Kinni kinni

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Descripción:

Una de tantas veces donde Hobie se relaja en la habitación de Pavitr.


—…creo que fue un insulto. —Rodó los ojos. —Después me encadenó a una silla, conectó una aguja en mi hombro y-

Hobie frunció los labios.

—Okay, Pav, deja de darme razones para patearle el culo a un viejo.

Pavitr se encogió de hombros.

preguntaste.

Era eso la absoluta verdad. Él había preguntado por la mejor aventura en solitario más reciente de Pavitr. Tal vez era justamente eso lo que lo estaba molestando —más— de toda la historia de cómo alguien intentó convertir en hombre-reptil, o cualquier otra mierda, a su novio. En retrospectiva, debió haber pedido cualquier otra anécdota para relajarse, no lo que obviamente le iba a encabronar aun si solo hubiera sido una pelea con un ladrón de bolsos.

—Y no hace falta que hagas nada —la mirada que recibió era más una amenaza que otra cosa, porque Pavitr sabía de lo que Hobie era capaz—, su propia boca-motor fue su peor enemigo.

Pavitr movió una pierna, que tenía justo al costado del torso de Hobie —le gustaba tenerlo encima—, así que él hizo a un lado su brazo, dándole libertad para reacomodarse mejor. Pavitr no preguntó si podía continuar con su exasperante historia, solo lo hizo, y mientras hablaba de cómo removió escombros para encontrar al doctor ese convertido en un puto reptil gigante o algo, Hobie hacía todo lo posible para enfocar sus oídos, porque sus ojos no paraban de seguir la ráfaga de aire que las manos de Pavitr creaban, intentando representarle lo que decía. Funcionaba, de alguna forma.

A Hobie le gustaban esas manos. Mucho. Siempre descubiertas. Siempre moviéndose, aunque no sostuvieran una incomprensible herramienta o una tablet. Siempre suaves, aunque estuvieran encajándole las uñas en la espalda.

Una mano se movió para acomodar un mechón de cabello detrás de una oreja —como si eso ayudara a arreglar su algo despeinado cabello— y Hobie la siguió, pero solo de ida, no de vuelta; porque sus ojos se quedaron en la boca que seguía moviéndose sin parar, enfocándose en cómo el labio inferior de Pavitr era más carnoso que el otro, lo jodidamente distractor que era y lo bueno que fuera tenerlo entre sus dientes.

Esos labios suspiraron.

—No estás prestando atención, Hobart.

—¡Mentira! —Su fingida y repentina indignación no estaba surtiendo efecto, los brazos cruzados le decían mucho. —Todos mis sentidos te están prestando máxima atención.

Pavitr tarareó, no muy convencido, mientras bajaba su cabeza hacia un lado, buscando algo. Parecía como si estuviera cazando un mosquito para aplastarlo.

—¡Ow, ow!

El dolor se fue tan pronto llegó, pero Hobie quitó por instinto su mano que había estado de lo más cómoda en la cadera de Pavitr. Pavitr le había pellizcado, con una cara de satisfacción que era jodidamente adorable. El —muy leve— castigo se sentía más como un premio, no lo iba negar.

—Ugh, atrapado. —Pavitr no lo pellizcó cuando regresó la mano a su cadera. —Me distraje pensando en lo genial que hubiera sido verte dándole su merecido a ese bastardo.

Pavitr resopló con una media sonrisa.

—Me dejó tosiendo sangre por un día, Hobie.

—Genial y sexy.

Su estupidez recibió como respuesta una carcajada. Un privilegio del cual jamás se desharía, si alguien preguntaba.

—Kamina —dijo Pavitr.

Y había otra cosa que le gustaba mucho de Pavitr, el cómo, cada vez que se reía y sonreía, movía el cuerpo hacía adelante cuando alguien más estaba ahí, como si quisiera ocultar su genuina felicidad. Era algo inconsciente, no nacido por algún tipo de vergüenza. Simplemente lo hacía. Y Hobie amaba estar en frente cuando eso pasaba, como en aquel momento, con la cabeza de Pavitr acomodándose en su hombro, el aire caliente que exhalaba chocándole en la piel.

Hobie movió su cabeza también, aspirando el olor del cabello de Pavitr.

—¿Te ríes conmigo o de mí?

—Puedes adivinar.

—Muy estúpido para eso, Pavi.

Pavitr resopló de nuevo. Se reincorporó lo suficiente para estar cara a cara y lo besó. Lo cual era siempre genial, pero era más genial cuando el pensamiento de besarlo le había revuelto el cerebro por horas y besarlo era la única recompensa que podía recibir después de un día de mierda.

Hobie dobló las piernas, para que Pavitr no dudara ni dos en veces en recargarse en ellas cuando se hiciera hacia atrás después, quejándose de su adolorida espalda.