Pasiva atracción, programada reacción

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Advertencias:

Ciclos de celo, descripciones de masturbación, sexo anal explícito sin condón.

Descripción:

Pavitr creyó tener en control su celo. Hobie llegó para probarle lo contrario.


Era mucho más difícil de lo que podía parecer, el estar cómodo con una ambigüedad.

Ambivalencia, sentimientos encontrados. Varias maneras de nombrar lo que Pavitr sentía siendo parte de los web-warriors. Saberse parte fundamental de un grupo, de alguna manera irremplazable. Se encargaron de demostrárselo, Billy en particular. Líder nato sin lugar a duda y el primero —imposible contar a Otto en buena consciencia— en tenderle una mano, muchísimo antes de la formación del grupo. «Nada mal para ser un británico» era un chiste se solía repetirse siempre en pensamiento. Sus habilidades sociales podían ser carentes de vez en cuando, pero no era un idiota.

La compañía era grata.

Sin embargo, había un «sin embargo».

Por muy grata que la encontrara, también podía ser... «Molesta» no era la palabra. Ruidosa, sí. Distractiva también. Acostumbrarse a un caos semi-controlado era un proceso de largo plazo para él. Uno lento, muy lento. Días en los que estar presente era sinónimo de soportar —en especial soportar a Ham y las conversaciones que provocaba, no solo con él, sino con todos los demás— no eran rarezas. Aunque había sido desplazado con cierta facilidad, después de haber derrotado al ejército de Electros. En su mente, cuando menos. Ignorar a Ham, sus físicas corporales, sus no-tan-graciosos chistes, era hábito. Spider-Punk —Hobie Brown—, no, todo lo contrario. Un nuevo elemento en su proceso de integración inacabada, y no sabía cómo lidiar con él. Claro, se saludaban y charlaban por un par de minutos sin problemas; sabían sus nombres, llegaron a trabajar en el mismo equipo alguna vez cuando la guerra contra los Inheritors estalló. Hobie era una persona que en definitiva consideraba bastante genial —un ejército de Electros vencido por el poder del rock era una hazaña genial—, y aun así... era difícil. Su mera presencia era un anuncio de neón contaminante, no podía ser simplemente ignorado. Entraba a un círculo vicioso de frustración por su completa inhabilidad de amortiguar la voz de Hobie en sus oídos —en ese momento podía escucharlo, fuerte y claro, aunque estuvieran muy separados en la cámara de Karn, preguntando si alguien pensaba que un baño era sinónimo de sumergirse perfume.

Hobie era otra ambivalencia, y nada de ello hacía sentido. No podía ser tan diferente de los demás, pero lo era.

—Apestas.

Eso lo hizo parar el movimiento de sus manos, de las que ni siquiera había notado sus movimientos automáticos. Giró la cabeza mientras deslizaba los lentes de aumento avanzado hacia su frente, para encontrar a Ham a su lado, picando las herramientas en la mesa con sus masivos dedos. Cruzaron miradas.

—Dije que apestas —dijo, como si hiciera realmente falta repetirlo.

—Gracias por decirme, Ham —respondió, acercándose las herramientas para que Ham dejara de intentar jugar con ellas. Aunque eso era un movimiento mezquino, ya no las necesitaba para nada.

—¡Ey, lo digo en serio! —Se inclinó hacia la mesa, recargándose en su brazo. —Deberías darte una ducha en alguno de los baños de aquí. Son enormes, cinco veces más grandes que mi apartamento.

No pudo evitar suspirar. Sabía a lo que se refería con «apestar», y nunca antes había deseado que esa palabra fuera más un insulto. Era algo sobre lo que no tenía real control, para su desgracia. ¿Podía moderarlo? Solo hasta cierto punto, pero no hacerlo indetectable. No para Ham, al menos, que era el del excelente olfato. Lo demás no parecían notarlo, ni siquiera Karn —y hubiera preferido que Karn se lo dijera, él solía tener más discreción, muy al contrario de quien tenía al lado. Y si lo habían notado, preferían no decir nada, dejando a Ham como el único importuno.

—Eso no ayuda en nada. —Bajó los lentes avanzados a sus ojos y los ajustó, con la vista en la mesa. —Es algo mucho más complejo que el hedor corporal típico. Una ducha cancelaría el olor por un aproximado de quince minutos, luego volvería al estado anterior.

—Sí, bueno, tómalo como un consejo.

Pavitr resopló e hizo una mueca. Ham se alejó de la mesa, probablemente para regresar con los demás que seguían charlando en el fondo. Concentró de nuevo toda su atención al prototipo de reloj multidimensional que tenía entre manos, o, al menos, toda la atención que le quedaba. Otra distracción en lo profundo de su mente que no podía callar se reproducía con la voz de Ham. Imposible determinar cuál de ambas cosas era la peor.

La verdadera peor cosa era «estar en estro». Y la razón subyacente de ello era «ser omega».

Feromonas. Híper-sensibilidad a los olores. Creciente apetito sexual por un período semi-regularizado. Dolores —porque no había una palabra científica que pudiera encapsular «la imperante sensación de necesitar algo dentro suyo» y tampoco quería que la hubiera— constantes partiendo del abdomen hacía abajo. Mente hiperactiva, luego en blanco. Frustración. Insaciabilidad. Síntomas que ni siquiera los animales experimentaban en época de apareamiento y que se encontró experimentando pocos días después de la lucha contra Nalin Oberoi.

«Fiebre por infección» fue la primera hipótesis, después de todo el estrés podía estallar síntomas así; descartada cuando volvió a experimentar todo de nuevo al mes siguiente, y porque una fiebre fallaba en explicar, para sorpresa de nadie, el apetito sexual y el vacío que ingenuo creyó era hambre.

«Posible enfermedad crónica» fue la segunda hipótesis, descartada por un doctor que catalogó sus dolores como un simple «cuerpo cortado y fiebre». Doblemente descartada cuando cinco doctores diferentes le dijeron, con dolorosa exactitud, lo mismo. Para ese entonces ya había pasado por otros dos estros, hecho a la idea de que no moriría. No por eso, al menos.

La tercera hipótesis, y en retrospectiva la que debió considerar al principio: los síntomas estaban relacionados a los poderes arácnidos. Confirmada, por no otra cosa que el verse —muy personalmente— involucrado en una guerra multidimensional contra sanguijuelas humanoides mejor conocidas como los Inheritors. A eso se sumaron las breves pero grotescas explicaciones biológicas de Otto Octavius y las asquerosas razones que los Inheritors tuvieron para querer exterminar a todos los Totems arácnidos, a todos los Spider-Men, a él. Lo único que agradeció de las múltiples experiencias cercanas a la muerte fue tener un nombre para todo lo que experimentaba.

El estrés acumulado, la fatiga posterior a tan extendido período de adrenalina y el recuerdo como golpe de todos los olores que por alguna absurda razón su sentido del olfato decidió retener, nacidos del hecho de haber estado rodeado en casi totalidad por lo que Otto había explicado eran «alfas» y «betas», resultaron, al momento de apenas pisar el suelo de su casa y caer en los brazos de su angustiada tía Maya, en los peores dos días de su vida después de la muerte de su tío Bhim.

Los constantes cuidados de su tía no ayudaron en lo absoluto. Estuvo presente casi todo el día en su habitación, llevándole comida, poniendo un trapo frío —y agradable a instantes— en su frente, haciendo grata compañía. No pudo aliviarse con ella presente. Se disgustó consigo mismo por el mero hecho de pensar en ello, pero al mismo tiempo cómo podía evitarlo en un estado delirante. Lo que necesitaba no eran analgésicos ni remedios caseros, sino masturbarse. Y en algún momento de lucidez durante esos días que era incapaz de recordar en totalidad, supo darle nombre a lo que sentía, a lo que no sentía, a lo que su cuerpo le gritaba que obtuviera por cualquier medio posible, algo que Otto no mencionó y no podía ni siquiera suponer el por qué: cuadro de abstinencia sexual.

Podía recordar el grito —o mejor dicho, gemido— que salió de su garganta al pensar esas cuatro palabras coherentemente, grito nacido de una profunda vergüenza, porque la sincronización entre su selectiva lucidez mental y su tercer insatisfactorio orgasmo debió ser una pésima broma, de su cuerpo o del enorme multiverso o de ambos.

La Suerte Prabhakar no podía ser peor.

Y para que esa frase no se convirtiera en una ironía ni en una predicción de peores porvenires, no tuvo más remedio que aprender cómo moderar su propio cuerpo. Su tía Maya o Meera Jain le dirían —si tan solo supieran todo, y hacer una confesión sobre sus peculiares y adquiridos problemas no estaba en sus planes a corto ni largo plazo— que no tenía sentido el arriesgar aún más su vida cuando estaba, por ponerlo de alguna manera, convaleciente. Luchar como si estuviera bajo los efectos de alguna droga, que en realidad eran ahora partes naturales de su organismo, sonaba muy poco alentador, en eso estaba de acuerdo. Pero Spider-Man no podía darse un lujo como era el estar dos días en cama sufriendo tanto física como mentalmente. Aprender a balancearse por los edificios de Mumbai mientras acostumbraba todo su cuerpo —en especial su parte baja— fue el menor de los males.

El peor de los males era, en ese preciso instante, seguir filtrando la voz de Hobie por sobre las demás.

Se removió en la silla. Tragó saliva, tensó sus labios.

La voz de Ham en su mente y su propia voz interna intentado callar a gritos a la otra lo abrumaban. Una punzada, un hormigueo, apenas perceptible pero presente lo amenazaba con un nuevo dolor de cabeza.

Debía concentrarse en lo que tenía en frente.

La voz de Hobie, la sensación de estar vacío intentando invadirle en respuesta. Se inclinó hacia delante. Cruzó las piernas. Tenía hambre. Solo un par de ajustes de piezas más.

La presión metálica de los lentes en su piel traía consigo la conciencia de su propio ceño fruncido.

Ham gritó algo, enojado. Pavitr también quería gritar.

No gritó, porque eso hubiera sido vergonzoso. Se puso de pie, impulsándose hacia arriba con sus manos apoyadas en la mesa. Se quitó los lentes y después su reloj de viaje interdimensional, para reemplazarlo con el prototipo que acababa de terminar. Demasiado ajustado. Quizá era el síntoma de hipersensibilidad, pero la sensación del metal traspasando la tela de su traje lo reconfortaba un poco. Sonrió. Solo tenía que probar el prototipo, si había algún problema menor corregirlo y entonces regresar a casa. Comer. Dejar de forzar su cuerpo a resistir para ocuparse de lo que tenía que ocuparse. Descansar.

Volteó hacia las telarañas que rodeaban la cámara, buscando a Karn. Estaba al lado de todos los demás, que seguían charlando con más tranquilidad que antes. Sintió por primera vez en el día que estaba reparando realmente en ellos, en especial por la notoria ausencia de Ham y Lady Reilly.

—Karn, necesito que abras un portal a mi mundo —dijo mientras se acercaba a ellos, pero sin ir en realidad a su dirección. Se detuvo justo al lado del círculo que formaban, a unos meros pasos de la red.

—¿A casa, Pavitr? —preguntó Billy, acercándose a él, y le dio una pequeña palmada en el hombro que lo desequilibró un poco hacia adelante.

Pavitr no se acababa de acostumbrar a esa pequeña tradición que Billy había decidido mantener por su cuenta. No le disgustaba, llegaba a ser igual de reconfortante saber que podía confiar en alguien. Solo no sabía cuándo esperar el impacto, porque esa era la palabra correcta.

—No. —Se giró para verlo y elevó un poco su brazo, para poder señalar el reloj en su muñeca. —Terminé el prototipo en el que he estado trabajando. Confío en que funcione perfectamente, pero las pruebas son necesarias, sobre todo para pequeños ajustes.

Billy asintió. Observaba con detenimiento la cara de Pavitr, mirada aguda, ojos apenas entrecerrados. Ser inspeccionado no era uno de sus pasatiempos favoritos. Cuando Karn abrió el portal, justo detrás suyo, Billy volvió a hablar:

—Planeas ir solo.

Que no fuera una pregunta lo desconcertó.

—Sí… —respondió con cautela, alargando la vocal. No era su sentido arácnido, pero algo le decía que debía convencer a Billy, sin saber con exactitud sobre qué—. Solo necesito probar que la comunicación con Karn funcione y que el cronómetro se ajuste al mundo en el que se esté mientras-

—Lo mejor sería que uno de nosotros te acompañe, Pavitr. —Lo interrumpió con un tono más bajo de lo normal. Raro, y Pavitr debió haber hecho una expresión sin darse cuenta, porque Billy añadió: —Como precaución.

Iba a preguntar precaución de qué, la red estaba estable y Karn no había avisado de ningún peligro, pero se quedó con la boca abierta a medias cuando Billy continuó hablando.

—Hobie puede hacerlo. —Pronunció esas palabras a la par que giró su cabeza hacia el grupo que continuaba charlando.

No.

—Ey, no obedezco órdenes de nadie. —Hobie se acercó tras haber escuchado su nombre, parándose a pocos centímetros de Pavitr. Se llevó una mano a la nuca. —Um, ¿hacer qué?

No. No.

—No es necesario, Billy. —Comenzó a impacientarse, al igual que enojarse. Lo cual era, de hecho, una buena noticia, porque sentía su cara arder y no podía estar seguro de que no fuera por el enojo. —Es mi mundo, puedo ocuparme de él. No ha-

—No te ofendas, Pavitr. —Peter, Spider-Noir, apareció al lado de Billy de un salto, interrumpiéndolo. —Pero la última vez que decidieron experimentar con pegar saltos por la red casi destruye nuestros mundos.

Pavitr colocó sus puños en sus caderas, con el ceño fruncido. ¿Toda la felicidad que le había provocado terminar el prototipo? Esfumada, hecha cenizas, gracias a una conversación que no podía ser más absurda. Era vergonzoso que lo estuvieran tratando como un incompetente —en especial viniendo de Peter, que tenía el horrible hábito de decirle «chaval» de vez en cuando. Tan de su época, no podía evitar rodar los ojos.

—Eso fue resultado de una inestabilidad de la red, Peter. La red está estable, anomalías de tal grado no han vuelto a presentarse en los últimos meses. —Dio un vistazo a Karn, solo para estar seguro de que no se mordía la lengua. Pasó a mirar a Billy, directo a los ojos. —Puedo encargarme de esto por mi cuenta, no he percibido nada fuera de lo normal. Es solo una prueba rápida, nada que no haya hecho antes.

No podía hacer más énfasis en que esto era idiota de manera más sutil que aquella, porque no quería —ni estaba en su ser— el insultar con tanta libertad. Era solo una prueba, no podía tardar más de cinco minutos si todo salía bien. Y en el peor de los casos, el equipo de Jennix y la tecnología avanzada de Loomworld ya no era necesario, el suyo propio en casa bastaba para mínimos ajustes de emergencia.

Billy abrió la boca, pero Peter se le adelantó:

—Eso no es garantía. Es mejor estar preparado para lo que sea. —Señaló con la cabeza a Hobie, encogiéndose de hombros. —Solo llévate al punk contigo, no es como si estuviera realmente ocupado aquí.

—¡Ey! —Hobie dio un paso hacia un lado, su lado, levantando un puño en respuesta a lo que, sin duda alguna, había sido un insulto. Se hubiera reído de no ser por el contexto tan frustrante.

Billy sonrió débil, no ignorando del todo lo que Peter había dicho, y colocó una mano en el hombro de Pavitr. Apenas y podía sentirla, estaba aplicando lo contrario a fuerza.

—Sé que eres muy capaz, Pavitr. —Inclinó su cabeza hacia un lado, como si dudara en lo que iba a decir. Frunció los labios, ojeando a Peter y a Hobie rápidamente. Pavitr alzó una ceja. —Mi preocupación es por algo que Ham mencionó antes de irse. No quisiera que...

Dejó de escuchar la voz de Billy, aunque estaba consciente de que seguía hablando.

Oh. Así que se trataba de eso. Ham y su gran —literal— boca que al parecer no era solo para comer y decir las cosas más estúpidas que ni siquiera Hobie era capaz de decir, incluso para el nivel de una caricatura. Ahora la exageración de Billy tenía lógica. No tenía sentido, porque había pasado ya varios estros en compañía de los web-warriors, en el Loomworld trabajando, en su propio mundo mientras peleaba con villanos y criminales de turno. La lógica tampoco era buena, pero al menos la tenía.

Pavitr suspiró, alzando la vista hacia el techo. Quería negarse de nuevo, porque aunque pudiera entender el punto Billy, no había necesidad de nada de eso. No de la compañía de Hobie. Pero si se negaba, entonces no haría las pruebas ese día, porque Billy —y Peter, que decidió involucrarse— podía llegar a ser muy obstinado. Algo que no estaba calificado para juzgar. Ni siquiera quería discutir el por qué Hobie específicamente, cuando Gwen u Octavia estaban igual de disponibles, tan solo quería acabar con todo rápido, y odiaba retrasar las cosas cuando no había necesidad.

—Bien —cuidó la brusquedad en su tono, quizá sin mucho éxito por la expresión simpatética que Billy le dio, y se colocó la máscara.

Dio media vuelta y miró a Hobie. Hobie también lo miraba, con una expresión de desconcierto. No lo podía culpar, la conversación seguía sin parecerle la más razonable de todas las que había llegado a tener con Billy. O con cualquier otro Spider-Man. Que lo mandaran con él era también repentino, siendo esa tal vez la razón.

—Por favor, sígueme, Hobie.

—Ah, sí —respondió, arrugando la nariz por solo unos breves instantes.

Esperó a que Hobie se pusiera su máscara por igual para, por fin, cruzar el portal.


—Eso es un puto montón de tráfico.

Pavitr pasó por alto el comentario de Hobie, prefiriendo observar la pequeña pantalla del reloj interdimensional, dándole vueltas al descubrimiento de que el cronómetro estaba atrasado por un minuto. Suspiró con pesadez. Giró levemente la cabeza para ver a Hobie al borde del tejado del edificio donde se encontraban, viendo hacia abajo —el tráfico de Mumbai parecía ser muy admirable, y Pavitr no tomaría orgullo de esto, pero sí que era peor que el neoyorkino—, con las manos puestas en su cintura.

La compañía de Hobie podía convertirse en algo positivo.

—Sí —dijo Pavitr, activando el comunicador del reloj. La luz azul parpadeó en el reloj de Hobie, quien de inmediato elevó su brazo a la altura del pecho. —Es el tráfico, su madre y su padre.

Escuchó su propia voz, fuerte y claro, proviniendo del comunicador de Hobie. Sonrió, tanto por saber que el comunicador era funcional al menos con el modelo anterior, como por su propio chiste, que no tenía sentido más que para él.

Hobie se acercó. Pavitr apartó la mirada, tal vez demasiado rápido, al reloj en su muñeca.

—Estoy pensando que esto podías hacerlo sin mi presencia.

Pensaba eso. —Su cara estaba caliente debajo de la máscara. Pasar del frío de Loomworld al calor húmedo de su mundo era chocante, si es que podía dar esa excusa del todo. —Sin embargo, puede que Billy y Peter hayan tenido razón… en parte. El cronómetro interdimensional está retrasado por un minuto.

No era necesario para él ver la cara de Hobie, o la cara de cualquier otra persona, para saber que estaba abriendo la boca, preparándose para preguntar por qué el alarme por algo tan nimio como el fallo de un reloj-reloj. Podía intuir cosas como esas cuando toda su vida —o al menos, desde que había comenzado con la ingeniería— le había dado el mismo resultado el hablar de estas cosas. No era tampoco algo de urgencia mayor, pero era mejor corregir cualquier tipo de error, así que decidió adelantarse a la vocalización de la pregunta:

Significa —tampoco necesitaba verle el rostro para saber que Hobie estaba cerrando la boca— que la hora mostrada podría estar equivocada a escalas mayores en cualquiera de los otros mundos conectados. Si la sincronización con la red está bien calibrada, preferiría comprobarlo ahora mismo y viajar a otro mundo para confirmar si es el caso. Si no lo está y no funciona…

Miró de reojo a Hobie, y estaba muy seguro de que Hobie lo estaba observando a él, de nuevo. Más de cerca. Con excesiva atención. Las arrugas en la máscara, centradas por encima de los ojos, lo dejaban en claro. Quizá estaba usando palabras demasiado complejas, aunque tampoco había una gran variedad de ellas para explicar lo que necesitaba explicar.

—…entonces podrías abrir un portal o comunicarte con Karn.

—Hm —apenas y retrocedió un poco—, ¿cómo supiste que mi pasatiempo favorito es ser un reloj interdimensional andante, Pavitr?

Pavitr resopló, pero se permitió sonreír por unos instantes por el claro tono bromista de Hobie, antes de llevar sus dedos índice y pulgar a su labio inferior.

—Ahora, solo necesito pensar a qué mundo-

—Ey genio, no te quemes el cerebro pensando. —Hobie volvió a elevar el brazo donde llevaba su propio reloj, mientras daba largos pasos hacia atrás. —Podemos ir al mío y terminar con esto rápido.

La verdad era, Pavitr ya sabía que Hobie diría eso. Era la salida fácil, la opción obvia. Ir a su mundo tenía completo sentido, era lógica natural. Eso, sin embargo, no lo detuvo de pensar, y en voz alta, en alguna otra alternativa; de desear que Hobie no fuera a decir lo que dijo. Y no estaba del todo consciente del por qué. Al menos, no una razón que fuera más allá de un monosílabo. Simplemente todo su ser sentía que era una mala idea, cosa que no podía atribuirle al sentido arácnido.

Era una mala decisión también, porque su reloj sí abrió un portal, sin ningún problema aparente, y porque estaba caminando directo a él.


No sabía decir si el mundo de Hobie se encontraba en un peor, mejor o igual estado a como lo recordaba de la última —y primera, realmente— vez que lo visitó junto con los demás web-warriors. Seguía pareciendo un mundo postapocalíptico, al menos, lo cual no debería sentirse tan reconfortante como lo hacía.

Miró hacía otro lado, lo que no era un cambio en realidad, porque todo estaba repleto de edificios, tuberías y cables. No estaba ahí para admirar la complicada antítesis de belleza de un mundo desalentador o, en palabras de Hobie, uno «devorado por las corporaciones, el consumismo y la apatía». Aunque hacerlo era una buena excusa para su renuencia ansiosa en ver el reloj interdimensional.

—Hobie, ¿podrías decirme la hora de tu mundo?

—Hmm. —Hobie miró su muñeca. Hizo una mueca muy clara por debajo de la máscara después de unos segundos. —Tras hacer mucho cálculo, he llegado a la conclusión de que… no sé cómo mierda consigues leer la hora en esto.

No debería sorprenderle, ni exasperarle, el hecho de que él no fuese bueno en cálculo avanzado, cuando esa era la principal razón de necesitar finalizar el prototipo, May, Anya y Lady Reilly las únicas excepciones. Lo exasperó un poco, aun así, y agradecía infinitamente que la máscara ocultara la expresión de ingenuidad en su rostro mientras Hobie se acercaba a él, extendiéndole el brazo, en señal de que mejor hiciera el pequeño trabajo extra por sí mismo. Calculó la hora rápidamente, después miró su prototipo. Cerró los ojos con fuerza y se pellizcó el puente de la nariz. Su más grande terror, confirmado; y el estrés, renovado.

—Entonces… —comenzó a hablar Hobie, quitando su brazo de medio para llevarlo detrás de su nuca, apologético ante la reacción de Pavitr. Siempre apreciaba una fingida preocupación por su trabajo.

—Estaba en lo correcto.

No quería decir nada más y no iba a hacerlo. Podía sentir la mirada de Hobie sobre él, pesada en confusión. Tan pesada como su sentido arácnido en ese momento.

—¿Regresamos a Loomworld ent-?

—¡Pigbolts!

Después del grito, un sonido sordo de impacto. Hobie corrió hasta el borde del tejado y bajó la vista, Pavitr le siguió al instante. En la calle, un grupo de punks y rebeldes —uno de ellos tenía sangre en la cara, otro arrastrando una pierna— corrían de un par uniformados, que supuso eran policías, con porras a mano alzada.

—¡EY, NADA DE PUTOS CERDOS EN MI BARRIO! —Hobie disparó una telaraña hacia el edificio contrario y, sin voltear a verlo, dijo antes de lanzarse: —¡Vamos Pav, es hora de patear culos fascistas!

No iba a declinar esa invitación, el estrés tenía que ser externado de algún modo, y la perfecta oportunidad de excusar violencia estaba ahí.

Imitando a Hobie, Pavitr se columpió hacia abajo. En el proceso, pateó en la cabeza a uno de los policías, que cayó de cara al suelo en seguida y su grito —«¡dos Spider-Man!»— quedó amortiguado por el asfalto. Los otros sí debieron escucharlo a pesar de eso, su sentido arácnido lo hizo saltar hacia la pared en el momento en el que otro policía se abalanzó por detrás, la porra apenas logró rozarle el brazo. Usando sus manos como impulsó en la pared, pateó al nuevo policía en la cabeza también, mandándolo a la pared contraria. Escuchó la ruptura de algún hueso. No se sentía mal por ello.

—¡Por acá hace falta un puño, Pav!

Hobie pateó la espalda del último policía —bastante herido ya en la cara— que seguía a penas en pie, dirigiéndolo hacia él. O mejor dicho, hacia su puño; nudillos chocando con una mandíbula. Se desplomó en el suelo al instante.

Colocaron a todos los policías seminconscientes contra la pared, envueltos en telaraña. El que tenía rota la nariz —eso es lo que escuchó— había dejado de sangrar ya, y comenzaba a moverse de nuevo aun con los ojos cerrados. Pavitr supuso que, estando así, la mayor preocupación cuando todos despertaran no sería dos Spider-Man.

Hobie se arrimó a su costado, colocando un brazo alrededor de su cuello, mientras gritaba «¡victoria!» con el puño al aire. Se obligó a retener un suspiro que pretendió disimular su sonrisa, inhalando profundo en lugar de exhalar, y el olor le llegó como un golpe.

Su reacción inmediata fue llevarse una mano a la boca.

El peso de Hobie, su calor corporal, su existencia misma, comenzaron a hacerse más presentes, más pesadas; las piernas querían ceder y la resistencia que aplicaba las hacía temblar. Era Hobie, aquello que estaba penetrando la tela de su máscara con terrorífica intensidad.

Sabía lo que era. Sabía lo que significaba para su cuerpo. Debía de regresar a su mundo, a su casa, ahora.

—¿Todo bien?

La voz retumbó en sus oídos como si le hubiera gritado. Su cerebro zumbaba, un hormigueo lo recorría de arriba a abajo, cada vez más fuerte. Su garganta estaba seca, a pesar del exceso de saliva en la lengua. Una humedad anormal. Se lamió los labios antes de hablar.

—Regresemos a Loomworld… —se le cortó la voz a la mitad, obligándolo a tragar, acción que no debería haber sido dolorosa— antes de que Billy comience a preocuparse.

No alcanzó a registrar lo que Hobie respondió, si es que lo hizo, cuando su propia voz diciendo «Reina y Patria» se amplificó en sus oídos por igual.

Karn los transportó inmediatamente.

Pavitr —ignorando a Billy, que al parecer los había esperado—, caminó hacia la mesa para intercambiar el prototipo de reloj por el antiguo modelo. Solo se detuvo ahí por un segundo, como esperando tontamente a que todo se desvaneciera por arte de magia, antes de correr hacia la red de nuevo, directo a su mundo.


Entró a su habitación por la ventana, sin el lujo de saludar a su tía Maya en aquel estado. Tan rápido la cerró, comenzó a deshacerse de su traje arrojando todo al suelo, sin cuidar en dónde caía cada prenda —en especial el dhoti, que terminó arrojado con una potente frustración.

Se echó en la cama, boca abajo, cayendo como peso muerto, solo para girarse y mirar al techo después. La adrenalina abandonó su cuerpo en una sola temblorosa exhalación.

Cada músculo quemaba. El sudor que lo cubría lo hacía percibir el propio calor de su piel, mientras que el aire se tornaba más opresivo y frío, y sentía los pulmones arder con cada bocanada que daba inconscientemente por la imaginaria asfixia en su nariz. El corazón le chocaba con las malditas costillas. Era peor que las veces anteriores —peor incluso que la primera vez—, el apetito de querer ser sujetado, acorralado, consumido por completo.

Llenado por completo.

Se dio cuenta que sus manos se habían movido sin él pensarlo cuando tuvo que morder su labio inferior, callando un gemido que logró escapar en el momento que su pulgar apenas y rozó uno de sus pezones. La excitación, como un rayo recorriéndole el torso, viajó hasta su erección y la hizo palpitar al igual que sus caderas, que elevó hacia arriba en un espasmo, buscando fricción en el aire, en el espacio vacío —tan, tan terriblemente vacío— encima suyo. Cerró los ojos con fuerza, ardían tanto como toda su piel.

Odiaba admitir lo que pasaba en su mente. Odiaba que los días de estro no tuvieran con exactitud el mismo mecanismo que un desmayo, porque eso significaría no tener que recordar, no tener que fingir que en esos momentos de desagradable vulnerabilidad Pavitr no fantaseaba con la presencia de alguien mucho más grande, mucho más imponente, mucho más fuerte que él, tomándolo y clamándolo suyo.

Se obligó a mover una de sus manos para tomar su miembro. No había tiempo ni humor para juego previo. Era risible —no para él, ¿pero qué otra palabra era la adecuada?— el enorme esfuerzo que hacía para desechar todos los intentos de pensar en Billy o en Peter en aquel estado. Era una batalla contra sí mismo cada vez, y cada vez tenía que buscar un reemplazo en lo más recóndito de sus vagos recuerdos, coaccionando a su mente irracional para reproducir rápidos parpadeos de personas que tan solo había visto en su periferia. Podía permitirse insultar de esa manera a completos desconocidos.

Empezaba siempre con una sombra en la oscuridad de sus párpados, indefinida, inclinándose sobre él, volviendo su propio calor ajeno. Comenzó a masturbarse a un ritmo acelerado, mientras su otra mano se deslizaba por un lado de su muslo hasta su perineo, separando las piernas lo más que podía. Seguía creyendo que era ridículo, incluso después de haber vivido situaciones mucho más inverosímiles en otros mundos, que su cuerpo se hubiese transformado para hacerlo producir lubricación natural. Era ridículo al igual que era real. Y cada vez que se masturbaba, cada vez que movía sus dedos por la zona de su ano, no dejaba de sorprenderle lo mojado que se encontraba. Lo preparado que estaba. Lo mucho que su cuerpo quería ser penetrado, saciado. Sus cortos dedos rara vez eran suficientes, así que se obligaba a imaginar que eran los de alguien más, los de esa sombra cada vez más clara sobre él. La fiebre en todo su organismo ayudaba también. Lo ayudaba a alucinar que esa sombra tomaba su cadera con brusquedad para elevarla, que dedos ajenos presionaban su entrada hasta penetrarlo con fuerza.

Jadeó. Aquel olor volvió a invadirle la nariz y la sombra de pronto era Hobie.

Sus ojos se rehusaron a abrirse a pesar del shock. Los músculos de sus piernas se contrajeron. El grosor de sus propios dedos se transformó en el miembro de Hobie dentro suyo. Y quería llevarse las manos al rostro, al cabello y tirar de él, cubrirse la boca, morder algo. No podía, porque estaban ocupadas manteniendo el ritmo de cómo Hobie lo follaba.

Apretó los dientes hasta que dolieron. Un escalofrío le recorrió la nuca y la columna; el orgasmo, la ingle y las piernas. Detuvo todo movimiento, pero no retiró sus manos de donde estaban.

Abrió los ojos. Hobie desapareció. El vacío no. Y eso era nuevo.

Después de un par de minutos sin pensar en nada, sin percibir nada que no fuera la profunda, desagradable, vacuidad, se giró de costado en la cama para mirar al suelo. La parte superior de su traje se encontraba ahí y estaba muy seguro de que el lado izquierdo, que daba hacia arriba, era donde Hobie se había reclinado sobre él. Giró de nuevo, vista al techo que inmediatamente cubrió con un brazo, sin cerrar los ojos. Inhaló profundo. El olor seguía en el aire.

«Dhikkaar hai» fue el primer pensamiento que cruzó su mente, y la primera maldición del día.


Al día siguiente se comunicó con Billy para informarle que estaría ausente un par de días. Billy no preguntó por qué, tampoco dijo nada sobre su abrupto escape, y estuvo a punto de agradecérselo en voz alta. Estuvo a punto de disculparse también.

Esperaba que Hobie tampoco preguntase nada.

Esperar eso no tenía sentido.

Maldijo de nuevo. Escaneó la ciudad desde lo alto antes de saltar y balancearse por los edificios.

Tenía hambre.


Tomó «un par» en el sentido más estricto de la noción.

Al entrar a la cámara de Loomworld y saludar a Karn —y si no estuviera acostumbrado a su característico patrón del habla hubiera asegurado que el «es bueno verte de nuevo» era, cuando menos, postizo—, lo recibió una fuerte palmada en el hombro de Billy. Eso y una amplia sonrisa de él también, que reciprocó antes de ponerse a trabajar en los ajustes del prototipo, intacto en la mesa.

Karn anunció a los pocos minutos que uno de los mundos carentes de Spider-Man estaba en peligro y después de que Billy llamara al resto de los web-warriors, se dirigieron hacia él. Menos uno.

Pelearon contra un Rino particularmente pesado, fuerte… y feo. Pavitr contó seis chistes respecto a su apariencia de perdedor de concurso de belleza durante los primeros intentos de retenerlo, que fueron infructíferos. Que Gwen se enfocase en el traje poco favorecedor del Rino le dio una gran idea, enseguida comunicándole a Billy que debía regresar a Loomworld con todos los lanza-telarañas. Anya le preguntó si estaba loco. Pavitr respondió que solo era neurótico, y que en serio debía llevarse los dispositivos consigo. Billy lo observó por solo por un breve instante y dio la orden. Sobrevivieron sin tantos problemas por cinco minutos, lo que tardó en hacer las modificaciones en las telarañas y regresar a la pelea.

—¡Continúen envolviéndolo! —gritó, saltando de una farola a otra cuando Rino arremetió a su dirección. Y esa farola cayó al piso con un crujido horrible.

—¡Sus patéticas telarañas no me detienen, arañitas!

—Pavitr, sé que eres un genio, ¡pero esto no está funcionando! —Anya pasó a su lado y pateó a Rino en la nuca, lo que no logró nada en él, pero sí una mueca de dolor en ella.

—Solo —le dio un rápido vistazo a su reloj— siete segundos más para que se active el-

—¡Está derritiéndose o algo!

Pavitr bajó la mirada hacia la calle en cuanto Gwen gritó. Los demás dejaron de envolverlo en las telarañas y observaron cómo el traje de Rino caía a pedazos por completo. Anya fue la primera en darle un puñetazo al suplicante Rino desnudo, noqueándolo.

Mientras Billy y Peter lo envolvían en una telaraña no modificada para entregarlo a las autoridades, Pavitr saltó de la farola hacia ellos.

—Muy bien pensado, Pavitr —le dijo Billy, dándole la segunda palmada en la espalda del día. No lo sorprendió tanto esta vez.

—¿Pusiste ácido en nuestras telarañas? —preguntó Ham, sin apartar la vista del ahora envuelto cuerpo inconsciente de Rino.

—No. Un ácido lo habría matado —hizo énfasis en la última palabra, porque Ham seguía mirando como si esperara que Rino fuera a disolverse en cualquier momento—. Desarrollé una sustancia a base de líquido iónico que tenía guardada desde hacía un tiempo para integrarla a nuestras telarañas, en específico el bmimCl, por lo que…

Frunció el ceño y dejó de hablar en cuanto notó qué clase de mirada Ham —y Gwen, que se había unido silenciosamente a la conversación, poniéndose de pie junto a él— le estaba dando. Suspiró.

—Solo añadí disolvente.

—¿Qué más cosas puede derretir esto? —El tono de voz de Gwen la hacía parecer demasiado emocionada por la idea de derretir cosas, y no iba a destruir esa emoción explicándole la diferencia entre dos conceptos cuasi-símiles.

—Um, no estoy seguro. —Pavitr se llevó la mano a la nuca, apenado. Las pruebas que uno podía hacer en cinco minutos no eran precisamente muchas. —Podría disolver cualquier cosa más o menos semejante al traje de Rino, metales ligeros, adhesivos resistentes...

Para su sorpresa, Gwen no pareció decepcionarse ante esa respuesta que, según sus criterios, era lo que podría considerar una respuesta inútil. Podía decir que estaba sonriendo detrás de la máscara, la risa sardónica lo confirmó.

Hobie perdió la oportunidad de obtener esto.

Su estro ya había pasado. Ese nombre no tenía por qué ocasionarle ninguna reacción más. Sintió el vacío dentro y el aire alrededor oprimiéndolo como se siente un golpe en el estómago —y a este último lo prefería con creces.

No estaba bien.


Nada estaba bien.

El mundo para empezar, porque no debería estar balanceándose en medio de rascacielos monótonos con anuncios led gigantes mientras esquivaba —trataba— todos los malditos cables de electricidad interpuestos, con sus pulmones ardiendo por el esmog, no por la actividad física. Faltaría decirlo, pero no era su mundo. El suyo no entraba en la categoría «distopía empresarial tecnológica», y con plena confianza en sí mismo —además de asco—, daba su certificada desaprobación de ingeniero a todo lo que captaba de soslayo.

El prototipo de reloj interdimensional, en segundo lugar, también se ganó esa desaprobación, porque el portal que había creado lo llevó a ese mundo. Debió llevarlo al suyo. Seguía sin comprender qué había ocasionado el fallo, cuál era el error en el mecanismo, y no lo sabría hasta que se sentara en el laboratorio. Se comunicó con Karn al instante de notar el cielo rojo-contaminación, y por un momento tuvo la esperanza —pésima elección de palabra, viéndolo en retrospectiva— de una anomalía menor en la Red de la Vida y el Destino. Karn desvaneció esa esperanza con su total certeza de que se trataba de fallo del reloj. Era incapaz de transportarlo al Loomworld y el reloj no podía crear un portal que no lo llevase a ese mundo una y otra vez. El mecanismo, su configuración, se había «cerrado» en un bucle —una petición de principio, un regreso infinito— no importaba las veces que manualmente introdujera a qué mundo quería viajar.

Por último, él mismo. ¿Cómo estar bien en circunstancias tan nefastas? Atrapado en un mundo capaz de inducir dolores en y por cualquier sentido humano posible; con el peso del fracaso de su prototipo y buscando a la única persona que pensó no tendría que buscar nunca. El colmo era que no lo encontraba, solo cerdos —no se disculparía con Ham por la comparativa y no le diría a Hobie que su vocabulario era pegajoso— uniformados que terminaron con un puñetazo en la cara. Intentó obtener algún tipo de indicaciones de transeúntes. No tuvo éxito, pero sí vergüenza, porque tener que clarificar que buscaba al «Spider-Man de este mundo» lo hacía sonar como un loco y lo vieron como a uno. Tampoco es como si ese mundo fuera, de hecho, la mejor representación de cordura.

El universo —¿o era más apropiado decir «el multiverso»?— estaba siendo demasiado cruel si había decidido que ese era el mejor momento para tomarse en serio sus palabras. La Suerte Prabhakar siempre presente para echar a perder todo optimismo.

Se detuvo encima de uno de los gigantescos anuncios, sentándose en cuclillas para pensar —acción en sí misma dolorosa en aquel momento— y figurar cómo diantres podía encontrar a Hobie. Si Hobie era como cualquier otro Spider-Man, entonces debería estar en vigilancia en ese preciso instante; la pregunta era dónde y «dónde» englobaba mucho espacio, por lo que necesitaba reducirlo y… y la respuesta era simplísima. Demasiado simple y estúpida para ser real, pero debía ser real.

Retomó su balanceo, regresando por el camino que había tomado. Si algo había notado de Hobie, es que podía ser predecible. Haber notado cosas de Hobie tenía sus frutos, como el hecho de que era anarquista. Trivial para los otros, no para él. No en ese momento. Significaba que Hobie odiaba dos cosas en específico: el capitalismo y a la policía —y Pavitr estaba totalmente de acuerdo con eso. Si uno quiere encontrar la corrupción, sigue el dinero. Si uno quiere encontrar a un anarquista, sigue a los policías, porque Hobie sin duda los estaría persiguiendo a ellos.

Una palmada de aprobación de Billy hubiera sido muy gratificante en ese momento. Encontró a Hobie justo como lo esperaba: peleando. Y porque no tenía tiempo para malgastar en la espera, lo mejor era unírsele. No era una decisión egoísta. Hobie recibió un puñetazo en la mejilla y cayó al suelo. Pavitr hizo su cara a un lado, pero no si vista, por mero instinto, murmurando un «ouch».

Sin moverse de donde estaba, buscó con la mirada en el suelo algo que lanzar. No había nada, salvo dos policías inconscientes y sus escudos de policarbonato. Nada que pudiera noquear a un gigante —alguien que midiera más que sus ciento sesenta y cinco centímetros era un gigante, Hobie incluido— uniformado de un gris demasiado familiar. La complexión del sujeto también lo era. Obtuvo el porqué al notar el saliente central en el casco, simulando un cuerno.

El resplandor de neón parpadeante le dio la lucidez del momento. Lanzó dos telarañas a ambos extremos de un anuncio de los edificios que tenía en frente. No era como si destruir un poco más la infraestructura de una parte de la ciudad fuese a afectar en algo. Tiró con fuerza de las telarañas, deteniéndose al sentir el afloje del metal.

Siguió con la mirada a Hobie y con la periferia al Rino, marcando un punto mental idóneo. Si fallaba, Hobie no tendría la misma suerte de Ham al haber sido aplastado por un robot gigante. Respiró profundo y tiró de nuevo.

Hobie fue el primero de ambos en voltear hacia arriba, saltando hacia un lado. La colisión partió el anuncio en dos; y debajo de él, Rino, cara contra suelo.

—¡Pavitr!

Apartó la mirada para dirigirla a Hobie. Alzó apenas su mano en forma de saludo antes de saltar hacia la calle, usando una telaraña como soporte.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Hobie, viéndolo aterrizar y caminar hacia él. —¿Cabeza de metal vio que me estaban pateando el culo y mandó refuerzos?

En otra circunstancia, quizá se hubiera reído por esa pregunta, pero no era «otra circunstancia». Su sentido arácnido era capaz de decirle lo suficiente con su zumbido imparable.

—No. No, es más… complejo que eso. —Giró su cabeza hacia la dirección de Rino otra vez. —Primero deberíamos ocuparnos de él.

—Parece muy cómodo ahí debajo, como un feo bebé durmiente de quince toneladas. ¿Para qué molestar…?

Un quejido grave interrumpió a Hobie, el Rino comenzaba a levantarse. Con un solo brazo lanzó hacia su lado izquierdo la mitad de anuncio metálico que tenía encima; su otra mano la llevó a la cabeza.

—…lo. —Hobie terminó de hablar con un pesado suspiró. —Ugh. No estoy siendo muy fan de este día.

Pavitr se mordió la lengua.

Rino dio unos pasos torpes hacia delante, saliendo de su aturdimiento. No tardaría mucho en notarlos.

—Dime que tienes un plan para lidiar con este hombre-bestia, que no sea tirarle más anuncios encima.

Pavitr abrió la boca. La cerró. La volvió a abrir, mientras activaba en su lanza-telarañas el disolvente. Como todo, era cuestión de prueba y error, aunque detestara lo segundo en situaciones como esta.

Creo que tengo uno.

Hobie intercambió su mirada muy rápidamente entre Rino, él y Rino otra vez.

—Un «creo» del genio del equipo no me consuela, Pav.

«Somos dos» es lo que quiso decir antes de que Rino embistiera contra ellos. No estaba seguro de a cuál frase que Hobie le había dicho respondía con ello.


Mientras el Rino —cabía preguntarse si aún aplicaba el llamarse así cuando su uniforme había sido disuelto por completo— y los otros oficiales arrastraban los pies para huir, Pavitr le explicó a Hobie por qué estaba ahí, excluyendo la parte del portal en bucle. No quería implicar nada, menos para sí mismo. Hobie pareció dudar un momento en cuanto escuchó las palabras «necesito tu reloj interdimensional» salir de su boca, para luego decir:

—Je, je, seh. Sobre eso…

Frito, dijo. Su reloj estaba «frito». Recibió una sobrecarga de electricidad durante una pelea y dejó de funcionar. Eso explicaba su ausencia de antes. Lo que no tenía explicación era su falta de cuidado. Al menos, para Pavitr, un problema era más sencillo que el otro. Lo único que necesitaba era con qué repararlo, a lo que Hobie respondió que solo había un lugar con la suficiente tecnología para ello. La elección de palabra le pareció extraña, pero no mala, cuando lo más sofisticado de ese mundo en el que vivía era, de hecho, su amplificador.

No esperó terminar en un centro comunitario.

—¡Karl! —gritó Hobie, quitándose la máscara, a alguien que cargaba un par de cajas, aunque «par» era una palabra muy generosa para las cinco cajas apiladas en los brazos—, ¿Riri está en su tienda? Necesito a la genio para ayudar a otro genio.

Karl se giró con un expresión de incredulidad dirigida a Hobie, quién señaló inmediatamente con el dedo pulgar a Pavitr. Pavitr se quitó la máscara por igual y alzó la mano, algo apenado, en forma de saludo. La expresión de Karl pasó a levemente confundida; era lo que podía intuir con una sola ceja enarcada.

—Cosas de spider-gente —aclaró Hobie.

Karl no cambió su expresión.

—Salió —dijo y se giró de nuevo, siguiendo su camino—. Supongo que la ayuda es más bien una emergencia, así que si van a usar sus herramientas, háganlo rápido. No quisiera ser testigo de cómo te fríen vivo, bro.

—Aww. Gracias, Cap.

Caminaron hasta una puerta doble con mirillas que daba a una sala —la tienda de Riri, supuso— bastante amplia, iluminada por una pantalla digital de color rosa; un conjunto de mesas formaba un escritorio en forma de U. En una de ellas, una necesaria lámpara de aumento. No le pasó desapercibida la armadura blindada al otro borde de la tienda, ni la caja de herramientas al lado del soporte.

—No es la tecnología super avanzada de vampiros caníbales que hay con Karn, pero…

—Sobreviví a la del siglo diecinueve —respondió, mientras se acercaba a lámpara—, esto es más que suficiente.

Sonrió para sí mismo. Ahora tenía sentido.

Se dirigió a Hobie por encima de su hombro.

—¿Dónde está tu reloj?

—Uh, cierto.

En cuanto Hobie salió de la habitación, Pavitr se acercó a la caja de herramientas, inspeccionando la armadura por el rabillo del ojo. Excelente pieza de ingeniería, una pena que no pudiera conocer a Riri, quizá se hubiera llevado tan bien con ella como lo hacía con Octavia.

Para cuando Hobie regresó, Pavitr tenía todas las herramientas que necesitaba sobre la mesa. Tomó el reloj que le fue extendido y lo colocó bajo el lente de aumento enorme de la lámpara. El armazón estaba intacto, adjetivo que no podía darle al interior.

—Hobie.

Lo llamó sin mirarlo, no hacía falta. Era capaz de distinguir su silueta en la base metálica sobre la que trabajaba: estaba recargado de espaldas en el librero de al lado.

—¿Seh?

—¿Puedo saber cómo planeabas avisarnos que «freíste» tu reloj?

No se molestó en ocultar la exasperación en su pregunta mientras quitaba con pinzas algunas piezas que, de la manera más literal y descriptiva posible, sí que estaban fritas. La curiosidad no lo había picado antes, pero ahora quería saber qué —o quién— había hecho tanto daño a una tecnología tan avanzada; no lo suficiente para preguntar, aun así.

—Um. —Pudo escuchar cómo se rascaba la nuca, tan fuerte como la duda en su monosílabo. —Iba a esperar a que Gwen se pasara por aquí algún día y casualmente mencionárselo.

Hobie era, sin lugar a duda, la persona —Spider-Man y no Spider-Man— más in-creíble que conocía.

Guardó silencio. El siseo intermitente del soldador eléctrico con el que trabajaba se fundía con el zumbido en lo profundo de su cabeza, que ya no podía atribuir a un posible dolor de cabeza ni a su sentido arácnido. Percibió el movimiento de Hobie a su lado, haciéndolo caer en cuenta de lo pesada que era también la mirada de Hobie encima suyo. Suponer no era lo correcto en muchas ocasiones, pero verlo trabajar no podía ser lo más interesante que Hobie tenía por hacer, si es que tenía algo que hacer del todo; en especial con la suma del sonido de la suela de un zapato ajeno chocando con el concreto.

Prefiriendo evitar hacer una mueca, decidió hablar:

—¿Ocurre algo, Hobie?

—Nooooop… —arrastró la vocal hasta que detuvo su rítmico pisoteo, y añadió enseguida: —Pero ya que estamos con las preguntas, Pav, yo tengo una.

Inesperado.

Dio un vistazo rápido a Hobie, sin mover mucho la cabeza, directo a los ojos y con una ceja alzada; tal parecía era la señal que estaba esperando para volver a hablar.

—Entonces. —Una pausa, luego un carraspeo. —El otro día, con lo de tu relojito y todo eso, estabas en… ya sabes, uh-

—¿En celo? —No pudo evitar el tono ligeramente amargo a la hora de pronunciar su palabra menos favorita de entre las muy pocas que había para describir su situación. Miró de nuevo a Hobie por el rabillo del ojo.

OMD, okay. —Alzó una mano abierta a su dirección. —Lo iba a decir diferente, pero-

—No soy un mojigato, Hobie.

—Tú lo dijiste.

Ugh.

Esta vez no evitó hacer la mueca que tanto había retenido; aplicó demasiada fuerza en el mango del atornillador.

—¿Puedo saber por qué no lo mencionaste? ¿O por qué nadie lo sabía? Y no es por juzgarte Pav, pero no creo que pelear en ese estado sea lo más cómodo del mundo.

—No es necesario mencionar lo que soy. —Se encogió de hombros y pausó para ajustar una de las dos pantallas del reloj. Hobie podía sobrevivir con un vidrio algo roto, y Pavitr estaba seguro de que él estaba acostumbrado a esa clase de cosas. —No es relevante, en lo absoluto. Pero Billy sí lo sabe.

—¿Qué-? —El tono de la pregunta había sido de irritación; y la irritación siguió ahí cuando Hobie volvió a hablar, pero Pavitr supo que ya no estaba dirigida hacia a él. No del todo. —Oh, ¿y por eso me mandó contigo? ¿Para qué?

—Buena pregunta. —La única que Hobie había hecho durante toda la charla. Se lamió los labios antes de responder y encogió los hombros de nuevo, este interrogatorio ya había durado demasiado. —No lo sé, pude haber hecho la prueba solo. No es como si hubiera pasado algo.

—Ja. Claro, amigo —resopló, señalando con su mano derecha el reloj en la mesa por un instante; estaba demasiado cerca; ese «amigo» le fastidió más de lo que debería—, porque tu relojito no falló dos veces y dos veces no necesitaste mi ayuda.

Volteó, esta vez todo su cuerpo, para encararlo. Si iba a decir algo, o a hacer algo, lo olvidó por completo en el instante que sus ojos se encontraron con los de Hobie. Jadeó. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, sacudiendo su irritación, dándole paso a un creciente calor que empezaba en su parte baja; el zumbido estalló en su cabeza, y ahora sabía lo que era. Forzó su garganta a tragar la saliva que comenzaba a inundar su boca.

—Um, ¿Pav? —Y de nuevo esa voz retumbó en sus oídos, aunque no fuera más que un ronco, áspero, susurro. —¿Tu sentido arácnido está como loco?

Los ojos de Hobie en ningún momento se apartaron de los suyos, pero los sintió erizando cada centímetro de su piel. Sus piernas temblaron. Era incapaz de recordar la última vez que los mismo pasó, fuera por miedo o por ira o por algo más; y hubiera caído de no ser por su reflejo apoyarse con una mano en la mesa al sentirse tambalear.

—Sí. —Quizá era por el borde de la mesa que se incrustaba en su muslo la razón de que su respuesta sonara como un gemido tosido, o quizá era el vacío dentro que lo recorría y que por ráfagas lo hacía pensar en lo mucho que necesitaba besar a Hobie. —Sí, pero… no es por peligro.

Aunque todo dependía de lo que uno pudiera entender por «peligro» y por «inminencia», porque no se trataba de ningún enemigo, ni siquiera de una premonición, sino de los dedos tímidos pero impacientes de Hobie en su cadera, presionando los músculos que se contraían bajo el toque, como si intentara llegar a la piel por encima de la tela; de la mano derecha de Pavitr en el pecho de Hobie, habiendo decidido por su cuenta que quería atraerlo en lugar de alejarlo, que pasó a retorcer la tela del torso al momento que Hobie se inclinó para besarlo.

Un beso no era suficiente, el sabor de Hobie en sus labios y su lengua no eran suficiente, ni el calor compartido, ni el olor en el aire ni las manos que retenían —inconscientemente— con firmeza su cadera, un esfuerzo para asegurar que no se echara atrás. Su cuerpo, cuando menos. Sacudió su cabeza un poco antes de hacerla a un lado por completo, con la boca húmeda y entreabierta al igual que la de Hobie, quien inhalaba a ritmos desiguales por ella hasta que realización pareció cruzarle por la mente; su expresión cambió, un temblor en el labio indicaba una mueca o una sonrisa, y su boca entreabierta ya no aspiraba, intentaba decir algo sin éxito. Pavitr no quería escuchar ninguna disculpa, ni ninguna estupidez.

Soltó el agarre, pero no movió la mano del pecho de Hobie.

—No podemos hacerlo aquí. —Dio un vistazo a la puerta antes de continuar, no para verificar nada, sino para dar una indicación. Cuando regresó la mirada a Hobie, en sus ojos la presencia de sorpresa, anticipación, excitación, de ligera incredulidad. Tenía que decir algo, algo que pudiera aclarar la duda que se le contagiaba, y no había en realidad muchas más opciones. —Hobie.

—Um, sí. —Apartó sus manos al mismo tiempo que se desvanecía la incredulidad de sus ojos, dejando a Pavitr solo con la sensación de ardor en su cadera a modo de promesa. —Claro.

Hobie dio un par de pasos hacia atrás, mirándolo a la cara pero ya no a los ojos mientras se pasaba con brusquedad una mano por el cabello, antes de dar vuelta hacia la puerta y abrirla, mucho más rápido de lo que Pavitr esperaba.


Fue su propio gemido estancado resonando en los oídos el que le regresó suficiente lucidez para notar en qué situación estaba.

Había una mano que sujetaba su cintura y dedos de otra deslizándose por debajo del dobladillo de su traje, trazando líneas de calor al subir por su estómago, porque Hobie no tenía puestos los guantes —ninguno de los dos que usaba— y era capaz de sentir la dureza de las yemas de aquellos dedos. Pavitr no se dio cuenta que mordía su labio inferior ni de sus hombros encorvados por ansiosa necesidad, solo escuchaba el latido de su corazón y la respiración entrecortada de Hobie que se fundía con él. Y tenía sentido. Tenía sentido escuchar esa respiración y sentir el sofocante calor que producía, porque Hobie estaba cerca, muy cerca, inclinado hacia él de tal modo que sus frentes chocaban, los brazos de Pavitr rodeando el cuello de Hobie los culpables de ello y no recordaba cómo es que terminaron ahí. En ninguno de los dos sentidos.

No era como si realmente importara. No en ese momento, cuando su sentido arácnido era un zumbido silencioso y reconfortante como jamás lo había experimentado. No cuando el vacío en su interior sucumbía ante el intoxicante olor en el aire entre sus cuerpos y el curso sinuoso que la mano de Hobie recorría desde el torso hasta el vello debajo del ombligo. El contacto le hizo dar un respingo, sintió algo frío en su pie, la tensión contenida en su cintura que seguía sujetada por una sola mano se liberó con un temblor involuntario hacia delante, y cuando Hobie jadeó como respuesta a ello, Pavitr levantó la vista, solo para darse cuenta de que él no lo estaba viendo, no a la cara; sus ojos fijados mucho más abajo y la repentina voz de Hobie lo detuvo de seguir la invisible trayectoria.

Pavitr. —Su nombre jamás había sonado como una súplica, un gruñido y una oración blasfema al mismo tiempo.

Hobie necesitaba una respuesta, otra señal para continuar, porque en sus ojos —ahora mirándolo directamente e igual de suplicantes— aún podía notar un brillo de incertidumbre, de incredulidad. Era por igual una advertencia, la última oportunidad para dar marcha atrás, regresar a su mundo, regresar a Loomworld, fingir que nada había pasado, tolerar a Hobie. Bien podría tomarla, dejarse contagiar por las dudas para mentirse a sí mismo si tan solo no estuviera bajo los efectos de una difusa honestidad de placer.

Quería responder con palabras que significaran algo, que pudieran de una vez por todas deshacerse ya del último obstáculo. El sonido que emitió, porque ni siquiera pudo abrir la boca por completo, no fue más que un gemido ahogado de pura necesidad ansiosa. Incoherente, pero no incomprensible. Pavitr sintió en cada músculo el temblor de Hobie de su postura firme, en su mirada el brillo de una profunda realización compartida, viendo un futuro cercano en el presente mismo y se balanceó hacia delante, encorvándose un poco más, ya no para chocar su frente con la de Pavitr, sino para besarlo de nuevo.

La mano que estaba en su cintura se deslizó hasta el nudo del peti y fue una sorpresa muy grande que Hobie no parecía tener ningún problema para deshacerlo. Sintió de inmediato la opresión de la tela desistir y deslizarse por su cadera hasta los pies. El dhoti siguió poco después, acrecentando la inconsciente esperanza en su pecho de que Hobie lo tocase por fin. Estaba tocando, pero no lo que Pavitr realmente quería; solo tanteaba un roce en su pierna, de vez en cuando ejerciendo presión hasta que era capaz de sentir las uñas de los dedos pero no la suficiente como para marcarlo. Era frustrante, su paciencia ya muy poca para seguir soportando juegos previos que no le divertían. Movió su cadera hacia delante, más como un egoísmo por obtener fricción que como una indicación dirigida hacia Hobie. Lo sintió sonreír contra sus labios, provocándolo.

Pavitr deslizó una de sus manos a la solapa del chaleco de Hobie y la otra, con algo de trabajo, se cerró en un puño en la parte trasera del chaleco, solo para jalarlo hacia atrás y abajo quizá con más fuerza de la que pretendía en un principio. Hobie resopló de sorpresa, pero cedió sin ninguna queja y terminó el trabajo. El chaleco produjo un ruido seco al caer al suelo.

—¿Muy impaciente?

Esa pregunta hizo algo. No estaba seguro de qué, ni cómo —pudo ser el tono de voz, el dije de burla detrás de la completa confianza—, pero la consecuencia fue notoria en seguida en la tensión de su miembro y la humedad que le recorría los muslos.

Solo quítate el traje, Hobie —manejó a responder, sin el poco orgullo que Hobie le obligó a tragarse involuntariamente, sin ocultar su obvia impaciencia; ni en la voz, ni en los brazos temblorosos por adrenalina que movió para deshacerse de lo que quedaba de su propio traje.

Wow. —Hobie tomó los hombros de Pavitr y hubo un tic en su sonrisa, un claroscuro cambio de intenciones. —¿Ni un chiste? ¿O un comentario sarcástico como respuesta?

El mundo a su alrededor se difuminó en movimiento. La fuerza de gravedad desapareció por un instante y la pared a su espalda ahora eran las desordenadas cobijas de una cama; la figura de Hobie continuaba encima de él mientras se quitaba la parte superior del traje. La gravedad reapareció en su cuerpo a la par que sus ojos registraban en cámara lenta la aparición de piel expuesta ajena.

Hobie deslizó su rodilla entre las piernas de Pavitr para abrirlas, la fricción ardió a través de su piel, tembló en el interior de sus muslos, y Pavitr no dudó de que Hobie también pudo escuchar la oleada eléctrica de realización que recorrió todo su cuerpo, como si su mente y su cuerpo estuvieran por primera vez conectados. Una tensión en su estómago que había ignorado sin querer se convertía en un punzante dolor tolerable —¿pero por cuánto tiempo?— y el fino placer que envolvía su mente se retorcía en familiar insatisfacción. Familiares insaciabilidad y deseo que antes hubieran terminado reprimidos como una mancha blanca en sus manos, se concentraban ahora en la parte posterior de su cabeza, recorriéndole hasta la base de la columna. Cerró los ojos como aquella vez, la luz de la habitación y la sombra de Hobie que, percibidos a través de sus párpados, se rehusaron a permanecer estáticas, deformándose en las figuras de su soledad como un hábito vuelto una reacción orgánica, hasta que Hobie hizo algo.

Antes de que su boca se abriera para exhalar un gemido, del aroma de su propio calor corporal, combinado con el del cuerpo que ahora veía claramente y que lo asfixiaba, Pavitr escuchó el mojado sonido de la intrusión en su entrada. Hobie ahogó una expresión de sorpresa en su garganta, la sonrisa irritante e impúdica desapareció. Luego carraspeó, y su voz cortada sonó ridícula:

Estás mojado.

Igual de ridículo era cómo la falta de un intensificador y un énfasis en la palabra incorrecta denotaban carencia de vacilación en la voz de Hobie. Más bien parecía encantado por su propia —aparente— perspicacia.

Pavitr abrió la boca, con la intención de ofrecer una réplica en burla o un insulto que antes no había podido dar. Entonces Hobie deslizó otro dedo dentro, con una fuerza despreocupada y característica, y el cuerpo de Pavitr se sacudió hacia delante, las palabras que pretendía decir murieron en sus labios de nuevo; sentía cada músculo interno abrirse al ansiado tacto de Hobie, sentía la tensión crecer en su estómago, solo para ceder ante la insistencia arrítmica de los dedos que lo dilataban innecesariamente. Porque realmente era innecesario.

Se lamió los labios, y tragó junto con la saliva un jadeo, respuesta a un repentino movimiento de Hobie.

Hobie.

Hobie se detuvo al instante. Pavitr suspiró ligeramente y se pasó una mano por la frente sudorosa, antes de usar los antebrazos para inclinarse hacia delante. Y fue accidental, el captar con su propia mirada el estado físico de su cuerpo. Tanta había sido la distracción que Hobie causó en él que no dio cuenta de lo duro que estaba. Su erección descansaba encima de su estómago, ruborizada y mojada, contrayéndose de vez en cuando, mandando señales a su cuerpo de que necesitaba contacto.

No podía decir que Hobie estuviera mejor que él.

Observaba. Observaba la tensión de aquellos muslos desnudos, la invisible línea de los músculos que conectaban con la base de la erección de Hobie, sobresaliente de una capa de vello oscuro y crespo. Observaba, pensando lo mucho que su cuerpo quería ser llenado por completo por esa erección. Entonces deslizó su mirada hacia arriba, hacia el cuerpo encima suyo, desorientado por un suave retumbar de placer que le recorría la venas en completa anticipación de lo pasaría después de hablar. En cuanto cruzó mirada con Hobie notó la combinación de excitación y nerviosismo en el rubor de su rostro, y solo cuando quiso hablar, Pavitr dio cuenta que tenía la boca abierta. La cerró y la volvió a abrir.

No había forma de decir lo que quería decir sin sonar como un completo y patético desesperado.

—No hace falta que hagas… —miró hacia abajo de nuevo, hacia la parte donde la mano de Hobie, con todo el esfuerzo que no mirar su erección requería— …eso.

Hobie parpadeó, pero retiró su mano, dedos saliendo de él una sensación sorpresivamente detestable. Pavitr de inmediato apartó la mirada. Estaba apenado, pero no sabía discernir de qué exactamente, como si hubiera algo más de él que proteger de ser adulterado por completo. Quizá, el hecho de tener que pedir algo, no estando acostumbrado a ello, y hacerlo de la manera más poco ortodoxa posible.

Y de pronto Hobie empujó, y la pared de color que Pavitr estaba viendo se volvió blanca, mientras su cuerpo se estremecía ante algo mucho más grueso deslizándose dentro de él. Lo que ahora veía era el techo, lo que salía de su boca era un gemido ahogado y largo. Sentía el estiramiento de los músculos de su cuello tanto como podía sentir la perfecta fricción de ser penetrado. Si su cuerpo se resistía no era por un rechazo, sino todo lo contrario, tanto habían esperado sus instintos a este momento que no podía evitar apretar las paredes internas para que la erección de Hobie lo abriera y lo reclamara con fuerza bruta que solo él podía soportar.

La claridad se desvanecía a intervalos de su mente, la única constante la capacidad de saber que lo experimentaba con cada empuje, con cada roce y rasguño en la piel de su cintura y cadera, con cada exhalación caliente y húmeda de Hobie en su boca antes de besarlo de nuevo, era placer puro. Su erección palpitaba y brincaba encima de su sensible abdomen, goteando presemen no del todo transparente, cada que arqueaba levemente la espalda; un torrente de calor y profundidad mucho mayor de lo que Pavitr había llegado a imaginar.

—Pavitr. —La voz de Hobie era áspera, tensa con el reflejo del esfuerzo que ejercía con cada movimiento de su cuerpo para mantener un ritmo. —Oh, mierda.

Sus exactos pensamientos.

El temblor de Hobie chocó contra su propio estremecimiento, la tensión en aquellos brazos y muslos se acumulaban visibles, no tan diferentes a los espasmos en sus propias piernas y hombros. El gemido gutural de Hobie le daba vueltas en la cabeza, mientras se derramaba su orgasmo, sobrecogido por la sensación de calor externo que era Hobie inclinándose de más encima de él, habiendo soltado sus caderas y habiendo salido de sus adentros, para masturbarse justo donde su pene seguía chorreando semen. Presenció cómo Hobie eyaculó en su estómago con ojos nublados y entrecerrados.

Levantó la mano para extender sus dedos contra el pecho de Hobie, en un débil esfuerzo de lucha para recobrar su compostura. Hobie lo observó con los ojos de alguien completamente satisfechos, antes de dejarse caer a un lado suyo. Su brazo tardó un poco en caer. Necesitaba hacer algo, trabajar en algo. Parpadeó lento, recordando. Volvió a levantar la mano, apuntando hacia el extremo de la habitación, donde su dhoti descansaba. Con una telaraña la hizo a un lado.

—¿Qué estás haciendo?

No volteó a verle. Con otra telaraña jaló lo que había quedado oculto debajo del dhoti. En ese momento sí que volteó a ver a Hobie, pero no a la cara, sino para quitarle el reloj interdimensional de la muñeca.

—Me estás jodiendo. —La cama rechinó por un movimiento de Hobie, podía sentir el desnivel del colchón a su lado. —¿Trajiste un puto destornillador a la cama? ¿Piensas en otra cosa que no sea trabajo?

—Tu reloj sigue en horribles condiciones, Hobie. —Lo que tenía en manos no era un destornillador, pero no iba a explicarle eso. —Así que sí, lo traje.

No quería pensar en lo que todo lo que acababa de pasar implicaba, y no lo haría, no en ese momento, sintiendo su interior tan tranquilo como nunca antes lo había hecho desde que obtuvo los poderes. Mover sus manos en metal ayudaba. La voz de Hobie, no tanto.

—¿Entonces?

—¿Hmm?

Hobie se quejó con un suspiro pesado. Bueno, al menos el sentimiento era mutuo de vez en cuando. No dijo nada más por, al menos, un minuto que pasó demasiado rápido.

—¿Vas a querer que te ayude en tus demás celos o no?

Estaba tan agradecido de sus reflejos, en caso contrario de no tenerlos habría dejado caer la herramienta y el reloj. De todos modos tosió, como si tuviera algo atorado en la garganta. Eso no era una respuesta, pero por el resoplido de Hobie, quien se llevó las manos detrás de la cabeza, era comunicación suficiente.

Seguía siendo un proceso, integrar a Hobie en su vida. Su única consolación era que, tal parecía, ya no lo haría por sí solo.