Tu sonido, mi cuerpo

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Advertencias:

Sexo a distancia por reloj interdimensional, masturbación.

Descripción:

Hobie encontró la manera de aprovechar mejor su descanso, aun si Pavitr no estaba físicamente a su lado.


Fue el rechinido de la cama el colmo. No podía desperdiciar su hora de descanso así.

Hobie alejó la mano de su vientre para activar el comunicador del reloj interdimensional —debió habérselo quitado hacía horas— antes de que pudiera siquiera pensarlo bien.

Dos semanas ya.

Podía no creer en la acumulación de riqueza pero, oh, vaya que creía en la acumulación de otras cosas. Era un hombre de necesidades, sabía que no podía darse un buen adjetivo por ello.

Dos semanas de no ver más que la ausencia de Pavitr. Ni un cabello, ni una mueca. Claro, de nadie era la culpa —al menos ninguno de los dos, porque podía pensar a quién echársela—, Pavitr era el único súper-algo de su mundo, el genio de ingeniería de la Sociedad y, sobre todo, un matadito universitario. Su plato estaba más que lleno. No era como si el suyo no lo estuviera, perdió la cuenta de las veces que había tenido que salir por urgencias en medio charlas y reuniones en la Sociedad, pero al menos tenía a su Spider-Banda.

No era la primera vez que esto pasaba, el no ser capaz de verlo. No sería la última, contaba con eso. La aceptación no le quitaba a la realidad ser una puta mierda, de todos modos. Una mierda que estaba reflejada en la luz azul del reloj. Una mierda que pretendía arreglar, si Pavitr putas contestaba.

Sus oídos lo captaron antes que sus ojos. Una transición cortada de suave estática a un suspiro al otro lado de la línea, débil e inconfundible. Cero segundos pasados y ya estaba sonriendo como idiota, ignorando por completo que no sabía qué cojones iba a decir.

—¿Olvidaste lo que es una zona horaria?

Inconfundible era también el tono de irritación en esa pregunta. Dejó descansar el brazo en su pecho, el primer y verdadero respiro de alivio se lo estaban dando esas palabras, al igual que la consecuencia natural de no haber pensado con su cerebro. Sí. Ahora que veía el reloj, como quien intentaba fingir que algo no estaba en su periferia, le aterrizaba el hecho —lo olvidaba pocas veces, porque era su constante martirio— de no solo vivir en Tierras diferentes, sino países diferentes también. No pudo haber adivinado aunque así lo hubiera querido por la desesperación.

—Hola a ti también. No lo olvidé —respondió confiado, demasiado como para que Pavitr pudiera creerle—. No sé calcularla, cosa distinta. —El resoplido de Pavitr le daba la confirmación. —¿Qué hora es allá?

—Son las tres de la mañana. —Pavitr arrastraba cada palabra guturalmente. Hobie quería creer que era porque seguía adormilado, y no como una manera para que le quedara bien en claro que fue él quien lo despertó. —¿Qué quieres?

—Escuchar tu voz.

Escuchó una fuerte inhalación, el sonido de cabello rozando tela, y la culminación de todo eso en un resoplido que negaba una risa. Hobie podía verlo sin cerrar los ojos, las cejas fruncidas, la mueca en los labios, completa incredulidad en aquel rostro; Pavitr acostado en la cama, bocabajo —porque definitivamente esa era la mejor elección—, mirándole con una frustración que escondía la diversión en sus ojos.

Mierda. La urgencia le comenzaba a calentar las puntas de los dedos, como el cosquilleo por falta de movimiento. Un muy específico movimiento.

—¿No pudiste esperar un par de horas más?

—No.

Se oyó un gruñido sin palabras.

—Vamos, no seas así, no necesitas sueños de belleza.

Una risa genuina estalló en luz azul, ahogada al instante por, quizá, una almohada o su mano. Hobie dejó que ese sonido lo envolviera. Podía no ser palabras, pero la risa seguía siendo conexión, y la confirmación —probablemente— accidental de que Pavitr no iba a colgar.

—Lo que necesito es descansar —tosió lo que le quedaba de risa—. En silencio.

—Hmm… —Hobie entrecerró los ojos aunque Pavitr no pudiera verle el puchero, era una reacción que ya le venía al natural cuando le culpaba de las cosas más inocuas. —¿Intentas implicar algo?

Era casi imperceptible, difícil de distinguir entre la leve estática del reloj interdimensional, pero Hobie ya había refinado a la perfección su Pavitr-Radar, y era capaz de escuchar el movimiento de cabeza al otro lado de la línea e imaginar las cejas levantadas en fingida inocencia. Su turno de resoplar una risa a medias hacia el techo.

Por mucho que estuviera disfrutando de por fin escuchar los para nada ofensivos insultos de Pavitr, no tenían mucho tiempo para seguir con una charla como esta. Necesitaba acelerar el paso.

—¿Qué tal todo por allá? —Se acomodó, doblando y separando las piernas. —¿Hordas de demonios? ¿Dioses secuestrándote para que repruebes exámenes?

—Nada diferente a un jueves cualquiera. —Detrás del tono de burla en esas palabras, estaba el sonido de la cama de Pavitr, el rechinido cuando hay un cambio de peso. —¿En serio solo llamaste para escuchar mis quejas sobre que me llamaste, Hobart Brown?

—No escucharía tus quejas si no hubieras contestado, Pavi.

Una sonrisa comenzaba a formarse en sus labios cuando el silencio ante su respuesta cargaba el peso de haber ganado una especie de discusión, aunque la remontada a lo suyo fuera por demás obvia. El suspiro que le llegó a los oídos al poco tiempo era la otorgación de victoria. Casi lo hizo regodearse como lo hacía cada que termina de patearle el culo a un grupo de nazis, pero se detuvo. Acelerar el paso, claro. Se limitó a dar una buena bocanada de aire, como si el que entraba por la nariz no fuera suficiente para preparar lo que iba a decir a continuación.

—Te extraño.

Pavitr inhaló rápido, como si se hubiera tragado un par de palabras por la sorpresa.

—Lo sé —dijo, en un susurro que le parecía ser suavidad demasiado honesta, como si quisiera evitar que alguien más escuchara—. También me siento solo, Hobie.

Hobie cerró los ojos.

Carajo.

Por primera vez le gustaría que la puta araña de desechos tóxicos le hubiera dado también poderes telepáticos, porque de otra forma no estaba encontrando la manera fácil, que no lo haga quedar como un imbécil, de comunicarle a Pavitr la complejidad que ahora mismo le revolcaba la cabeza como un cerdo. No quería arruinar el momento sentimental. No quería, tampoco, continuar con una charla así y haber despertado a Pavitr solo para que escuchara su soledad. Definitivamente él tampoco quería que esta llamada solo le dejara esa amargura y la sensación de lo vacía que estaba su cama, en más de un sentido. Tenía que cambiar de tema. Tenía que quedar como el imbécil que empezó la llamada con un solo propósito en mente.

Abrió los ojos y los hizo a un lado, evitando mirar algo por mucho tiempo. Por alguna razón no quería mirar el techo, como si mantener la visión ahí arriba le diera más conexión con Pavitr y así la vergüenza incrementara más. Con la mano donde no estaba el reloj, se sacudió polvo imaginario del pantalón abierto que aún tenía puesto.

—Entonces… —Tragó el gallo que casi se le salía. —¿Qué usas como pijama, Pav? Me picó la curiosidad.

—¿Qué clase de pregunta es-?

Pavitr hizo un sonido con la garganta que no podía definir bien, un sonido que estaba en medio de sorpresa, incredulidad e indignación. No quería ni imaginarse qué cara estaba haciendo.

—Hobie —la pausa después de su nombre no debería sentirla tan severa—, ¿estás intentando tener sexo por llamada conmigo?

Bueno. ¿Había razón para negarlo? No. ¿Podía fingir demencia y que la pregunta era de lo más inocente, cuando en realidad estaba acostado en su propia cama casi desnudo, con la conciencia clarísima de que masturbarse con solo su imaginación no había dado los mejores resultados y por eso lo llamó? Tampoco. Solo le quedaba asegurarse de algo, de eso dependía cómo formular un plan sobre la marcha.

—¿Está funcionando?

—He bhagavaan. —Escuchaba un movimiento, lo que probablemente fuera una sábana sacudiéndose. —Pudiste haberlo dicho desde el principio.

—Pavitr, no te mientas, me hubieras colgado después de una maldita fracción de segundo. —Puso los ojos en blanco y lo acompañó con un resoplido, para que Pavitr pudiera oír ahora su incredulidad. Eso no quitó la prisa con la que preguntó: —¿Entonces sí quieres hacerlo o…?

Pavitr tardó en responder.

—Muy tarde para echarse atrás, supongo.

Si Hobie no estuviera ocupado metiéndose la mano libre dentro del pantalón, lo más probable es que hubiera hecho su gesto de victoria. Rio ante su propia tontería, algo débil. Hacerlo mentalmente tendría que bastar, porque definitivamente no va a arruinar este preciso momento. No necesitaba hablar, aunque nunca —mucho menos él— hicieran esto en silencio, tampoco escuchar los susurros de movimiento al otro lado de línea para saber que Pavitr estaba haciendo lo mismo que él; la carencia de placer que había antes de hacer la llamada se esfumó tras escuchar el siseo de Pavitr, el sonido que siempre hace cuando se muerde el labio inferior, cuando él se tomaba el tiempo de acariciar la piel con las yemas de los dedos.

—Hey, Pavi —el impulso de urgencia hizo que hablara con demasiada rapidez, carraspeó para no atragantarse—, ¿sigues teniendo mi chaleco, no?

—Sí…

La respuesta tembló incluso en la luz que salía del reloj. Hobie no podía estar seguro de si el temblor era por lo que Pavitr estaba haciendo —que sin necesidad de cerrar los ojos podía imaginar—, o si era el temblor de confusión, de curiosidad instintiva interponiéndose en lo que debería haber apagado los motores de su cerebro. Cualquiera que fuera la correcta interpretación, no importaba mucho. Inclinó su mano, desde hacía segundos por debajo de sus bóxer, para estirar la tela mientras la empujaba para por fin quitarse la ropa que seguía estorbándole.

—Y recuerdas la vez en el laboratorio.

No necesitó preguntar eso, así que no lo hizo. Pavitr tomó aire demasiado cerca del micrófono y soltó un leve jadeo de afirmación.

—Hmm.

La mano de Hobie se contrajo en su muslo, sangre hirviéndole en la tensión de los dedos, con ganas de una vez por todas enroscar los dedos en su verga y así lo hizo. Lo que planeó como un deliberado movimiento lento se derritió en su mano con el primer estímulo hacia abajo. Apretó los dientes, obligando al sonido que salía de su garganta pasar por un gruñido más que el gemido que realmente era.

—Siempre he querido cogerte como esa vez, mientras tienes mi chaleco puesto. —La admisión de que ha fantaseado con eso más veces de las que estaba dispuesto a admitir en voz alta. —Si estuviera allá, Pav, no tienes ni idea de todo lo que te haría.

Al movimiento de su muñeca y de sus dedos deslizándose por la longitud de su verga, de su pecho intentando sincronizarse con la pesadez del aire, se le unió la súbita respiración entrecortada de Pavitr. Cerró los ojos al instante, sin pensarlo pero queriéndolo, porque detrás de sus párpados estaba Pavitr moviéndose contra las sábanas, bocabajo, alzando las caderas y el culo hacia atrás cuando no quería decir nada pero sí que quería rapidez.

La seguridad que le daba la fantasía lo hizo continuar:

—No estaría hablando, ¿sabes? —Una media verdad que siempre motivaba a Pavitr. —Solo tendría mis manos en ti, mis dedos dentro tuyo, moviéndolos como tanto te gusta.

—Continúa.

Pavitr exhaló la orden con fuerza contra el micrófono. Una exhalación que la imaginación de Hobie transformó en el temblor de unos fuertes muslos y una mano aventurándose entre glúteos. Podía venir el bastardo del futuro y freírlo con un rayo si Pavitr en serio estaba haciendo eso. Necesitaba saberlo, quería tanto que fuera así, porque Pavitr le perforaba los oídos con esas exhalaciones arrítmicas de tensión y alivio, que serían inalterados gemidos si estuvieran en la misma habitación, si Hobie pudiera tomar con sus manos esa cintura y jalarla hacia atrás, si el rechinido de la cama fuera por el peso de dos.

—Mierda, Pav —Hobie tragó la humedad que hizo al nombre salir como una imploración—, ¿qué estás haciendo? Vas a despertar a-

—Querías escucharme, ¿no?

—Carajo.

Un flash de ojos castaños en su sobrecalentada imaginación hizo palpitar su verga.

Hobie respiró con fuerza, el aire ardiéndole en los pulmones con cada inhalación, a destiempo con los jadeos de Pavitr, ahora las riendas que controlaban el cómo movía la mano sobre su verga, cada flexión de muñeca, cada desliz de dedo esparciendo el presemen.

—Si estuvieras aquí podrías callarme, Hobie. —Cada palabra tenía una inflexión aguda, le costaba hablar. —Con tu mano, o con tu-

Sí, con su verga. Hobie amaría tener los labios de Pavitr en ese momento, el intenso calor húmedo de la lengua, el movimiento de dedos delgados en la base, en sus testículos. Y estaba eyaculando, sin duda alguna, gimiendo el sonido de un nombre casi coherente mientras al otro lado de la línea había una respiración desesperada por callarse, deliberadamente más fuerte de lo que debería, el placer negado en dos semanas infortuitas.

Guardó silencio, disfrutando el hormigueo en su cuerpo que se sincronizaba con las inhalaciones de Pavitr, hasta que tuvo el control de su voz.

—¿Tienes sueño?

El sonido húmedo tenía que ser Pavitr lamiéndose los labios, por su propio bien.

—Son las cuatro de la mañana.

Hobie le sonrió al techo, ante el afecto inadvertido que había en esas palabras.

—Eso es un sí.

Era un «sí» también para él. El descanso de Pavitr iba a continuar, pero el suyo estaba a punto de terminar y no quería a Riri o a Karl abriendo la puerta para encontrarlo en pelotas. Quería ahorrarles a ellos las explicaciones que estaría encantado de dar.

Abrió la boca, solo para que Pavitr le robara las palabras.

—Descansa, Hobie. Nos vemos mañana.