En tus manos

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Advertencias:

Glove kink, descripciones gráficas de saliva.

Descripción:

Pavitr tiene una segunda ronda con los guantes de Hobie.


La primera vez fue apresurada, brusca en cierto modo, encima de la mesa de trabajo en el laboratorio compartido, con el riesgo de ser descubiertos manifestado en la puerta sin seguridad a la cual le dieron la espalda. Recordaba las manos en su cuerpo, los recorridos cortos, rectos, con los que lo exploraron, no más que medios para un fin que llegó tan pronto logró discernirlo. Le frustró aquel hecho por un buen tiempo. No le gustaba eso, el sentir frustración, al ser una distracción que tomaba forma humana.

Por eso era que Pavitr ahora observaba fijamente la blancura del único punto vacío en la pared, mientras sentía la extraña suavidad de los guantes de spandex, la deteriorada rugosidad de otros guantes que no podían ser de cuero real y el reborde de cada pliegue, en sus labios y en su barbilla; porque la mano de Hobie era grande, pesada en presión, en presencia.

Un solo dedo de la otra mano trazó la línea de su espalda, descendente, con interesada rapidez. Fueron menos de dos segundos el lapso entre el dedo deteniéndose y la mano extendida subiendo su camiseta, desde debajo de ella, con brusquedad. Cerró los ojos y se quejó sin abrir la boca, pero sí dando una profunda respiración de sorpresa. La combinación de caucho, de metal y de sangre seca que inhaló sin quererlo no debería parecerle tan cautivadora, pero lo hacía, lo era, no pudiendo evitar el sensación eléctrica que viajó directo a su erección —aún contenida en su pants dhoti— ante el pensamiento de cómo estaba siendo marcado de forma invisible.

Apenas tuvo el tiempo suficiente de seguir disfrutando el ardor en su piel, provocado por el roce de las telas y bordes desgastados, cuando la imitación de cuero era fría contra su caliente pecho y la suavidad lijada del spandex circulaba uno de sus pezones antes de pellizcarlo hacia delante.

Abrió la boca esta vez, solo para soltar un jadeo que rebotó no en la palma de una mano enguantada, sino en un par de dedos que de repente descansaban en su lengua, entre sus dientes. El sabor era incisivo. Debajo de la amargura de la tela y de la humedad del sudor, percibía el sabor del uso constante, de piel y tierra, acero y zinc. No podía decir que algo —todo, nada— de esos guantes se sintiera impersonal, si los comparaba con manos desnudas. Aun si tuviera los ojos vendados, si en principio creyera que un completo extraño era el que inclinaba sobre él por la espalda, podría adivinar al instante que el calor humano manoseándole, tanteándole con firme intención, era Hobie. Los guantes, los movimientos, las texturas, eran Hobie. No de él, sino él mismo, aquello lo que tanto le excitaba.

Intentó tragar la saliva acumulada, sin éxito. Solo logró que su lengua se deslizara por entre los dedos de Hobie, mientras la fuerza los impulsó ligeramente más adentro.

Pav —Hobie estaba más cerca de lo que debería, aliento caliente y entusiasta contra su oreja—, abre la boca.

Y así lo hizo, como un acuerdo y un estímulo.

Un leve escalofrío le recorrió la espalda cuando Hobie tomó con los dedos su lengua. Acariciaba el cuerpo con uno, mientras el otro se mantenía quieto en el frenillo, presionándolo con la yema. No había otra palabra para eso: Hobie jugaba con lengua, obligando a su boca a producir más saliva. Su lengua palpitó al intentar cerrar la boca y no poder hacerlo, y esa palpitación solo hizo que la saliva subiera, amenazante con desbordarse pronto por la comisura de sus labios.

—Sabes…

Hobie comenzó a hablar de nuevo, justo cuando Pavitr comenzaba a olvidar cómo respirar ante la textura resbaladiza del guante, dedos que se movían como si estuvieran follándole la boca, dedos que no hacían más que recordarle la anticipación, el futuro en extremo cercano. La mano que hasta aquel momento había estado en sus pezones, trazó sus abdominales hacia abajo y luego se retiró. Su cuerpo no tuvo tiempo de extrañar nada —para su consciente fortuna—, al sentir el apretón en su glúteo derecho, pero solo por un breve instante. La mano extendida, soltando el agarre, descansó frustrantemente quieta.

—…me gusta tu nuevo traje. —La presión de la erección de Hobie en el surco de su trasero era solo un preliminar, el jadeo que aquella sensación le sacó un detalle prescindible. —Porque puedo hacer esto.

Bajó de un tirón su dhoti y su ropa interior, con los dedos enganchados en los elásticos. Pavitr quiso gritarle que tuviera más cuidado, pero sabía que no saldrían palabras sino balbuceos incoherentes con los otros dedos aún jugueteando con su lengua, mojándose y preparándose con su saliva. Tan mojados como su propia erección, libre, dura, palpitante, goteando presemen. La mano seca volvió a su glúteo, ahora para moverlo ligeramente hacia a un lado. Hobie retiró la otra mano de su boca, acariciando el interior de su labio interior en el proceso. El temblor de alivio pudo haber sido por al fin poder cerrar la boca y tragar la espesa saliva que acarreaba el sabor del guante, o bien pudo ser por el cómo esos dedos mojados bordearon la entrada de su ano, la sensación agonizante y extrañamente disfrutable cuando por fin los introdujo, los guantes engrosaban los dedos de alguna manera.

No le era suficiente, sin embargo.

Tampoco pareció serle suficiente a Hobie.

Sintió los segundos pasar como horas, antes de que Hobie, habiéndose encargado de sus pantalones, estuviera completamente dentro suyo, el leve roce de abundante vello púbico siendo el indicador secundario y el principal, el calor ardiente de la erección de Hobie presionando su próstata con movimientos iniciales lentos que se rehusaban a retroceder demasiado, que pronto abandonó cuando Pavitr movió las caderas por cuenta propia, yendo más a fondo, viniendo más rápido. Enterrado entre jadeos y gemidos, el sonido de plástico de spandex e imitación de cuero friccionando sobre piel pegajosa por el sudor, friccionando en su estómago, en sus pezones, en su espalda. Era tan extraño, el ser capaz de notar cómo las uñas de Hobie se encajaban en la piel de sus caderas a través de una tela resistente, cuando por fin las tomó como impulso.

No era el inicio de un calambre la súbita tensión en sus piernas, aunque lo hiciera apretar los dientes.

La sensación de calor le recorrió como distintas oleadas que empezaban en su glande, en su próstata, en el agarre de sus caderas. No podía contenerse más, solo podía rogar mentalmente no caer. Abandonó el soporte que sus manos creaban en la pared para ponerlas encima de las de Hobie, enterrando sus propias uñas en los guantes negros y gruesos que cubrían los nudillos, arrancando más el recubrimiento brillante de plástico. Eso no detuvo a Hobie. Tampoco planeó que lo fuera.

Hobart —su tono hubiera sido confundido con severidad, si no estuviera derritiéndose por dentro, si cada letra de la palabra no se hubiera deslizado fuera de su boca con tal facilidad como los dedos y el pene de Hobie deslizándose dentro suyo.

Apretó el interior de su ano, una mezcla de su cuerpo reaccionando por sí mismo y un esfuerzo consciente, al sentir la erección de Hobie hincharse dentro suyo, correrse dentro suyo, con un gemido tembloroso y grave que era más un gruñido de profunda satisfacción. Su orgasmo llegó poco después, su erección contrayéndose con cada chorro de semen que salía y daba a la pared.

Hobie no retrocedió. Pavitr tampoco se alejó. Solo hubo dos ligeros cambios, casi simultáneos: los dedos pulgares de Hobie acariciando sus caderas en círculos, Pavitr cediendo a la gravedad, dejándose sostener por el torso detrás suyo.

Estaba listo para no dejar que Hobie usara esos guantes nunca más.