—Ponte donde más te sientas cómodo, compañero —dijo Starlo, mientras Dalv contemplaba la habitación con ojos cautelosos al entrar.
Estaba en el hogar de Starlo. No la «guarida» que compartían los Cinco en el Salvaje Este, a la que creyó era donde terminarían yendo. Lo tomó por sorpresa ver que Starlo lo guió hasta la granja —a la que ya estaba bastante acostumbrado cuando menos de vista— y luego al interior de la casa, donde saludó a los padres de Starlo apresuradamente, con la timidez que la mera idea pronta a realidad de estar a solas le causaba, antes de que lo llevara escaleras arriba, disculpándose por cualquier clase de desastre que hubiera en la habitación.
Era una habitación adorable.
Se detuvo a unos cuantos pasos del buró al lado de la litera, con la cabeza y mirada levantadas hacia las estrellas que decoraban las paredes, lo suficientemente distraído en la leve luz que emitían en contraste con la iluminación que entraba desde la ventana como para haber notado el cierre de la puerta y los movimientos de Starlo detrás de él.
—Podemos empezar cuando quieras —la voz clara y fuerte de Starlo lo sobresaltó, haciéndolo girar sobre sus talones—. Estoy listo cuando tú lo estés.
Le llevó un latido darse la vuelta para encontrar que la respiración se le atoraba en el pecho al toparse con Starlo sin el poncho, sombrero y guantes. Ni siquiera el sofocante calor que emitía la Piedra Ardiente cerca del Salvaje Este lograba que se quitase alguna de esas prendas. Así que verlo así, con solo la camiseta abotonada que dejaba en claro el empeño que ponía para estar en buena forma, comenzaba a producir una extraña sensación en el estómago de Dalv. Pero en lo que realmente acabó por fijarse, lo que le cerró la garganta por completo, eran esas manos desnudas. Eran grandes incluso sin una tela que las cubriera y largas y atrayentes, porque desde las gruesas muñecas hasta el final de los dedos, eran el mismo tono turquesa que las puntas de la cabeza de Starlo.
Al cabo de un par de angustiosos segundos, manejó el forzar una respuesta verbal:
—Sí.
—Aunque tendrás que quitarte la capa por unos momentos.
Aquellas palabras quemaron de vergüenza el rostro de Dalv, más por la obviedad resaltada que por la acción solicitada en sí misma. En medio de su aturdida mente, la voz interna de sus pensamientos le gritaba que mirase a Starlo, que levantara la vista y lo mirase directamente a los ojos para que no comenzara a hacer preguntas sobre el posible desastre que debía ser la expresión de Dalv.
—Po-por supuesto —dijo.
Dalv agachó la cabeza, dejando que algunos mechones de cabello cayeran hacia delante y le ocultasen el rostro, los ojos demasiado tímidos para ver el rostro ajeno frente a él pero lo bastante atrevidos para seguir manteniéndose sobre las manos de Starlo. Y Starlo lo observaba, de eso no le cabía duda alguna. Podía sentir su mirada fija en él —en su rostro, probablemente—, podía sentirlo irradiar una sonrisa que, por su propio bien, optaba por pensar era de resignación ante sus torpes dedos que luchaban por deshacer el nudo que mantenía su capa en su lugar, ante sus letárgicos movimientos de dar dos pasos al frente y tenderle la prenda en una mano ya lista para recibirla.
—Muy bien. —Starlo ahora sujetaba en la mano una cinta de medir. —No llevará mucho tiempo, lo prometo.
Oh, lo mucho que Dalv deseaba que el tiempo fuera el verdadero problema.
—Um, ¿me doy la vuelta…? —La pregunta era más bien petición a la vez que aviso; estaba ya listo para girarse de vuelta, para cambiar la posición y el peso de sus pies, ante la más mínima señal de afirmación que Starlo le diera.
Pero Starlo negó con la cabeza y dijo:
—No hay necesidad, primero tomaré las medidas de tu pecho. —Estiró la cinta de medir entre sus dos manos. —Así que necesito que levantes los brazos.
Dalv se mantuvo quieto, aferrándose con la mirada al cuadernillo abierto que estaba al lado de la máquina de coser, pensando en relajarse, en enfriar en su rostro, desacelerar su pecho mientras las manos de Starlo se deslizaban por debajo de sus brazos apenas levantados y acomodaban la cinta sobre su pecho, como si la presión de los nudillos ajenos no le hicieran más evidente los latidos ralentizados contra su pecho, de repente un dedo hacía presión colándose entre la cinta y su espalda, moviéndose de un lado a otro, y tan rápido como el estremecimiento ante el súbito roce le recorrió la espalda, el dedo se retiró al igual que la cinta y Starlo daba un paso hacia atrás.
Dalv estaba meramente asimilando la idea de las manos ajenas en su piel sin considerar la ropa, cuando Starlo se acercó por detrás, sin previo aviso, sin tiempo que ofrecerle para relajar su cuerpo o aliviar la tensión de los hombros que Starlo ya se encontraba midiendo.
—U-um —tragó saliva para aclarar su garganta—. ¿No vas a… a anotar las medidas?
La mano de Starlo se desplazó por la espalda de Dalv, recorriendo esta vez la línea del hombro derecho y extendiendo la cinta desde ese punto hasta la muñeca. Dalv se encontró levantando el brazo, siguió el movimiento por simple inercia antes de que hubiera una petición verbal, ofreciéndoselo a la brillante sonrisa de Starlo, quién negaba con la cabeza a lo que se le había dicho.
—No te preocupes, compañero. —Volvió a retirar la cinta, haciéndose un poco a un lado. —Tengo buena memoria.
A Dalv le llevó un momento asimilar la respuesta, el reconocerla de alguna manera, no porque dudara de lo que Starlo había dicho —en realidad, nunca dudaba de él—, sino porque ahí se esfumaba su último intento de encontrar algo de espacio, por diminuto que fuera, para relajarse adecuadamente. Algo difícil de hacer cuando su cuerpo irradiaba sofocante adrenalina en respuesta incluso al rastro del contacto de Starlo.
Comenzaba a bajar los brazos, pensando en aguantar —y cómo— sus propias reacciones solo un poco más, cuando sintió un movimiento repentino a su costado, un choque en la parte superior de su espalda, un desliz en su vientre; la barbilla de Starlo estaba por encima de su hombro y los brazos de Starlo lo rodeaban por detrás, envolviendo la cinta en su cintura.
Dalv soltó un hipido y se echó hacia atrás antes de poder detener el movimiento, antes de caer en el pecho de Starlo.
—¡Epa! ¿Estás bien?
—¡Estoy bien! —balbuceó tan rápido como pudo mientras se enderezaba, buscando una excusa que poder soltar—. So-solo me tomaste por sorpresa, pensé que habías terminado.
—Me disculpo, Dalv, debí haberte avisado, ¿no? Ya acabo, no te preocupes —el atisbo de preocupación se desvanecía poco a poco, dando pie a su voz clara y alegre—, lo haré tan rápido como desenfundo mi pistola.
Dalv asintió y murmuró un «no hay problema», levantando esta vez los brazos completamente, pero con la mirada sostenida en la periferia, siguiendo sin querer ya no solo con la piel el reanimado contacto de Starlo.
El suave agarre que la mano derecha de Starlo mantenía en su cintura se prolongó brevemente, como para asegurarse de que Dalv estaba cómodo con ello, antes de volver a ser suave, firme e increíblemente estable en comparación con los pensamientos apresurados de su mente. No había —no que pudiera percibir— ningún rastro de insinuación; el contacto de Starlo era metódico, sereno, cuando estiraba y ajustaba la cinta métrica. Ser consciente de ello, sin embargo, no le impedía sentir la anticipación que calentaba su cuerpo, como si su magia se hubiera vuelto en su contra desde su interior. Pero sabía por qué. Sabía cómo se sentía, respecto al contacto, respecto a Starlo. Le presionaba fuerte en el fondo de su mente y le oprimía pesado el pecho, al igual que la vergüenza de sus propias reacciones, que ahora eran la combinación perfecta de su descuido incontrolable y el escozor de reprimirse a sí mismo, física y mentalmente.
Así que cuando Starlo volvió a hablar —apenas unos segundos después de disculparse—, Dalv estaba tan ocupado concentrándose en no enfocarase en nada, que tuvo que girar la cabeza hacia un lado para prestar atención al hecho de que Starlo le había preguntado algo, que ya había terminado con su cintura y se disponía a medir su cadera.
—¿Perdón?
—Solo asegurándome de tus gustos —el tono casual de Starlo le indicó que no se había dado cuenta de su distracción—. ¿Prefieres el violeta, sí?
La pregunta, con la ligera inflexión de duda, como si buscara confirmar su suposición, provocó una leve sonrisa en los labios de Dalv y relajó un poco su cuerpo. No lo suficiente como para impedirle notar que la mano izquierda de Starlo estaba ligeramente más elevada que la derecha sobre su cadera, pero sí lo bastante como para encontrar su voz sin prisas ni temblores.
—Sí, los tonos más claros. Y el magenta, en todos oscuros —respondió, y ante la nimia sensación de estar pidiendo demasiado, aclaró: —Creo que me sientan mejor...
Starlo retiró la cinta y empezó a caminar; seguía sonriendo cuando se detuvo justo a su lado, y cuando Dalv le preguntó con la mirada si ya podía bajar los brazos, Starlo le hizo un rápido gesto de asentimiento con la cabeza mientras abría la boca para decir algo:
—Los luces de maravilla, te digo.
No lo que esperó oír.
Y Starlo continuó.
—No he conocido a ningún otro monstruo al que le queden bien como a ti.
Por un momento, Dalv solo se quedó observando: observando la gentil figura que tenía a su lado, la forma en que se le suavizaban los ojos tras esos grandes lentes, la forma en que la boca esbozaba una sonrisa bastante tímida después de decir eso con tanta sinceridad. No fue hasta que parpadeó —con fuerza— que se dio cuenta de que debía decir algo en respuesta. Abrió la boca, sintiendo el roce de sus propios colmillos por lo aparentemente lento que estaba reaccionando.
—Gra —su garganta estaba seca—, gracias, Starlo.
Era todo lo que podía y quería decir, en su estado. Era consciente de que si se atrevía a abrir la boca de más, solo escupiría cosas como que Starlo también luciría bien esos colores, o cualquier color en realidad, porque era atractivo y estaba en buena forma bajo toda esa ropa, y era amable cuando lo escuchaba y gentil cada vez que lo elogiaba y lo animaba a abrirse poco a poco, y tan generoso que se ofreció a hacerle un traje completo sin esperar nada a cambio, y estar completamente solo y tan cerca y sentir que lo tocaba estaba haciendo cosas a todo el ser que era Dalv. Así que se calló, sin dejar de mirar a Starlo. La sonrisa de Starlo tembló un poco y levantó una mano que se quedó congelada en el aire solo un segundo antes de aterrizar en la nuca.
—Je, solo digo la verdad. —Tomó de nuevo la cinta con ambas manos. —Solo me falta tomar las medidas para el pantalón.
Dalv no movió la cabeza, no se atrevió a siquiera parpadear, mientras Starlo se arrodillaba frente a él; mantuvo las manos abiertas y los brazos quietos, evitando hacer cualquier movimiento que lo obligara a reconocer la posición de Starlo de algún modo o que obligaran a Starlo a mirar un poco hacia arriba, hacia la inmensa fuerza de voluntad reflejada en calientes mejillas que Dalv estaba empleando, incluso cuando sentía el prudentemente distanciado roce en su muslo, que le hubiera causado cosquillas si su cuerpo no estuviera tensándose como la cuerda de un piano, descartando los temblores que luchaban por debilitar sus rodillas.
—Bien. —Starlo se puso de pie, tono de voz satisfecho. —Todo listo, compañero.
—Oh —suspiró algo de la tensión de su cuerpo, dejando por fin que sus dedos se enredaran en los volantes de su camisa.
Siguió con la mirada el caminar de Starlo hasta la mesa, el ágil movimiento con el que enrolló la cinta métrica antes de dejarla y tomar la capa para darse la vuelta y tenderla en su dirección con un «aquí tienes». Extendió la mano en reflejo, pero cuando sus dedos apenas rozaron los de Starlo vaciló hacia atrás, impulsado por el hormigueante contacto remanente, por la sensación de su piel enrojecida.
Starlo no se inmutó frente a él, expresión clara y sonrisa brillante como el propio brillo de los lentes que usaba. Fuera por genuino o pretendido despiste, Dalv lo agradeció en silencio mientras acomodaba y alisaba la capa sobre sus hombros, haciendo el mayor intento por simular la más mínima pizca de compostura, que era mucho más fácil con Starlo a pasos de distancia —se había dado la vuelta de nuevo—, aunque cada aunque cada mirada en su dirección lo encorvaba un poco más hacia adelante., como si eso lo fuese a esconder de su propia pena.
—Trataré —empezó Starlo, una vez vestido de nuevo con su poncho y sus guantes— de tener tu traje listo para tu próxima visita.
Dalv desvió su mirada por breves instantes, esbozó una sonrisa cortés en lugar de doblegarse ante los pensamientos que tensaban las comisuras de su boca.
Una visita que no tardaría en llegar, a pesar de todo.
—No necesitas presionarte.
—Lo sé —la admisión cargaba fuerza, aun cuando las palabras eran suaves—, pero quiero hacerlo.
»Tú —siguió Starlo al mismo tiempo que llevaba el sombrero a su cabeza, arrojando la usual sombra sobre sus ojos— lo mereces.
Sus ojos se abrieron de par en par, su alma dio un vuelco al escuchar el eco de aquellas palabras y un suave pero ahogado sonido de exhalación escapó de su boca —al menos era mejor que un balbuceo incoherente. El tono sincero y la compostura aparentemente imperturbables de Starlo cambiaron cuando inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado en respuesta a su silenciosa reacción.
—¿Quieres que te acompañe a la estación, compañero? —preguntó con delicadeza.
Dalv reprimió la necesidad de averiguar qué tipo de expresión estaba haciendo como para que Starlo la hubiera confundido con cansancio, en su lugar asintió vigorosamente con la cabeza para aceptar la oferta de Starlo y caminó para ponerse al paso junto al otro.
—Gracias por todo, Starlo.
Starlo le sonrió, se inclinó el sombrero y ambos salieron de la habitación.