Sentado en su cama, esperando la hora de dormir que le parecía demasiado lejana, con la vista puesta en la televisión pero sin en el menor interés en el programa que puso, Qí Xiǎotiān se preguntó cómo es que había llegado a pensar en Red Son de una manera que no debería ser normal o si quiera sana para él. No es que «pensar en Red Son» fuera el mero hecho de imaginar su cara con exceso de detalle, de espaldas a un atardecer cálido, con su cabello ondulando por una ligera brisa y quedarse embobado ante una sonrisa claramente imaginaría que sentía muy real y solo para él, en afán de romántico perdido. «Pensar en Red Son» era algo mucho más vergonzoso que eso.
«Pensar en Red Son» era, más veces de las que estaba dispuesto a admitir, pensar en follárselo. Era imaginar su cara con exceso de detalle, sí, pero distinto. Era imaginar a Red Son mirándolo desde lo alto mientras movía sus caderas hacia arriba y hacia abajo y hacia un lado volviendo completamente loco a Qí Xiǎotiān, con unos ojos muy llorosos, muy entrecerrados y muy satisfechos. Era imaginarlo mordiéndose el labio inferior antes de dejar salir un gemido demasiado alto, mitad alarido mitad el tonto apodo que le había puesto, que perfectamente se podría escuchar hasta el edificio vecino.
Suspiró alto y se frotó el rostro con ambas manos, fuerte. La luz azulada de la televisión comenzó a molestarlo tanto como sus pensamientos.
Sabía la respuesta, no era idiota. La sabía perfectamente.
Terminó su turno en el trabajo, se duchó y al salir del baño ahí estaba Mei que, con una sonrisa muy animada, le lanzó ropa limpia a la cara para que se la pusiera. Por supuesto que irían a divertirse al Arcade Antigravedad, como otras tantas noches. Así que Qí Xiǎotiān, sin quejarse del cansancio que sentía, se vistió y a los pocos minutos él y Mei ya estaban en la calle, de camino al enorme edificio que les resultaba tan familiar.
Mei hablaba y él escuchaba solo a medias, sus sentidos estaban más interesados en los alrededores. Conocía de sobra las calles por las que caminaban; todos los locales, callejuelas y casas que pasaban de largo. Aún así, les prestaba atención. Incluso detenía su vista por un par de segundos en la gente de la calle contraría o la que pasaba a su lado. Era extraño. Se sentía más receptivo a su entorno que otras veces, como si esperase que algo pasara, como si al instante que dejara de observar o parpadeara más lento que de costumbre ignoraría algo que no debía ignorar. Eso que mucha gente llama «instinto» o quizá era más bien «presentimiento». Sin embargo, no se sentía nervioso, incómodo o impaciente. Estaba tan calmado como su propia personalidad le permitía, con Mei al lado en su celular hablando sobre los planes de la noche, sobre qué jugar y qué comer.
O al menos no se sentía así, hasta que por el rabillo del ojo le llegó un destello rojo. Demasiado vibrante, con movimiento. Su mente al instante supo que no se trataba de un semáforo ni de la luz de un anuncio neón que invadían todo local abierto a esa hora. Giró su cabeza para encontrarse, en la otra calle, con cabello rojo atado en una coleta que en vez de ir hacia abajo iba hacia arriba. Y esa coleta pertenecía a alguien que conocía también de sobra. Alguien que tenía siempre el ceño fruncido, con lentes de sol circulares y pequeños, que vestía un saco rojo ondulante, con pantalones morados y botas que parecía pesar demasiado por los adornos que eran, en efecto, de metal. Pero sus ojos sorprendidos no vieron ese típico saco ni esos pantalones ni esas botas ni esos lentes. Vestía distinto. Y entonces se puso nervioso, incómodo e impanciente en cuanto Red Son se metió por una callejuela.
No se dio cuenta que había dejado de caminar hasta que notó que Mei ya no estaba a su lado, sino muy adelante en la calle. Para que no notara que él no estaba junto a ella, debía de estar muy enfocada en su celular. Era su oportunidad. Debía seguir a Red Son, pero no quería abandonar a Mei sin decir nada y tampoco quería decirle a quién vio y arruinar los planes de diversión. Ella no tendría ningún problema, estaba seguro, pero se sentiría un poco culpable después.
Así que deslizándose por entre las personas que iban en dirección opuesta a la suya, se dirigió también hasta una estrecha callejuela en medio de dos locales. Se arrancó un cabello, sopló y lo dejó caer. Un clon suyo emergió en nada y lo mandó con Mei casi a patadas. Cuando asomando su cabeza por la esquina del edificio perdió de vista a su clon entonces él también se dio prisa, mezclándose de nuevo con las personas que pasaban hasta que tuvo la oportunidad de cruzar hacia la otra calle.
No quería alarmar a nadie, así que no invocó el bastón, solo se limitó a caminar demasiado rápido y si chocaba contra alguien se disculpaba inmediatamente.
¿Que podría hacer Red Son a esas horas de la noche, en una callejuela de mala muerte? «Nada bueno» era la respuesta vaga que lo hacía moverse con determinación para ir a encararlo. Pero también necesitaba la respuesta específica, porque la situación no era normal. No era normal para la extrañísima normalidad —tener enemigos demonios de antiguas leyendas que sin ningún reparo declaraban que lo quería muerto o totalmente destruído, por ejemplo, le resultaba extrañamente normal— a la que se había acostumbrado después de convertirse en el sucesor de Sūn Wùkōng.
Usualmente Red Son aparecía de día o por tarde para desarrollar sus complicados planes de controlar algoo hacerse con lo que fuera que necesitara cada vez para llevarlo a Demon Bull King o a Princess Iron Fan. De noche solo estaba presente cuando las peleas se alargaban más de lo que debían porque claramente ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder. Entonces, ¿qué hacía ahí? Añadiendo un detalle crucial, ¿qué hacía ahí vestido así? Vestido tan... diferente. No era un disfraz. Red Son no tenía la necesidad de disfrazarse para hacer las cosas —y estaba muy seguro de que Red Son tampoco quería disfrazarse, le gustaba que la gente reconociera quién era él—, podía simplemente enviar a un clon Bull y listo.
Nada encajaba, nada le hacía sentido. Especialmente, porque la última pelea contra él había sido el día anterior a ese, y Red Son tampoco atacaba tan seguido. Mantenía si acaso una constancia de dejarle varios días de descanso entre un ataque y otro. En el fondo, Qí Xiǎotiān agradecía ese detalle, pero jamás lo iba a reconocer ni mucho menos expresar en voz alta ante los demás. Entre otras cosas que involucraban a Red Son dentro de su vida.
Cuando por fin vislumbró la callejuela por la que Red Son se había metido aminoró el paso. No quería parecer un completo loco y ponerse a espiar de manera tan obvia mientras la gente podía verlo sin ningún problema.
Metió las manos en los bolsillos de su chamarra y, como quien no quiere la cosa, fingiendo disimulo que se le daba fatal, asomó la cabeza por la esquina del edificio antes de dar un paso dentro.
Se detuvo en seco en cuanto logró ver la escena delante de él. Sin duda sus conjeturas lo llevaban a una idea muy abstracta de lo que esperar, una idea de «algo malo», lo cual lo ayudaba a no dejarse sorprender tan fácilmente con lo que fuera a suceder. Pero ni sus más extrañas ensoñaciones e hipótesis lo hubieran podido preparar para la sorpresa de ver a Red Son, con esa ropa que no le era para nada familiar y que le quedaba tan bien, acorralado —parecía estarlo—, espalda pegada a la pared, por dos brazos, uno a cada lado de su cabeza, que le pertenecían a un hombre que perfectamente le doblaba en edad a Qí Xiǎotiān.
El hombre estaba reclinado hacia adelante pero mantenía una distancia prudencial de Red Son, porque en definitiva era más alto que este último, y sonreía mientras le hablaba. Qí Xiǎotiān no alcanzaba a escuchar lo que decía. Tampoco estaba seguro de que necesitara —o quisiera— escucharlo. Se mordió el interior de la mejilla a propósito, haciendo una mueca. Buscó con impaciencia el rostro de Red Son, evadiendo en su campo de visión el brazo que estaba de por medio. Su corazón se estaba acelerando, sin saber por qué. Cuando se puso de cuclillas —definitivamente estaba haciendo lo opuesto a disimular, sentía las miradas extrañadas de la gente que pasaba a su lado—, por fin pudo ver el rostro de Red Son. Tenía una expresión estática cuyo mejor descriptivo era el de desagrado. No era como cuando Qí Xiǎotiān se acercaba demasiado a él y entonces fruncía más el ceño que de costumbre para enseguida alejarse. La expresión que hacía esas ocasiones era de excesiva molestia, no de desagrado. Qí Xiǎotiān no soportaría ni si quiera la idea de que fueran de desagrado, ni de asco o algo similar; a duras penas podía lidiar con la horrenda sensación en su estómago al pensar de ser molesto para Red Son. Por eso no pensaba en ello ni se hacía ideas.
Entonces Red Son abrió la boca, aún con esa expresión. Dijo algo que tampoco escuchó y el hombre al instante estaba inclinándose más hacía delante con todo su cuerpo. El brazo derecho ahora estaba sobre el hombro de Red Son, apretándolo, y su rostro se acercaba cada vez al contrario. Sonreía, para Red Son o quizá para sí mismo.
La respiración de Qí Xiǎotiān se detuvo solo por unos instantes —al igual que su capacidad de pensar— y cuando por fin respiró de nuevo, estaba totalmente de pie, dando pasos hacia delante, hacia las personas que tenía en la mira con la única intención de prevenir lo que iba a pasar.
—¡Red Son! —gritó con casi todas sus fuerzas, agredeciendo internamente que su voz sonaba como siempre, alegre y rápida. No nerviosa. No furiosa.
Alzó la mano a modo de saludo en cuanto Red Son giró su cabeza y sus ojos dieron a parar con los de él. Su expresión era de indiferencia pura y Qí Xiǎotiān se preguntó si la había cagado. Esperaba un grito, quizá dos, por irrumpir, no eso. De todas formas no detuvo su caminar. El hombre también había volteado a su dirección, alzando una ceja.
—¿Te hice esperar mucho? —continuó hablando, una vez estaba de pie al lado de Red Son.
Solo lo miraba a él, sonriendo. Lo mejor era actuar como si ese hombre no existiera ni estuviera todavía a unos pocos centímetros del rostro de Red Son. Por su propio bien.
—Bù hǎo yì si, Mei necesitaba ayuda con algo.
Red Son le retivo la mirada solo por unos instantes más, antes de resoplar y cerrar los ojos, cruzándose de brazos. Por un momento creyó que le diría que se largara o, muchísimo peor, que simplemente lo ignoraría y dejaría a ese hombre continuar lo que iba a hacer, justo en frente suyo.
Red Son sopló, emitiendo una pequeña llama y el hombre retrocedió alarmado.
—Tendrás que compensarlo de alguna manera, miàntiáo zǐ. —Después, con los ojos abiertos, se dirigió al hombre. —Lárgate.
Fue todo lo que dijo, en un tono que bien pudo haber sido un escupitajo, antes de cerrar los ojos de nuevo. Qí Xiǎotiān también miró al hombre por el rabillo del ojo. Parecía que quería decir algo, molesto, pero no lo hizo. Apretó los labios y se fue, saliendo de la callejuela para integrarse con la gente que pasaba por la calle principal que Qí Xiǎotiān tenía a sus espaldas.
Se tragó el suspiro de alivio que sus pulmones querían sacar y solo miró a Red Son, en silencio, sin mover más que sus hombros hacia abajo, ya más relajado.
Entendió ni bien vio el rostro de aquel hombre desconocido lo que ese planeaba, pero no entendía qué es lo que Red Son hacía allí con alguien que un hombre de aspecto cualquiera, común y corriente. La idea de que Red Son estaba llevando a cabo un plan para, quién sabe, destruir la ciudad se esfumó por completo de la lista de probabilidades de Qí Xiǎotiān, por varias razones. De hecho, esa era la única cosa en esa lista. Ya no había lista.
Se estaba poniendo un poco nervioso de nuevo, en ese silencio tan incómodo donde ninguno de los dos se movía de su sitio, tratando de encontrar más alternativas de qué podría haber estado haciendo Red Son antes de que ese sujeto desconocido apareciera o una explicación coherente que implicara utilizar —dejarse acorrolar, besar— a un humano cualquiera, pero nada le llegaba a la mente. No tenía más pistas.
Se rascó la mejilla y deslizó su mirada por todo el cuerpo de Red Son, antes de hablar.
—Um, Red Son...
—¿Qué esperas para irte? —lo interrumpió. Tenía los ojos abiertos, enfocados en ver sus propios zapatos.
Algo dentro de Qí Xiǎotiān se torció, dolido. Quizá fue la pregunta que implicaba un «lárgate» de igual naturaleza que el que le había dicho a ese hombre. Quizá fue el hecho de que no dijo, como lo hizo antes, el tonto apodo que, poco a poco, empezaba a llevar con cierto orgullo, solo porque Red Son se lo dedicaba y porque tenía muy en claro que de esos labios, muy probablemente, jamás saldría su nombre. Algo que, siendo honesto, sí quería. Deseaba, más bien. Escuchar un «Qí Xiǎotiān» o un «MK» de Red Son. Decidió ignorar esa sensación desagradable dentro de él, ese pinchazo de dolor y apretó el puño.
—No me iré hasta saber qué estabas haciendo —replicó.
Éste al fin lo miró, con los ojos muy abiertos y una ceja alzada, sorprendido, incrédulo ante lo que había escuchado.
—Debe ser una maldita broma —dijo.
Después de un silencio, al darse cuenta que la pregunta era de genuina ignorancia, Red Son se frotó el puente de la nariz, claramente frustrado y gruñó entre dientes. De nuevo ya no estaba viendo a Qí Xiǎotiān, había elevado su cabeza para ver lo más alto de la fachada del edificio que había enfrente.
Qí Xiǎotiān solo esperaba una respuesta, mientras observaba otra vez a Red Son. Su rostro, de perfil; repasó la curva de la nariz, la curva del mentón y, en especial, la forma de sus labios, que se habían alargado por la mueca que estaba haciendo. Movió sus ojos por el cuello que tenía al descubierto, luego por sus brazos, cruzados encima de su pecho. Se detuvo en la mano, vio la uñas que reflejaban algunas luces de colores que llegaban desde la calle, y quiso tomarla, entrelazar sus dedos con los de su propia mano. No tenía el coraje necesario para hacerlo.
Sus ojos estaban peligrosamente enfocados en la piel descubierta de las piernas de Red Son cuando éste volvió a hablar. Qí Xiǎotiān hizo un esfuerzo enorme para apartar la vista de ahí.
No se había dado cuenta que Red Son había cambiado de posición. Ahora estaba frente a frente suyo y sus ojos tenían un destello que jamás había visto antes. Se sintió hechizado, de cierta manera, al verlo directo a los ojos y la pregunta de si esto es lo que había sentido aquel hombre para que decidiera acercarse a Red Son, un demonio que lo podía rostizar vivo en cuestión de segundos, con tanta confianza y asertividad. Qí Xiǎotiān tenía, a veces, que fingir ambas cosas cuando debía luchar contra Red Son. Tenía que fingir muchas cosas, en realidad, cada vez que se lo encontraba. Autocontrol, por nombrar una sola. Controlarse de actuar, de decir, de ver. Había días donde no sentía que fingía y otros donde era todo el tiempo consciente de que no estaba siendo él mismo del todo.
Comenzó a sudar frío en la nuca y sintió un ligero escalofrío, incluso antes de que Red Son terminara de pronunciar la frase:
—Vamos a tu casa, miàntiáo zǐ.
Red Son ya sabía dónde vivía, después de todo había destrozado gran parte de la casa cuando sorprendió a Mei y a Qí Xiǎotiān para tomar esa llave abre-todo. La reconstrucción solo llevó un poco de tiempo.
Cuando Red Son se percató de que estaba ya en perfecto estado la fachada como el interior de la casa, no hizo ninguna señal o ademán de reconocer lo que había hecho. Qí Xiǎotiān tampoco le exigió disculpas, porque era la menor de sus preocupaciones el escuchar disculpas.
Trató de recordar, con Red Son a su lado, ambos en medio de su habitación, qué es lo que pensó cuando abrió la puerta de su apartamento y prendió las luces, dejando entrar a Red Son primero para observarlo de arriba a abajo y al revés sin sentir tanta maldita vergüenza antes de entrar él y cerrar la puerta, sin seguro ni llave, detrás suyo. Solo una cosa había pensado: si sus amigos se enteraban —Mei especialmente—, lo matarían. Para su fortuna, nadie tenía que saberlo. Nunca, jamás.
Se dio la vuelta para buscar algo en algún sitio pero enseguida olvidó el qué y el dónde en cuanto decidió mirar por encima de su hombro, muy rápido, a Red Son y lo que vio lo hizo primero palidecer y después enrojecer en cuestión de un solo segundo.
Nada importaba más que el hecho de que Red Son estaba quitándose la camiseta estilo qipao sin mangas que llevaba puesta, con la cabeza gacha. Así que por supuesto no vio cómo Qí Xiǎotiān de manera tan torpe se dio la vuelta de nuevo y tropezó hacia atrás con su propio pie, hasta que escuchó el sonido de un objeto cayendo al suelo. Alzó la vista, para encontrarse a Qí Xiǎotiān viéndolo con los ojos muy abiertos y las mejillas muy rojas mientras intentaba mantenerse de pie, apoyando sus manos en el mueble que tenía detrás. Arqueó una ceja, a modo de pregunta. Qí Xiǎotiān tragó saliva y el sonido le pareció que rebotó en cada una de las paredes.
—¡¿Qué- Qué estás haciendo?!
—Dije que lo compensarías de alguna manera, miàntiáo nǎodai —se limitó a decir, desabrochando el último botón.
Deslizó la prenda por su brazo derecho, luego por el izquierdo, y ya no la llevaba puesta. Fue a parar a la silla que tenía detrás.
La mente de Qí Xiǎotiān iba a mil por segundo, pensando en muchas cosas pero incapaz de articular una frase coherente porque cuando abría la boca sentía un nudo en la garganta que apenas lo dejaba hacer sonidos; incapaz de ponerse de pie correctamente e incapaz de apartar la vista de Red Son. De la piel desnuda de esos brazos, de los pectorales apenas marcados, del abdomen liso y de cómo la luz se veía reflejada en sus hombros cuando movió sus brazos y sus manos para comenzar a quitarse el cinturón y oh por Dios se estaba quitando el cinturón.
—¡¿Compesar el- el qué?! —gritó, parpadeando con fuerza antes de alzar la vista para ver de nuevo el rostro de Red Son.
Red Son se detuvo y lo miró a los ojos, con los suyos entrecerrados, como si buscara algo en él. Entonces movió la cabeza de un lado a otro un par de veces y resopló.
—Miàntiáo zǐ —dijo, una vez que se sentó en la cama—, ¿no tienes ni la más mínima idea de lo que estaba haciendo yo con ese humano?
Negó con la cabeza, con la suficiente fuerza como para escuchar cómo su cabello se movía, de nuevo se sentía incapaz de decir algo coherente. Red Son se cubrió el rostro con una mano.
El poco tiempo de silencio Qí Xiǎotiān lo utilizó para ponerse bien de pie, aunque aún apoyaba una mano en el mueble que tenía al lado. Las mejillas le ardían y las piernas le cosquilleaban. Todo el cuerpo, en realidad, le ardía y cosquilleba a la vez. Sentía, también, de nuevo sudor en su nuca y frente. Hacía mucho calor en ese frío cuarto a las diez de la noche.
—Siéntate en la cama —ordenó Red Son, de repente.
Así lo hizo. Qí Xiǎotiān se sentó en la cama, a pocos centímetros de distancia de Red Son, porque quería evitar el contacto físico a toda costa. Fue en vano al final, pues Red Son en un parpadeo estaba sentado sobre su ragazo, con las piernas separadas. Qí Xiǎotiān dejó de respirar y su corazón se aceleró, pero no se movió. Las manos le temblaban y las de Red Son deshicieron el nudo de su bandana, que cayó a espaldas suyas, deslizándose de su frente.
Quería decir algo, solo que no sabia el qué, y abrió la boca, pero en cuanto lo hizo la mano de Red Son apretó su barbilla y parte de sus mejillas, obligándolo a inclinar un poco la cabeza, y lo besó. Sentía los húmedos labios de Red Son sobre los suyos y la lengua rozando, sin querer, sus dientes.
No era un experto, pero no era su primer beso y tampoco el de Red Son. Lo pudo adivinar por cómo movía su boca sobre la suya, por cómo ejercía un poco de presión haciéndose hacia adelante para tener todo el control y cómo movía la cabeza ligeramente, sin mirar, para evitar choques incómodos. Qí Xiǎotiān respondía con bastante torpeza a todos los movimientos de Red Son una vez salió de su sorpresa, pero el otro no parecía quejarse.
Su cuerpo ya no cosquilleaba ni lo sentía rígido como una piedra, pero sus manos definitivamente seguían temblando por la presión que ejercían sobre las sábanas para no caer de espaldas. También temblaban de impotencia porque no querían servir de apoyo, querían tocar a Red Son de todas formas en todos lados.
Las manos de Red Son abandonaron los hombros de Qí Xiǎotiān para soltarse el cabello, pero no regresaron a los hombros ni a ninguna parte superior de su cuerpo. Fueron a parar a sus pantalones. Más concretamente, a acariciar la erección que comenzó a despertar dentro de sus pantalones. Qí Xiǎotiān dio un brinco y rompió el beso, alejándose apenas un par de centímetros del rostro contario pero lo suficiente para poder ver hacia abajo, ver cómo una mano se deshacía de su cinturón y cómo otra, con los dedos índice y anular, se movían en círculos por encima de la tela. Se mordió el labio para no jadear. Red Son no lo estaba mirando a la cara y lo agradeció infinitamente.
Esa era la respuesta. Sabía ya de sobras lo que Red Son pretendía con ese hombre desconocido, lo que ahora prentendía con él, y no supo cómo sentirse en un principio. Después su cerebro, como en una especie de revelación, logró hacer orden de sus emociones y era muy claro lo que sentía, era una mezcla de muchas cosas: celos, vergüenza, excitación, enojo, euforia. Los celos y el enojo no iban dirigidos hacia Red Son ni hacía él mismo, sino hacia los demás, hacia ese hombre al que Red Son miró con desagrado y a los que habían estado antes que él, porque estaba seguro que los hubo. La curiosidad de saber cuántos fueron antes que él revoloteaba levemente en su mente, pero fue aplastada por una pregunta mucho más importante: ¿por qué Red Son haría eso?
La sensación de ya no tener la presión ni de sus pantalones ni de su ropa interior lo hizo concentrarse de nuevo en lo que estaba pasando y no lo que estaba pensando. Red Son no le había quitado la ropa, era imposible hacerlo sin desgarrarla. Su pantalón solo estaba abierto y con un dedo mantenía estirado la ropa interior. Entonces lo miró, solo por un breve instante y entendió lo que pedía.
Levantó su cadera el tiempo suficiente para que Red Son con un rápido movimiento dejara el pantalón y su ropa interior apenas a la mitad de sus muslos.
El silencio que solo se interrumpía constantemente por los sonidos del exterior, el roce de las sábanas y el crepitar de la cama ante su propia presión lo estaba matando. No le gustaba en lo absoluto. Lo sentía incómodo, forzado. Inhaló muy profundo, preparándose para hablar, pero la exhalación salió entrecortada porque una mano muy caliente, seca y lisa, tomó la base de su verga.
—Red Son... —jadeó.
No pudo decir nada más por un buen tiempo porque la mano comenzó a moverse de arriba hacia abajo, lento, de abajo hacia arriba, deteniéndose a veces masajear determinado punto, y luego aumentaba la velocidad. La fricción de piel con piel le derretía absolutamente todas las neuronas y le parecía ver chispas en el aire, como si Red Son estuviera usando sus poderes en él de una manera que jamás había hecho antes. Su cerebro, claro, no se estaba derritiendo, de lo contrario ya estaría muerto, pero las chispas sí que eran muy reales. Salían del cabello de Red Son y le costó mucho no elevar una mano y tocar con la curiosidad de si ese fuego era capaz de hacerle daño. Cerró los ojos. No debía pensar en daño por fuego cuando un demonio con poderes de fuego lo estaba masturbando.
La mano se detuvo de repente, pudo sentir que el peso en su regazo se desvanecía al igual que la luz reflejada en sus párpados. Qí Xiǎotiān abrió los ojos rápidamente, buscando a Red Son con la mirada, casi preocupado —y triste y decepcionado— de que eso hubiera sido todo, pero lo encontró completamente desnudo, en frente suyo. Saliveó y tuvo que tragar, pero lo hizo muy rápido y muy mal y terminó tosiendo, tapándose la boca.
Esperó un comentario de Red Son, una burla, por ser tan tonto. No hubo ninguno.
Red Son, mientras Qí Xiǎotiān seguía tosiendo, se subió otra vez a su regazó y colocó una mano en su pecho. Cuando paró de toser, Red Son lo empujó hacia atrás.
Acostado, solo podía mirarlo. Más bien, admirarlo. Admirar cada parte de su cuerpo, cada movimiento que hacía mientras se acomodaba encima de él, cómo su cabello —que ya no producía chispas— caía a los costados como si tratara de seda muy fina.
—No repetiré esto, miàntiáo zǐ.
La mano que Red Son usó para empujarlo tomó de nuevo su verga y Qí Xiǎotiān esta vez no pudo contener su jadeo.
—No puedes tocarme.
Red Son movió las caderas hacia delante, quedando sentado encima de la pelvis de Qí Xiǎotiān. Éste tragó saliva, otra vez. Las palabras de Red Son lo hirieron un poco.
—No puedes besarme.
Red Son movió la mano que tenía desocupada hasta detrás suyo y por el apenas perceptible movimiento de sus párpados, Qí Xiǎotiān supo qué estaba haciendo y lo iba a pasar a continuación. Su corazón latía con anticipación. No besarlo le parecía una tontería y una injusticia, más cuando Red Son inició todo con un beso.
—Esto acaba cuando yo lo diga.
Y entonces ya no podía sentir el dolor de sus brazos y codos soportando su propio peso, tampoco podía sentir el apretado ajuste de su pantalón en sus muslos cuando intentaba abrir más las piernas adormecidas, ni todo el sudor que le recorría la frente, la nuca y la espalda que volvía incómodo tener la playera aún puesta, como si su cerebro se hubiera desconectado de todo su cuerpo menos de una parte, la que más importaba en ese preciso momento. Solo podía sentir el interior de Red Son en su verga. Se reproducía en su cabeza una y otra vez un «oh por Guānyīn», importándole muy poco si era o no una blasfemia, porque no era capaz de decir eso en alto. Si abría de más la boca solo iban a salir jadeos y sílabas incoherentes.
Lo apretado y caliente y mojado que estaba Red Son era mejor, muchísimo mejor, de lo que solía imaginar en sus sesiones en solitario, cuando el autocontrol solo duraba el tiempo suficiente para despedirse de sus amigos y cersiorarse de que el seguro de la puerta de su baño estaba puesto.
Autocontrol.
Encontró un nuevo tipo de autocontrol cuando decidió mirar a Red Son. Su cabeza estaba echada hacia atrás, sus ojos estaban cerrados y se mordía el labio inferior; las mejillas, sus orejas y parte de su cuello tenían un ligero color rojizo que solo le hacían honor a su nombre.
Qí Xiǎotiān se lamió los labios. Quiso mandar a la mierda las dos tortuosas prohibiciones que le había puesto y tomar a Red Son de la cintura y hacerlo abrir la boca, gritar, abrir los ojos, gemir por más y que solo lo viera a él. Apretó en sus puños las sábanas con más fuerza. Si hacía lo que quería Red Son se iría, dejándolo abandonado, triste y con una erección que definitivamente ya no podría contentar él solo.
No apartó la vista hasta que su maldito cerebro decidió darle una nueva oleada de pensamientos desagradables. ¿Cuántos hombres habían sentido y pensado lo mismo que él? Cuántos habían visto- no. ¿Cuántos habían logrado esa expresión en el rostro de Red Son? ¿Cuántos sí habían hecho lo que él quería hacer? ¿Y si las prohibiciones eran solo para él?
De nuevo por qué. No tenía sentido.
¿Por qué Red Son buscaría esto?
Red Son de pie en esa callejuela, esperando por alguien que lo viera, que lo viera como un platillo caliente recién servido.
¿Por qué Red Son haría esto con otros?
Red Son hablándole al oído a alguien sin rostro definido, atrayéndolo, prometiendo un buen rato, moviendo sus piernas y sus brazos, pegándose a un cuerpo que no conocía.
¿Por qué?
No importa, se respondió furioso. No importa, no importa una mierda. Solo importaba ese momento que no era un sueño ni una alucinación suya, donde Red Son y él estaban más y mejor que conectados. No importaba nada de lo que había sucedido antes. Solo importaba Red Son y cómo movía su trasero, su cuerpo entero, hacia arriba, dejando casi al descubierto toda la verga de Qí Xiǎotiān antes de descender, rápido, cubriéndola de nuevo, gimiendo.
Tuvo una idea.
Red Son se movió hacia arriba otra vez y antes de que pudiera bajar, Qí Xiǎotiān movió sus propias caderas también hacia arriba.
Red Son arqueó su espalda hacia atrás y gritó, tan alto que tuvo que cubrirse la boca con su mano, moviendo su cabeza hacia un lado. Si Qí Xiǎotiān no podía tocar ni besar, aún podía moverse por su cuenta. No lo dejaría tener toda la diversión y tampoco quería estar solo y quieto con sus malditos pensamientos.
Las manos de Red Son se posaron en sus piernas y aplicaron fuerza, en un intento de impedir el movimiento pero Qí Xiǎotiān era mucho más fuerte que eso. Lo repitió varias veces, a diferentes ritmos, estudiando las expresiones de Red Son, el fuego que se formaba de vez en cuando en su cabello y cómo sus manos pasaban de aplicar fuerza a cubrir su boca cuando iba a gemir muy alto a moverse sin saber dónde posarse.
Qí Xiǎotiān sonrió, completamente satisfecho consigo mismo, justo cuando Red Son lo miraba de reojo y, de repente, sintió algo caliente, húmedo, cayendo encima de su playera, en la zona del estómago.
Miró hacia esa dirección. Red Son se había corrido.
Se detuvo.
El rostro de Red Son se encontraba a solo unos pocos centímetros del suyo, con la boca entreabierta y sus pupilas dilatadas. Su voz, entrecortada, le llegó a los oídos como si fuera una melodía.
—Nadie ha dicho que te detengas.
Cuando despertó al día siguiente no tenía la playera puesta, sus pantalones junto con su ropa interior estaban en el suelo y no había ni un rastro de Red Son en su apartamento.
No podía recordar cómo es que se quedó dormido, pero sí que podía recordar todo lo demás. Un escalofrío le recorrió la espalda y se puso de pie de un salto. La piel la sentía pegajosa por el sudor seco.
Juntó las sábanas y el covertor de su cama para echarlas en una bolsa, al igual que su ropa, para lavarlas después.
Se duchó, pensando que tenía que buscar a su clon y asegurarse que Mei no había sospechado de nada. Después se puso la ropa del trabajo, acomodó su bandana en la cabeza y suspiró mientras bajaba las escaleras.
Era uno de esos días en los que era consciente de estar fingiendo y se sentía fatal.
Dejó de frotarse el rostro para mirar por la ventana.
Había pasado más de una semana desde que vio a Red Son. Una parte suya lo agradecía enormemente, porque lidiar cara a cara con él sería demasiado complicado, en especial si sus amigos tenían la mala suerte de estar presentes. Sin embargo, otra parte suya pedía a gritos ver a Red Son otra vez, quería escucharlo otra vez. Tocarlo. Sentirlo. Tuvo que restringir más de una vez en el trascurso de los días las ganas de buscar a Red Son en el lugar donde todo empezó.
Esas ganas lo estaban invadiendo de nuevo.
Sacudió la cabeza. Era improbable que Red Son estuviera en ese lugar, que siempre se encontrara con ellos allí.
Quería saber que estaba bien. Necesitaba que estuviera bien. Era consciente de que Red Son era un demonio, jamás olvidaba ese detalle —o quizá solo a veces—, pero eso no lo ayudaba a preocuparse menos por él.
Apagó el televisor y junto con él todos sus pensamientos. No podía atormentarse con más escenarios imaginarios. Tenía que despertar temprano y no llegar tarde al trabajo.
Se acostó con la sábana cubriéndose hasta la cabeza y cerró los ojos.
Un fuerte sonido en su balcón lo despertó. Cuando se puso de pie, la ventana que daba al balcón estaba abierta y entraba el frío de media noche. El pestillo, fundido, ardiendo.
A un par de pasos al frente del umbral estaba Red Son, agitado, con su cabello suelto, despeinado, vestido apenas con una playera blanca y unos pantalones rojos holgados. Miró a Qí Xiǎotiān sin decir nada y se abalanzó sobre él de un momento a otro. Ambos cayeron al suelo.
—¡¿Red Son?!
Qí Xiǎotiān lo tomó por los hombros, con la intención de quitárselo de encima, pero él estaba temblando. Red Son estaba temblando.
El corazón de Qí Xiǎotiān se detuvo por apenas un segundo para luego latir acelerado, preocupación apoderándose de él. Trató de levantarse al mismo tiempo que levantar a Red Son, pero en cuanto se movió el otro solo se pegó más a él.
—¿Red Son? —Buscó verle el rostro, pero era imposible cuando tenía la cabeza agachada y su cabello servía más bien una cortina de ondulaciones confusas. —¿Estás bien?
Sin hacer ni un solo ruido, Red Son movió su cabeza hasta el hombro de Qí Xiǎotiān y la dejó descansar ahí. Luego sus manos comenzaron a dializarse, muy despacio, por el pecho, por el abdomen, hasta que llegaron a la parte baja del estómago. Qí Xiǎotiān detuvo las manos de Red Son por las muñecas.
Para su sorpresa, Red Son no intentó zafarse, se quedó completamente quieto y al poco tiempo comenzó a llorar. Las lágrimas cálidas caían en su hombro. Qí Xiǎotiān lo abrazó, sin saber qué más hacer. Odiaba no saber qué hacer ni qué decir. Odiaba la idea de no saber ayudar, de no poder ayudar. Se sentía culpable por haber imaginado alguna vez una situación como esa para cumplir su rol de héroe y salvar a Red Son. Y ahora que la vivía, ahora que tenía a Red Son en sus brazos, temblando, sollozando como jamás pensó verlo, solo podía ofrecerle un abrazo. Un abrazo que no estaba siendo rechazado.
—¿Qué pasó? —preguntó, implorando por una obtener una respuesta.
—Soy un fracaso —la voz de Red Son era ronca y ahogada—. Soy completamente inútil, inservible. Una decepción para mi familia... Para mi padre... Para mí mismo.
—Tú no...
—¡No puedo realizar nada! —Se apartó bruscamente.
Sus mejillas estaban mojadas, su expresión era de rabia pura, pero sus ojos tenían un brillo de tristeza que Qí Xiǎotiān deseó nunca volver a ver.
—¡No puedo hacer que mi padre se sienta orgulloso de mí! ¡No puedo...! —continuó, observando sus manos abiertas—. No pude hacer nada. No pude conseguir el maldito bastón —el enojo en su voz se iba atenuando y sollozó de nuevo, agachando la cabeza—, no pude derrotarte, no pude aniquilarte, y ahora, ahora mi padre... Él...
Qí Xiǎotiān, titubeando, colocó una mano en la mejilla de Red Son y apartó las lágrimas que comenzaron a caer, acariciando la cicatriz en forma de cruz. Quería que Red Son se sintiera a salvo, que estuviera a salvo, a su lado. Quería hacerlo olvidar todas esas palabras hirientes de su padre, los constantes falsos recordatorios de que era un fracaso, un inútil. Sabía que eso no era posible ahí mismo, que no era inmediato.
Se preguntó, mientras volvía a abrazar a Red Son, si esa era la razón por la que se reunía con extraños. Para sentir que era capaz de hacer algo bien, de complacer a alguien, para escuchar palabras reconfortantes, para sentirse en control. Una sensación desagradable recorrió todo su cuerpo de solo pensar en eso y apretó los dientes, tratando de controlar su enojo aflorante dirigido hacia Demon Bull King, hacia Princess Iron Fan, hacia cualquiera que hiciera sentir tan miserable a Red Son, incluído él mismo.
—Red Son. —Habló cuando el silencio comenzó a parecerle insoportable, con la intención de decirle lo fuerte y poderoso que era; que no era un fracaso, ni un inútil, que de ahora en adelante siempre podría contar con él, pero las palabras que salieron de boca fueron completamente diferentes: —Tú eres perfecto. Lo eres para mí.
Chispas empezaron a aparecer ante sus ojos, provenientes del cabello de Red Son, al mismo tiempo que parecía que la habitación aumentaba de temperatura apesar que desde la puerta de su balcón entraba el viento de la noche.
Red Son se apartó de nuevo, para mirarlo a los ojos. Su rostro estaba más relajado, la tristeza se desvanecía poco a poco mientras su expresión regresaba a la que ya estaba tan acostumbrado a ver y que, sinceramente, adoraba.
—Xiǎotiān —murmuró—, bésame antes de que me arrepienta de haber venido contigo.
Lo beso como quiso. Primero en las mejillas, que con cada beso se iban pintando de un color rojizo, después en la comisura de la boca. No se atrevió a besar a Red Son en los labios hasta que éste hizo con la garganta un sonido de impaciancia. Lo besó lento, disfrutando cada segundo que pasaba lo cálidos que eran los labios de Red Son, lo demandantes que eran, mientras sonreía bobamente, todavía eufórico de haber escuchado su nombre del demonio que tanto amaba.
Las manos de Red Son se deslizaron desde su cuello hasta su pecho y esta vez Qí Xiǎotiān no lo detuvo. Tampoco lo detuvo cuando llegaron hasta sus shorts de pijama y acariciaron la parte donde su piel y la tela se juntaban. Respondió a esa caricia moviendo sus propias manos hasta la cintura de Red Son, dando un ligero aprentón. Red Son jadeó.
—Um, Red Son —susurró.
—¿Shènme?
Dudó unos segundos, antes de continuar.
—¿Podemos ir a la cama? Me duele la espalda.
Red Son lo miró en silencio, incrédulo, antes de resoplar, fastidado. Qí Xiǎotiān le dedicó una sonrisa apenada.
Red Son se puso de pie y caminó hasta la cama, sin mirarlo, para luego acostarse boca arriba. Qí Xiǎotiān lo siguió y se posicionó encima de él. Su cuerpo temblaba de anticipación, pensando lo mucho que haría gemir a Red Son y gritar su nombre, que lo haría olvidar todo lo malo aunque fuera solo lo que quedaba de noche.