿pero cómo?— de reojo, quien también lo estaba observando con la cabeza ladeada. Su cabello era muy voluminoso y brillante. Había visto a mucha gente pelirroja en su vida, pero el rojo de ese cabello parecía demasiado intenso. Llamativo. Hermoso. Qí Xiǎotiān apartó la mirada rápido, antes de que se distrajera con algo más y pensara en cosas aún más raras.

    Al terminar de limpiar todos los rasguños y pequeñas heridas, colocó un par de banditas y guardó lo que había sacado del botiquín.

    Cuando miró al chico nuevamente recordó que también había visto una herida en su mejilla derecha. Ese cabello realmente estorbaba, le cubría gran parte del rostro, aunque el chico no parecía particularmente molesto por ello. No había nada más con lo cual atarlo, así que Qí Xiǎotiān se quitó su bandana.

    —Necesito ver otra herida —dijo, antes de agarrar el cabello rojo y atarlo en una coleta que quedó, para su sorpresa, hacia arriba. Lo que más captó su atención, muy diferente de la lógica que siguiera ese cabello, fue el darse cuenta que las orejas del chico eran puntiagudas. Otra pequeña extrañeza que lo alejaba de ser una persona común y corriente. Sin embargo dejó de prestarle atención a eso y se enfocó en la herida que había visto en la mejilla derecha. Era en forma de cruz, pero para su sorpresa era una cicatriz ya vieja. Suspiró aliviado y se alejó para recoger el botiquín y colocarlo de vuelta en el baño.

    Ahora solo le quedaba llevar al chico a su apartamento y luego ir al restaurante de Pigsy.


    Con el chico sentado en su cama, de nuevo observando todo lo que le rodeaba con una expresión que Qí Xiǎotiān no sabía muy bien qué podía significar, se dispuso a buscar entre su ropa algo que le pudiera quedar al otro. Realmente no tenía mucha variedad, se consideraba alguien sencillo en ese aspecto. Todo eran camisetas sencillas con un par de logos, algunas con el de Monkey King; chamarras o sudaderas y pantalones rojos o negros, a excepción de sus shorts de pijama. Qué más daba.

    Tomó la ropa que ya no utilizaba con tanta frecuencia y la colocó al lado del chico, en la cama. Este vio a Qí Xiǎotiān y después a la ropa, con una ceja arqueada. Era la primera vez que lo veía hacer eso y la interpretó como una pregunta.

    —Puedes usar eso, no hay ningún problema. —Se rascó la nuca. —Seguro es más cómodo que usar… eso.

    El otro agarró la camiseta y la observó por un momento. Hizo lo mismo con el pantalón. Qí Xiǎotiān pensó si el chico había entendido lo que dijo del todo, pero esa idea se esfumó tan rápido este se puso de pie, dispuesto a quitarse la ropa desgarrada que tenía puesta. Tan pronto como se dio cuenta de ello, Qí Xiǎotiān sintió sus mejillas arder.

    —¡P-perdón! —Se dio la vuelta y empezó a caminar. —¡Estaré en el baño!

    Cerró la puerta detrás suyo con más fuerza de la que debería, por los nervios. Suspiró e intentó relajarse. Tenía que pensar cómo explicarles a sus amigos la situación, pero tampoco era muy complicado. Alguien cayendo del cielo era quizá lo menos raro que les había pasado hasta ese momento, pero no dejaba de ser algo muy poco común para evitar que hicieran preguntas que no sabría responder. Esperaba que ese no fuera el caso. Se distrajo silbando un poco mientras veía sus zapatos, después viéndose al espejo y pensando que tenía que ponerse otra bandana antes de salir del apartamento, se sentía algo incompleto sin ella. Al final se lavó las manos, solo por hacer algo más. 

    Salió del baño y asomó su cabeza por el corto pasillo, solo para estar seguro.

    El chico ya estaba vestido —la camiseta le quedaba un poco grande— y de nuevo sentado en la cama. Su ropa vieja estaba encima de la silla, perfectamente doblada. Qí Xiǎotiān se preguntó si eso lo aprendió al ver cómo estaba acomodada la ropa que le había dado. Relajado, se acercó a un cajón y sacó otra bandana roja, que se colocó rápidamente en la frente. Mucho mejor así.

    —¿Tienes hambre? —preguntó dirigiéndose al chico con una sonrisa.


    Era casi la hora del cierre del restaurante, en el cielo ya eran visibles algunas estrellas y el color azul oscuro comenzaba a elevarse. Qí Xiǎotiān asomó su cabeza por el umbral de entrada del local, sin hacer ruido. Vio a Pigsy de frente a la cocina, a Tang sentado en su mismo sitio de siempre y a su lado estaba Mei, viendo su celular, esperándolo a él para ir a divertirse como otras noches. Respiró hondo.

    —Hey Pigsy, ¿podrías preparar un plato de fideos? —dijo a modo de saludo, aún sin entrar al restaurante, con una sonrisa.

    —¡MK! —La primera en saludarlo de vuelta fue Mei, alzando su mano al aire.

    —Hola, MK. —Tang levantó la vista del tazón de fideos que tenía enfrente suyo y le dedicó una sonrisa. Después del saludo, y de acomodar sus lentes, regresó a comer.

    —¿Para qué? —dijo Pigsy, dándose la vuelta. —¿No se supone que estarías entrenando?

    —Es cierto. —Mei checó su celular rápidamente, lo más probable es que viera la hora. —Llegaste más temprano de lo que esperaba, ¿algo pasó?

    —Pues ahora que lo mencionas... —rio nervioso.

    Por fin entró al restaurante, apartándose de la entrada, y detrás de él el chico apareció. Este observó a todos los que estaban presentes en el lugar y ellos hicieron lo mismo por unos breves segundos de silencio.

    —Los fideos son para él —dijo Qí Xiǎotiān, rompiendo el silencio.

    —¿Y quién es él, MK? —preguntó Tang, con los palillos en la mano. Aunque su tono era de curiosidad, su expresión era la misma de siempre, apenas y había levantado la vista de su comida.

    —¿Y por qué tiene puesta ropa tuya? —Mei arqueó una ceja.

    Qí Xiǎotiān se rascó la nuca, mientras el chico se sentaba en una silla del restaurante. Recargó su cabeza en su brazo, apoyado en la mesa. Seguía observando a todos los demás. Sus ojos se movían de Mei a Tang a Pigsy, luego a la cocina, a las demás sillas y mesas, y por último a Qí Xiǎotiān. Este lo miró de reojo y después miró a sus amigos, quienes esperaban una respuesta.

    —Bueno... Estaba entrenando con Monkey King y de pronto escuchamos una explosión. Cuando salimos a buscar lo encontramos a él... —Qí Xiǎotiān miró hacia atrás y lo señaló con su pulgar. —... en medio de un agujero enorme.

    —¿Estás diciendo que este chico cayó del cielo o algo? —preguntó Pigsy, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

    —Eh... Algo así, supongo —respondió, encogiéndose de hombros y riendo de nuevo. —Realmente no vimos de dónde apareció.

    Tang miró a Pigsy de reojo, quien había tomado un plato vacío, resignado. Mei se puso de pie y comenzó a rodear al chico y examinarlo desde todos los ángulos posibles, con su mano en la barbilla y los ojos entrecerrados. Qí Xiǎotiān, aún de pie, también observaba al chico, quien comenzó a molestarse un poco del escrutinio de Mei, o al menos así le parecía. Había cerrado los ojos, tenía una mueca en los labios y sus cejas casi parecían tocarse en el centro de su frente. En todo el tiempo que pasó con él, no había hecho esa expresión en ningún momento.

    Mei se detuvo cuando Pigsy colocó el tazón de fideos enfrente del chico. Este abrió los ojos y observó el plato, aligerando su expresión con rapidez.

    —Pensé que habías dicho no fideos gratis para nadie —se burló Tang.

    Pigsy bufó, caminando hasta la cocina de nuevo.

    —No es gratis. Lo pagará MK.

    —¡Hey! —se quejó. Qí Xiǎotiān miró al chico de nuevo, que no había tocado todavía la comida y seguía mirando el plato, aún con el ceño fruncido. Se acercó a él y tomó los palillos con su mano derecha, asegurándose que lo estaba viendo. —Tienes que sostenerlos así.

    Le entregó los palillos al chico y después de unos segundos este imitó el movimiento. En un parpadeo ya estaba comiendo. Parecía satisfecho. Qí Xiǎotiān sonrió.

    —Aprende rápido —dijo Tang, acomodando sus lentes de nuevo.

    Él ya había dejado de comer y Pigsy había terminado de limpiar, así que se había sentado al lado de Tang.

    —Hey, MK —dijo Mei, recargando su brazo en el hombro de Qí Xiǎotiān, con los labios curvados—. ¿Entonces no tienes ni idea de dónde salió? ¿Él no ha dicho nada de nada tampoco.

    Negó con la cabeza.

    —De hecho él no ha...

    —No recuerdo nada.

   El sonido de una voz extraña y de un plato chocando con madera lo interrumpió. El chico había terminado de comer y colocó los palillos encima del plato, que hizo a un lado. Entonces miró a Qí Xiǎotiān y a Mei por encima de su hombro. Qí Xiǎotiān de un salto estaba al lado del chico, con semblante serio, pero no estaba molesto realmente. Mei rió ante esa reacción.

    —¡Si puedes hablar debiste decir algo antes! —reclamó.

    —Aprendo rápido. —El otro se encogió de hombros y volvió a recargar su cabeza en su mano derecha, mirando a la pared.

    Tang carraspeó.

    —¿Entonces dices que no recuerdas nada?

    El chico negó con la cabeza.

    —Lo único que recuerdo es... —Cerró su mano izquierda en un puño y la abrió un par de veces, hasta que una llama apareció en ella. Así que sí tenía poderes, pensó Qí Xiǎotiān. Quizá eso explicaba el hecho de que su piel estuviera tan caliente y, bueno, todo lo demás. —...estar rodeado de fuego. No recuerdo dónde estaba antes de despertar.

    —¡Tienes poderes de fuego, qué genial! —gritó Mei, acercándose también al chico y poniendo un brazo alrededor de su cuello. Este la apartó sin mucha dificultad, gruñendo molesto por el contacto.

    —Amnesia, lo más probable —dijo Tang, después de un corto silencio—. Quizá lo recuerdes con el paso del tiempo.

    —¿Tampoco recuerdas tu nombre? —preguntó Qí Xiǎotiān. Quizá era una pregunta tonta, pero debía asegurarse. Comenzaba a molestarlo el no poder referirse al chico de una manera concreta.

    La respuesta fue de nuevo una negación con la cabeza.

    —¿Qué tal si te llamamos Red Boy hasta que lo recuerdes? —sugirió Mei después de unos momentos, con una sonrisa. —Te queda, especialmente por tu cabello.

    El chico pareció considerarlo por unos segundos. Suspiró, cruzándose de brazos.

    —Solo dime Red —farfulló.

    —MK, ¿él se quedará contigo? —preguntó Pigsy.

    Qí Xiǎotiān no lo había pensado antes. Por supuesto, Red tenía que dormir en algún lado. Su apartamento no era muy grande y lo único que tenía para dormir era su cama, pero no podía pedirle a ninguno de sus amigos el favor. Miró a Red por un momento. No quería, tampoco, muy el fondo. Al final asintió, dirigiendo su mirada a Pigsy.

    —Sí, pensaré en algo —sonrió—. No se preocupen.

    —En ese caso hay que conseguirle ropa a Red Boy, no puede estar siempre usando la tuya —dijo Mei, revisando su celular —. Podemos ir otro día al arcade, ¡hoy vamos de compras! ¡Nos vemos después, Pigsy, señor Tang!

    Mei guardó el celular en su bolsillo y tomó a Red del brazo, obligándolo a pararse. Después lo empujó a él junto con Qí Xiǎotiān hasta la entrada del restaurante a gran velocidad. Red solo se quejaba, diciendo que lo soltara. Qí Xiǎotiān no logró despedirse.