Sorbe, quema tu garganta

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Advertencias:

Glory hole, descripciones explícitas de felación y semen.

Descripción:

Pavitr descubre algo que absolutamente quiere.


Sus rodillas comenzaban a doler, clara señal de que debía irse pronto. Si nadie más llegaba en contados cinco minutos, haría su rutina para dar el día por terminado. Quería ser capaz de caminar sin que nadie hiciera conjeturas de ningún tipo —lo había conseguido hasta el momento, por fortuna—, así que optó por sentarse con las piernas cruzadas mientras masajeaba su rodilla izquierda, aunque eso lo obligara a tener que estirarse para que nada que pudiera entrar por aquel agujero en la pared le picara un ojo por accidente.

El suelo de un baño público —«público» porque cualquier Spider-Man podía usarlo— no era la superficie más higiénica de cualquier mundo sobre la cual sentarse, pero al menos no había nada que pudiera mancharle su pants dhoti. Se aseguraba de eso. Porque Pavitr tragaba.

Siempre tragaba.

No tenía porqué hacerlo. Estaba muy al tanto del sentido común que envolvía este pasatiempo —a falta de una mejor palabra—, pero lo ignoraba activamente. Después de todo, Otto había insistido en hacerle un análisis médico exhaustivo a cualquiera que se uniera a la Sociedad —no necesariamente por preocupación de la salud ajena—, así que habiendo revisado todos los expedientes a los cuales tenía acceso, Pavitr podía decir que estaba libre de toda desagradable sorpresa.

Por supuesto, no podía descubrir quién era el Spider-Man de turno buscando una manera fácil, rápida y libre de juicio para aliviar el estrés del trabajo. Siendo honesto, tampoco lo quería descubrir. Solo estaba seguro de que estaba seguro. Lo único que sí descubrió era que muchos de ellos necesitaban hidratarse mejor —no podía opinar nada sobre las dietas—, el regusto y textura del semen era, a veces, poco tolerable. Una lástima que no pudiera decírselo, no sin sacrificar por completo la «magia» de ser anónimo para ambas partes.

Comenzaba a aburrirse, con su cabeza acurrucada en su mano, no habiendo pasado aún los cinco minutos autoimpuestos. El pensamiento de irse de una buena vez cruzó su mente, y casi se ponía de pie, hasta que su sentido arácnido avisó de alguien acercándose. Se congeló justo como estaba.

El rechinido de la puerta al abrirse hizo eco, al igual que los pasos fuertes. Podría estar haciéndose notar, no sería la primera vez, así como bien podría ser su manera natural de caminar, ignorante de la verdadera razón por la cual la puerta de una cabina hasta el fondo estaba cerrada.

Esperó.

Las probabilidades de que alguien llegase a ese baño en específico para el, uh, «servicio» anónimo eran bajas. Redondeando, los registrados en la Sociedad Arácnida eran unos mil; entraba al baño, por las horas en las que Pavitr estaba ahí, un aproximado de treinta y dos por día —eran los baños más alejados de todo, en su área de ingeniería—, y de esos treinta y dos, solo diez a once solían irse con el «servicio» dado. Entonces, solo treinta y un por ciento. En general, apenas el uno por ciento. Y por supuesto que estaba distrayéndose haciendo matemáticas, la espera por confirmación era más frustrante que el aburrimiento.

Pavitr escuchó agua correr. El sujeto se estaba lavando las manos o algo. Suspiró lo más bajo que pudo, liberando la tensión de su cuerpo. De nuevo, solo uno por ciento.

Los nervios ya no lo carcomían tanto como cuando había comenzado a hacer esto. A veces, el miedo de ser descubierto solo lo atacaba al día siguiente cuando un miembro lo miraba por más de un segundo; otras veces, lo atacaba en el mismo instante, la idea de que alguien abriera la puerta de golpe no lo hacía producir adrenalina de buena manera. El miedo no lo tenía en ese instante, aun así, hizo esfuerzo consciente de reprimir el sonido de su respiración.

El agua dejó de correr.

El sujeto comenzó a caminar de nuevo, pero no salió, se acercó a las cabinas. Abrió la que estaba al lado. Dio un paso. La cerró.

Pavitr casi se convencía de que esa cabina era solo la favorita del tipo —la carencia de los típicos leves sonidos de alguien quitándose spandex y erectándose era otra señal—, la erección que se asomó por el agujero que tenía justo al frente le detuvo ese proceso de suposición. Detuvo todo proceso mental, en realidad.

Era grande, de piel oscura.

El corazón acelerado le regresó la sangre al cerebro.

Hobie. Le recordaba a Hobie. Hobart Brown. Spider-Punk.

No podía ser él.

Era todo lo opuesto a inocente, pero a los ojos de Pavitr, Hobie era demasiado bueno como para ir a un baño con la finalidad de que alguien se la chupara —Pavitr también debería ser demasiado bueno como para chuparla, y aun así… Imposible de imaginar y lo estaba imaginando, a Hobie al otro lado de la cabina con una sonrisa estúpida para él.

Pavitr se lamió los labios y se estiró por encima, abriendo la boca. Dejó que el exceso de saliva acumulada en meros segundos cayera en el cuerpo del pene, mientras movía las manos de arriba hacia abajo en círculos. No se detenía a hacer estas cosas, en lo absoluto, pero podía darse pequeños caprichos. Respiró aire caliente contra la punta del glande antes de juntar sus labios en ella y se inclinó hacia delante, introduciéndola en su boca. Ya salivaba antes, pero el espeso sabor del sudor en piel humana lo hacía salivar más.

Se concentró en la sensación de llenura en su boca, antes de recorrerla hacia abajo; y también en la pesadez húmeda y salada en su lengua, antes chupar, enroscándola alrededor de la erección, con un hambre familiar pero distinta que se originaba tanto en su garganta como en su estómago. El repentino, grave, gimoteo ajeno le recorrió la espalda desde la nuca como una vibración crepitante, ruidosa. Cerró los ojos, decepcionado y aliviado a la vez. Esa voz no era la de Hobie, pero eso estaba bien. Podía pretender que esa erección larga y gruesa y pesada en sus manos desnudas y en su boca caliente era la de Hobie, los jadeos por igual. Eso no hacía desaparecer el zumbido que le recorría el cuerpo; excitación, pánico. Era un incentivo, una gran motivación, para finalizar el día de buena manera. Él y el sujeto al otro lado, pero sobre todo él.

Estaba duro. «Chod».

Movió una mano hacia su pants dhoti, lo tomó del elástico al igual que el de su ropa interior y jaló hacia abajo. Sintió su erección palpitar ante el aire fresco del baño. La agarró, comenzando a masturbarse.

No solía ponerse así, no solía erectarse del todo, no lo suficiente para que doliera, gritando por atención con presemen abundante. No era la única parte que reclamaba atención, sin embargo. Se preguntó cómo se sentiría tener dentro suyo, en su trasero, aquella erección que entretenía con su boca. Igual de colmante, de desastroso y mojado, cogiéndolo. Deseó poder mover su otra mano y penetrarse con sus dedos, pero no podía desatender el pene con el que estaba ocupado cuando era imposible metérselo por completo. Su trasero definitivamente no lo haría quejarse.

A la vez que movió su lengua para acariciar el frenillo ajeno, saboreando el presemen en el camino, acarició por igual el suyo, con el dedo pulgar. Ahogó un gemido en la garganta que quizá antes lo hubiera hecho ahogarse y toser. La erección en su boca se tensó y creyó era señal de que el sujeto estaba por correrse, hasta que dio tino del zumbido en su cabeza, demasiado potente para ser emoción. Los párpados le temblaron. Mierda, ¿tanto se había tardado de su habitual tiempo?

Escuchó voces amortiguadas por el sonido de su corazón, pasos ligeros y el rechinar de la puerta principal. Tragó saliva, como si no tuviera la boca llena.

Una risa. Alta y brillante y que le envió un escalofrío hasta su erección. Era Hobie. Estaba muy seguro de que era él y no su imaginación provocándole una fantasía vívida. Abrió los ojos, enfocados con pánico en la puerta cerrada de la cabina, con el enclenque seguro que indicaba que estaba ocupada.

No dejó de chupar, solo lo hizo más rápido; pasó la lengua por el surco, dejó la saliva acumulada desbordar, recorrerle la barbilla, acarició las venas visibles con sus dedos hasta bajar a los testículos. Abandonó su propia erección, moviendo su mano a su trasero, a su entrada. La voz de Hobie, filtrada por el horrible interés de su mente —porque no se iba a enfocar en el sonido de alguien más orinando—, lo estaba acercando a su orgasmo. Los muy leves, ocultos, gruñidos del sujeto al que se la estaba chupando le indicaban que también estaba cerca, y ahora más que nunca quería tragar, quería que el semen caliente, salado y asqueroso le quemara la garganta, le llenara el estómago.

Oh, dios. Haría vagueposting de esto después, era lo más cercano a terapia que tenía. O quizá Cooper estaba disponible para hablar.

Se tensó, se relajó y se conmocionó en un segundo, la fuerza de su orgasmo lo desgarraba por dentro y lo encendía por fuera. Por unos instantes sintió que no podía respirar, ni ver, ni mover nada, indefenso ante la sobreestimulación del orgasmo ajeno en su boca. Su garganta se abrió, autónoma, ante el líquido pastoso como aceite, de sabor salado y a la vez dulce. La sensación descendente en su pecho le causaba espasmos placenteros.

Lo quería todo. Absolutamente todo. Y no tenía que hacer nada más que esperar, confiado en que su boca mojada y caliente era más que suficiente. No planeaba despegarla de aquella erección punzante hasta que la última gota saliera, hasta que pudiera sentir el cuerpo ceder, suavizarse, por mucho que su mandíbula hubiera comenzado a doler. Sus rodillas también. No recordaba haberse puesto otra vez de rodillas. No importaba, de todos modos. Comenzó a mover su cabeza hacia atrás, junto con los sonidos de pasos y voces incoherentes alejándose y cerrando la puerta. Tragó de nuevo y retiró su boca con un sorbo húmedo y una bocanada de aire excesivamente frío para él.

El sujeto dio una última sacudida a su pene antes de retirarlo del agujero.

Un clic. Más pasos, esta vez fuertes, alejándose. El suave desliz de metal liso contra metal liso.

Pavitr suspiró. Se llevó una mano a la mandíbula para sobarla, a la par que se ponía de pie.

Madarchod —siseó entre dientes.

Las articulaciones de sus rodillas le dieron un horrible dolor, breve pero agudo, tuvo que azotar su mano en la pared de la cabina para no caer. Posiblemente el peor dolor que podía sentir, solo superado por una quemadura de tawa. Respiró hondo y miró hacia abajo. La mancha de su semen visible y compartida, tanto en la pared como en el suelo que debía limpiar.

Encontraría una manera de fastidiar a Hobie, solo por eso.