Enervación

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Este fanfic es una traducción de Enervation, por HydraNoMago (AO3). Por supuesto, la traducción se ha realizado con el explícito permiso de su autor original.

Advertencias:

Muerte de personaje.

«Hay otros que se aferran a una emoción. A un impulso. A una pérdida. A la venganza. O al amor. Esos fantasmas nunca se van.»

—Edith Cushing, La cumbre escarlata


Cuando conoce a Pavitr Prabhakar por primera vez, ella siente el peso de esos hombros como si estuviera en los suyos propios.

Aclamado como un genio por las Arañas de todas las dimensiones, los hombros de él se encogen y su cabeza está caída con una especie de derrota que ella evita ver en el espejo. Está cansado, agotado; pero su espacio de trabajo, su laboratorio, rebosa de los frutos de su trabajo, hecho especialmente para el beneficio de todos los demás.

Cuando conoce a Pavitr Prabhakar, no cree que él sea capaz de sonreír.

Así que cuando lo ve sonreír por primera vez, se deslumbra. No solo por lo joven que parecía en ese momento, sino por el palpable entusiasmo que desborda mientras divaga sobre su último proyecto, destinado a fortificar Loomworld, a proteger la Red de la Vida que une los multiversos y a proteger al Maestro Tejedor encargado de mantener la Red… Protegerla a ella.

—No más visitas sorpresa.

Le da un golpeteo con un destornillador a la pequeña máquina que hay sobre la mesa metálica, sus ojos brillando con genuina alegría. Algo pica su interés, afina un pequeño botón al lateral de la máquina y da media vuelta para tomar otra herramienta.

—Honestamente, es increíble que la Red de la Vida sea lo más importante para nosotros y que no hayamos hecho nada por tener algo de seguridad aquí.

Zero se encoge de hombros, haciendo esfuerzo para no toquetear todo lo que hay a su alrededor en el laboratorio de Pavitr. Tuercas y tornillos organizados en contenedores plásticos; los intrincados planos y garabatos que cubren por completo una pared. Dos sillas giratorias, una tiene encima un chaleco remendado lleno de pinchos. La enorme taza con bolígrafos de varios colores, y otras dos tazas idénticas a un lado, una de ellas marcada con el mensaje de «NO VENENO» que le parece escrito de forma errática. Máquinas que emiten pitidos y chirridos suaves, a veces incluso gorgoteos; en el aire el olor a metal y polvo. Cosas que crean una opresiva esterilidad.

Vuelve a concentrarse cuando Pavitr deja la máquina sobre la mesa haciendo clic y la examina con el ceño fruncido. Los dedos tamborilean inquietos en sus brazos cuando los cruza. Al final suspira y dirige su mirada hacia Zero con desgana.

—Me disculpo —murmura, llevándose la mano a la cara. Los hombros se le curvan de nuevo y la sonrisa de antes se desvanece—. Sé que no es perfecto, pero-

 —¡Lo es! —Zero casi grita… o más bien grita, a juzgar por los ojos bien abiertos de Pavitr y el sobresalto que dio hacia atrás.

Hunde las uñas en las palmas de sus manos y presiona sus talones en el suelo, lo que sea para controlar la turbia oscuridad que se agolpa en su pecho.

Sabe muy bien cómo se siente. Querer ayudar pero quedarse corto. Querer ser útil. Querer que te vean.

Que te quieran.

«Un genio necesita un público, cariño. No es algo malo». Recuerda una suave mano acariciándole la cabeza, pellizcándole la mejilla, a sabiendas de que debería estar ahí, pero es incapaz de siquiera sentir la ilusoria presencia… Daría lo que fuera por el amor de su madre. «Los genios como tú solo necesitan un poco de amor extra en sus vidas».

Zero invoca toda la sinceridad que puede.

—Es perfecto. Gracias.

Las máquinas pitan. Una gorgotea. La Red de la Vida zumba levemente.

Las palmas de las manos de Zero sudan, está en pánico. «Mierda, mierda, mierda, dije algo malo, ¿verdad? Algo raro. Está disgustado. Obvio. Mierda. ¿Por qué pasa esto siempre?»

Un resoplido agudo seguido de una carcajada que no debería sonar tan adorable es lo que escucha. Las mejillas de Zero se acaloran. Está a punto de disculparse, pero Pavitr sacude la cabeza entre resuellos incontrolables con la mano cubriéndose el rostro.

—Sin problema —dice finalmente, todavía entre risas. Inhala con fuerza para calmarse y se recompone lo suficiente como para mirar a Zero a la cara—. Me alegro. 

Su sonrisa es cegadora.

Zero debate entre el deseo de que sonría más y el evitar el brillo de esa sonrisa.

Quizá debería comprarse unos lentes de sol.


La Red de la Vida zumba a pulsos, brillando en rojo. Zero tuerce experimentalmente una hebra, que vibra a lo largo de toda la red; cierra los ojos y escucha. 

Una cacofonía de voces ahoga sus sentidos. Escenas de luces que pasan parpadeando, fragmentos de palabras a medio formar. Peligro, diversión, mundanidad, vida, amor. Una nueva hebra se asoma tímidamente por detrás de quien la ha concebido, ramificándose en un nuevo mundo. Una vieja hebra se marchita en apagadas chispas rojas, sin dejar nada atrás.

Arañas por doquier. Diferentes pero iguales.

Su mordacidad al pelear, su optimismo idealista, sus fallas a la hora de ocultar sus identidades, sus heridas constantes, la tenaz sombra de su dolor.

Los dedos de Zero se enrollan en las hebras, la Red tiembla. Solo ella puede hacerlo sin que haya catastróficos cambios en los mundos. Es la Maestra Tejedora, la encargada de proteger la Red. Tiene en sus manos el destino de todos esos mundos. Manos en las que apenas confía.

Diferentes pero iguales.

Excepto ella.


La segunda vez que ve sonreír a Pavitr, inclina discretamente la cabeza para evitar que el brillo la ciegue, pero su curiosidad hace que mantenga la mirada fija en el celular que él tiene en la mano.

—¿Algo gracioso? —pregunta Zero con la barbilla levantada, mientras mastica la kanji vada que Pavitr trajo para compartir.

La sonrisa de Pavitr se vuelve a ocultar en su rostro, tan rápido como un cangrejo ermitaño buscando refugio.

—No es nada. —Apresura a guardar el celular y a comerse a mordiscos una kanji vada.

Zero se obliga a no sentirse culpable, porque sabe que eso haría a Pavitr sentirse culpable, empezando así un ciclo interminable de «oh, no, mi amigo me odia».

«No eres tú», resuena la voz severa de Gwen, tan clara que Zero puede visualizar la forma en que levantó un hombro, mano en cadera mientras la otra gesticuló a la par. «A todos nos pasa siempre algo, sobre todo a nosotros. Y sí, apesta, pero no tienes que culparte por haber hecho sentir mal a alguien accidentalmente. A saber qué nos hace reaccionar así, más allá del típico trauma que cargamos». Gwen hizo una pausa para soltar una risa autodenigrante, acomodándose los mechones de cabello dorado detrás de la oreja, en vano. Le dio a Zero una mirada tan clara que le dieron ganas de nadar en el cielo. «Tan solo…», se mordió el labio, «discúlpate y sigue adelante. No te preocupes. Si son buenas personas y buenos amigos, entenderán».

Zero arruga la servilleta rosa en su mano, las fibras rasposas la devuelven a la realidad. «Respira hondo, cariño, así». Ese era el mantra de su padre cada vez que el aire le oprimía la garganta, manos acariciándole la espalda. «Respira».

—Lo siento —dice a la servilleta, arrugándola con más fuerza.

Siente, más que ve, cómo Pavitr se remueve a su lado. Deja salir un sonido de confusión pura, pero capta el hilo de la conversación un segundo después.

—No pasa nada, Zero. 

—No. —Cierra los de dedos alrededor de la servilleta, ocultándola. —Quiero decir, no está bien que me entrometa. Lo siento.

«Por favor, no me dejes. Quiero que sigamos siendo amigos. Por favor no me dejes sola. No quiero estar sola».

—Oh, mera bacchi.

Zero casi da un salto cuando siente los dedos de Pavitr limpiar cuidadosamente la comisura de sus labios con una servilleta. Levanta la cabeza por instinto para mirarlo, y las náuseas que se habían acumulado en sus entrañas se disipan.

La sonrisa de Pavitr es leve pero burlesca. Limpia el aceite que se desliza por la barbilla de Zero con una risa.

—No pensé que fueras tan descuidada al comer —reprende en broma.

Los recuerdos como fantasmas se agitan en el corazón de Zero.

—Pavitr, yo-

—No has hecho nada por lo que tengas que disculparte —dice, dejando la servilleta sucia a un lado. Extiende el túper de comida, silenciosa invitación, observándolo hasta que Zero toma otra pieza con algo de vacilación. Pavitr sonríe en aprobación—. Come. 

Así lo hace. La incómoda tensión desaparece con cada bocado que da a la aceitosa y cálida comida; se sustituye por el reconfortante manto de disfrutar una comida en conjunto.

Pavitr agarra otra servilleta y, de repente, dice:

—No es tan gracioso como él cree que es, pero a veces puede serlo.

Se ríe ante la mueca de confusión que le da Zero y da dos golpecitos al bolsillo donde está el celular.

—Me bombardea con mensajes, pero solo uno de cada diez es remotamente gracioso.

Zero asiente con cuidado, dándole un mordisco distraído a la comida.

—¿Él es…?

—Otro Spider-Man.

Pavitr quita una pelusa imaginaria de su dhoti y Zero jura que la expresión de él se suaviza hasta convertirse en algo que ella jamás pensó ver. Los dedos de Pavitr se detienen y lanza una mirada incierta hacia Zero. Ella percibe la lucha interna que hay en él, aunque es incapaz de siquiera imaginar de qué se trata esa lucha. Al final hay un ganador.

—Su nombre es Hobie. Hobie Brown.

—Oh —dice Zero, reprendiéndose mentalmente un segundo después por sonar tan tonta—. ¿Es amigo tuyo? Qué genial.

—Sí —hay un tic en la mandíbula de Pavitr, mirada perdida en algo a la distancia—, supongo que podrías decir eso.

Los dedos sin guantes de Pavitr tamborilean en el regazo para después doblarlos, llevando los nudillos debajo de la mandíbula.

—Mi mejor amigo.

Zero se muerde el labio por las repentinas emociones de alegría y tristeza.

—¿Lo podré conocer algún día?

—Tal vez —dice Pavitr, después de un par de segundos muy largos. Se repone, como si volviera al presente—. No siempre está por aquí, pero si te lo encuentras, ten cuidado.

—¿De qué? —El tono desconcertado de Zero le provoca otra risita a Pavitr.

—Es… —finge pensar, mientras cuenta con los dedos— molesto. Descuidado. Obstinado. No sabe planchar una camisa, mucho menos sabe cocinar. Y es tan, tan ruidoso.

El celular de Pavitr suena justo en ese momento, en un acorde de rasgueos de guitarra. Zero alza las cejas mientras Pavitr saca el celular del bolsillo con un gruñido y toca la pantalla con visible molestia. Sus dedos teclean con gran rapidez en respuesta.

—Um —Zero titubea, preguntándose cuál es la mejor manera de redirigir la atención de Pavitr sin provocar aun más la molestia que hace que frunza las cejas tan profundamente—. ¿Él puede… oírnos? ¿Desde otro universo?

—Ah, ¿esto? —Pavitr agita el celular. —Es un prototipo que estamos probando. Contacto interdimensional.

Pavitr lo extiende para que ella lo mire, pero sin soltarlo.

—Si uno de nosotros está conectado, técnicamente podemos escuchar las conversaciones más cercanas que estén ocurriendo en un radio de unos diez metros. Aunque aún estamos trabajando en ello. A veces no podemos escucharnos en absoluto.

El celular vuelve a sonar. Zero ve la burbuja multicolor del mensaje que ilumina la pantalla. «Un gusto conocerte Zero! Pavi me ha dicho absolutamente nada sobre ti!»

Ella ríe mientras Pavitr vuelve a fruncir el ceño. Aparece al instante otro mensaje. «No creas nada de lo que dice sobre mí. Soy una Araña super genial, deveras!»

—Oh, por favor —resopla Pavitr.

«No es mi culpa que a señorito Sin Sentido de la Moda no le gusten los chistes vulgares»

—Cada vez que leo otro, una de mis neuronas perece —se queja Pavitr, mano en boca, para después decir: —Y deja de llamarme así.

«Tus neuronas son unas malditas debiluchas, señorito Sin Sentido de la Moda»

—Haraamzaade, chup —sisea Pavitr. Zero no puede evitar soltar una carcajada.

Resuena el celular. «Oooh, esa es una risa encantadora, o no, Pavi?»

—¡P-perdón! —exclama Zero entre resoplidos, agitando las manos enfrente suyo. —No quería reírme de ti, es solo que-

Continúa gesticulando con sus manos, en un complicado e indescifrable movimiento. Pavitr tuerce los labios y ladea la cabeza.

Rasgueo de guitarra. «Dilo, no mordemos»

Zero emite un ruido ahogado y Pavitr solo tuerce más la boca.

—Es… Nunca te había visto así. Como si fueras… —Joven. Libre. Feliz. Zero se traga esas palabras, no quiere que sean malinterpretadas. Así que opta por decir, desganada: —No te había escuchado tan enfadado con alguien antes.

El celular de Pavitr suena como loco, rasgueos de guitarra caóticos mientras burbujas de mensajes se desplazan una detrás de otra en destellos de colores, texto y stickers. Pavitr pulsa el botón lateral, comenzando una ardua batalla con Hobie para ver quién resiste más, si el que hace ruido o el que silencia.

—Bhenchod —maldice Pavitr, usando ambas manos en el teclado contra el muro de texto. Los acordes de guitarra se sobreponen en olas.

Zero toma otra kanji vada. Esconde en el calor de la comida su sonrisa ante la mirada exasperada pero entrañable de Pavitr.


Hay veces en las que ambos olvidan comer y es Hobie quien se los recuerda, más o menos a la misma hora, sin falta todos los días. Cuando eso sucede, Pavitr refunfuña mientras pasa a Zero a la Red de la Vida, pausando sus ataques verbales —Hobie no ayuda motivándolo con más pullas y ocurrencias— solo para preguntarle a Zero qué le apetece comer o cenar.

Al principio, Zero no tenía ni idea de qué pedir. Si es honesta, comer le parecía una molestia. Debería de haber formas más fáciles de ingerir nutrientes —cápsulas, por ejemplo— que no requirieran tanto tiempo ni ensuciaran tanto.

Pero a Pavitr le encanta comer. Los ojos se le iluminan, los movimientos se vuelven menos letárgicos, se relaja durante los pocos minutos que dura una comida al día. Saborea cada bocado con un sonido de agradecimiento —o de asco; Zero jamás olvidará cuando Hobie sugirió la monstruosa combinación de jamón y chocolate para comer. Pavitr es de los que fingen no lamerse los dedos para aparentar decoro, de los que visiblemente se contienen para no lamer también los platos al terminar la comida. 

¿Cómo podría Zero perderse eso?

Le encanta ver cómo Pavitr tiene tanto amor por la comida. Le fascina cómo ese disfrute lo hace vivir, cómo la pesada carga sobre esos hombros ya no existe, aunque sea breve. Los acordes y rasgueos de guitarra son la música que acompaña sus almuerzos. Adora verlos bromear y discutir sobre las cosas más absurdas, y el hecho de que nunca dejan de incluirla, aunque la mayoría de veces ella se encarga de tomar partido para decidir quién es el ganador al final de cada insignificante discusión —nunca volverá a ver un cactus de la misma manera.

Con el tiempo, Olimar se les une, y Pavitr no deja de preocuparse que la araña mascota se coma, por accidente, parte de la comida de ellos, por miedo a que muera. «No sabemos qué es tóxico para ella», había advertido Pavitr, mientras Hobie tecleó «pregúntale a Olimar si le gustan las cebollas rojas en vinagre, porque si no le gustan no podemos ser amigos».

Hasta ahora, Olimar parecía capaz de comer de todo, para alegría de Zero y Hobie, y angustia de Pavitr. Zero abraza a Olimar contra su pecho y le da pequeñas porciones de lo que trae Pavitr; la araña bebé alienígena chasquea feliz. Pavitr estuvo a punto de comenzar una nueva pelea cuando Hobie incitó a Zero a darle a Olimar un enorme chile habanero. Zero no sabía que la cara de alguien podía palidecer hasta alcanzar niveles de fantasma para sonrojarse hasta un saturado rojo en una sola milésima de segundo, mientras Pavitr reprendió a Hobie, más en hindi que en inglés.

Las comidas y cenas nunca duran demasiado.

Pavitr se retira a su laboratorio para trabajar en la última novedad tecnológica, mientras que Hobie siempre tiene otro problema que solventar en su mundo. Incluso Olimar desaparece por largos ratos, revisando sus telarañas repartidas por todos los rincones de las habitaciones.

Pero por una hora, todos los días, Zero se siente menos sola.

Se siente como si estuviera en casa.


Rasgueo de guitarra. «Ya te lo dio?»

—¿Qué? —Zero se gira tan rápido que el bolígrafo se le cae de las manos, dejando una mancha negra en la página que la hace fruncir el ceño.

—Cien puntos por sutileza —Pavitr suspira y se pellizca el puente de la nariz.

«Cien?! Eso es mejor que ganar un premio Nobel WHOOO WHOOOO WAHOOOOO»

—¿Qué es? —Zero frota la tinta, en parte decepcionada de que su dibujo de Olimar quedara estropeado, en parte demasiado curiosa para fingir que no siente una mezcla de miedo y vértigo.

Olimar chasquea desde la silla de terciopelo que Karn solía preferir.

Hobie responde en otro rasgueo. «Pavi pds traerlo xfa?»

—Lo siento, no sé leer palabras escritas por un protozoo.

«Aguafiestas»

Pavitr tararea.

«Aguafiestas pretencioso y pusilánime»

—¿Accha? —pregunta Pavitr apáticamente, con una ceja levantada.

«Nunni»

—¡Madarchod! —Pavitr grita al celular.

«Aww, nunni! Lo usaré siempre :P»

Pavitr suspira como si se le saliera el alma, pero la toma por la cola sola para replicar:

—Al menos tengo una.

«… Pavi por qué tienes que ser sexista? Espera, no sé si esa es la palabra correcta. Zero es esa la palabra correcta?»

—No sé lo que —busca la palabra en sus recuerdos— “nunni” significa.

«Significa ver»

—¡Suficiente! —Pavitr aparta el celular rápidamente y sale corriendo hacia su laboratorio. Por encima de los incesantes rasgueos de guitarra, grita: —¡Dame un minuto!

A Zero le preocupa que pueda resbalarse con sus juttis, son un absoluto peligro.

Olimar salta de su asiento, correteando por el suelo para tocar los tobillos de Zero hasta que ella lo toma en brazos. Inmediatamente se retuerce y zafa del agarre, moviéndose hacia su hombro. Zero suelta una carcajada cuando los finos pelos del hocico de Olimar le hacen cosquillas en la nuca, y luego sube alegremente para acurrucarse en la parte superior de su cabeza.

—Cuidado —le advierte en broma, fingiendo esconder a Olimar con su gorro. La araña sisea y lo aparta en una patada—. Hey, los accesorios me gustan, ¿okay?

—Me alegro de escuchar eso.

Pavitr cae desde el techo y Zero definitivamente no suelta un alarido, para nada.

«Wow. Me pitan los oídos.»

—Ni siquiera estás delante de ella —se queja Pavitr, con las manos sobre las orejas.

Zero se retrae.

—Lo sie-

—Chup. —Pavitr la silencia con la mano y una mirada severa. —Nada de decir “lo siento” por todo, ¿recuerdas?

Zero se sonroja, asiente frenéticamente y mete las manos en los bolsillos de su chaqueta. Retuerce la tela a escondidas.

—Sí, lo si… —se detiene a tiempo y Pavitr abre los ojos de forma cómica. Zero imita el movimiento de una cremallera sobre su boca mientras escucha los sonidos de risa de Olimar.

Rasgueo de guitarra. «Paviiiiiiiii date prisa, tortuga»

—El bastardo más impaciente que conozco —refunfuña Pavitr, pero Zero observa la forma en que los dedos de él se mueven inseguros, la forma en la que pasa su peso de un pie a otro. Hay una hendidura en una de sus mejillas en la que probablemente se esté mordiendo de nuevo el interior, un tic siempre que está nervioso por algo.

Otro rasgueo de guitarra. «Zero linda, se está mordiendo la mejilla otra vez verdad»

Pavitr apaga la pantalla.

—Esto es un pequeño regalo para ti —la insta a que lo tome con una voz bastante firme a pesar del temblor en sus manos al extenderlas—. No es nada del otro mundo, pero Hobie y yo pensamos que podría gustarte. Como él estaba ocupado me obligó a ver vídeos en YouTube de cómo hacerlo, así que tiene fallas, lo siento por eso, pero espero que sea de tu agrado. Hobie estuvo de acuerdo en que debíamos incluir algo que pudiera gustarte y, carajo, estoy hablando mucho otra vez, ¿verdad?

Le pasa con sumo cuidado la pequeña bolsa enmoñada, tragándose las preocupaciones.

Un regalo.

¿Cuándo fue la última vez que recibió uno?

No lo recuerda.

Sus propias manos tiemblan cuando Pavitr asiente hacia el regalo, permiso silencioso para que lo abra. Tira de la cinta roja y saca un bello parche del clásico Spider-Man en forma chibi. Ella se queda mirándolo, y Pavitr se queda mirándola a ella.

—¡Porque eres como nosotros! —suelta apresurado y el silencio se hace insoportable por veintiséis segundos. Pavitr se remueve incómodo, las palabras que necesita se le desvanecieron; no le quedan más que afirmaciones y clichés. —Porque-

Rasgueo de guitarra. «Porque no estás sola, Zero. No importa dónde vayas o dónde hayas estado, siempre serás una Araña.»

Zero aprieta el parche con más fuerza.

Pavitr hace lo mismo con su celular.

—A veces es aterrador, y la mayoría de veces nada funciona —resopla con autodesprecio—, pero no tienes que hacer las cosas sola. Ninguno de nosotros —con el dedo hace un círculo alrededor de su pequeño grupo y luego señala hacia la brillante Red de la Vida— está realmente solo. Puede que no nos veamos todos los días, y puede que algunos nos llevemos mejor unos que con otros, pero… —Se encoge de hombros, una pequeña sonrisa alumbra su rostro de nuevo.

«¡Pero siempre nos tendrás a nosotros! Araña o no, en Loomworld o en cualquier otro mundo.»

—Somos amigos —exhala Pavitr.

«Somos amigos», confirma Hobie.

Zero aprieta el parche contra su esternón y se obliga a no llorar.

—Gracias —tartamudea, incapaz de transmitir la multitud de sentimientos en esa simple palabras, incapaz de pensar en otra cosa que decir—. Gracias.

Pavitr sonríe, Hobie rasguea alegremente.

«Te dije que le gustaría.»


Golpeados, heridos, vendados. Otra gran pelea con los Herederos, esos malditos chupadores de almas. Esta vez han perdido menos vidas —las horribles ventajas de tener este tipo de experiencia—, pero aun así han perdido unas cuantas.

Zero no siente sus dedos, quemados por haber manipulado los portales a los otros mundos por demasiado tiempo, por haber mantenido a raya a los Herederos mientras orquestaba huidas y rutas de ataque. Se siente culpablemente aliviada cuando el último de los portales se cierra y todas las demás Arañas abandonan Loomworld, regresando a sus propias dimensiones. Siempre ha querido conocerlos a todos, pero no así. Nunca con el olor a metal taponando sus fosas nasales.

En medio del caos, hace tiempo que no ve a Pavitr ni a Hobie ni a nadie que reconozca. Quizá vio a Gwen por un par de segundos cuando pasó por Loomworld solo para pasar a su siguiente destino, pero eso fue todo.

Sus huesos duelen, su vista se resiente, hay manchas de luz donde no debería haberlas. Se tambalea con sus botas hasta el armario de suministros médicos, suplicando a cualquier dios que haya todavía analgésicos. Si no, guardará un par para la próxima, antes de que el resto los acaparen todos. 

Siente sus pasos como pesos de plomo mientras se arrastra por las habitaciones, deteniéndose justo delante de una línea de luz verdosa en el suelo. El laboratorio. Atraída por la luz, se arrastra hasta la puerta metálica y la abre lo suficiente para entrar sin molestar a quien haya dentro.

Pavitr está allí.

Desplomado sobre una mesa, con la cabeza apoyada en los brazos, apenas sentado en la silla giratoria; pero respira con regularidad, está vivo.

La respiración de Zero se agita, es la primera respiración que se siente real desde hace días. Duda si entrar, pero esa decisión ya no le corresponde cuando escucha el rasgueo de una guitarra, proveniente de la mesa en la que Pavitr toma su siesta. Pavitr refunfuña incluso dormido, y Zero hace todo lo posible por no reír ante eso —no entiende la necesidad de hacerlo, solo la siente inmensamente.

En lugar de despertar a Pavitr de su desesperada necesidad de recarga, Zero camina de puntilla hacia la mesa. Suena otro rasgueo mientras toma el celular.

«¡Zero! ¿Estás ahí? ¿Todo bien? ¿Necesitas ayuda inmediata?»

«¿Pavitr está durmiendo?»

Ahoga su risa en la manga de su chaqueta y susurra:

—Sí, Hobie, estoy bien. —Dirige su mirada a Pavitr, escudriñando su figura todo lo que le permite la oscuridad. —Pavitr también parece estar bien y sí, está durmiendo. ¿Y tú? ¿Dónde estás?

«¿Yo? Soy indestructible, no te preocupes.»

«Lo siento, enserio lo siento por no estar ahí.»

«Tengo otra emergencia aquí.»

«Estaría allí si pudiera. No les dejaría solos si pudiera evitarlo.»

—Está bien —asegura Zero, aunque su estómago se retuerce, aunque le hormigueen los sentidos. Gira a su alrededor, escaneando cada esquina, pero no detecta ningún enemigo.

Rasgueo de guitarra. «Zero, ¿me puedes hacer un favor?»

—¿Sí?

«Apuesto cinco a que Pavi está como muerto durmiendo en un escritorio o algo, sí?»

Zero entrecierra los ojos mirando la pantalla.

—¿Cómo lo sabes?

«Instintos~»

«Pero ya en serio podrías ayudarme a que Pavi no se resfríe por favor?»

«Él es una flor muy delicada y no dejará de quejarse si se enferma, así que ahórrate el problema»

«Hay un chaleco de mezclilla en una de las silla, cúbrelo con eso por favor»

Zero asiente, recordando algo tarde que Hobie no puede verla.

—Sí, claro.

Se acerca a Pavitr tan silenciosamente como puede y le cubre los hombros con la chaqueta.

—¿Estás seguro que estará bien? —Zero se preocupa por los pinchos que se acercan peligrosamente a la cara de Pavitr. —Puedo buscar una manta en los armarios, no es problema.

Otro rasguido, extrañamente más ruidoso esta vez. «No, así está bien no lo cambies»

«Está acostumbrado al chaleco»

Pavitr entonces se mueve, girando al otro lado de su mejilla. Aspira, y algo en el chaleco debe de haberle llamado la atención incluso estando inconsciente: esquiva con pericia los pinchos como si estuviera despierto, hunde la nariz en la tira de tela de la parte delantera del chaleco. Emite suaves murmullos. Zero cree oír el nombre de Hobie.

«Oh. Ellos son-»

Rasgueo de guitarra. «Dale una palmadita en la cabeza de mi parte, quieres?»

Zero asiente y lo hace. La palma de su mano toca la coronilla de Pavitr, quien inconscientemente se levanta para recibirla, con las cejas fruncidas.

«Todavía parece enojado cuando sueña?»

La garganta de Zero se seca, su sentido arácnido hormiguea con persistencia, entumecida como sus dedos. Sigue la forma en la que Pavitr se hunda más en el chaleco, cómo sus puños se cierran, cómo derrama lágrimas.

—Sí —responde, incapaz de descifrar la avalancha de preguntas y el núcleo de duda alojado en sus cuerdas vocales.

Quiere saber más. Quiere que confíen en ella. Quiere que la acepten.

Quiere que sus amigos sean felices, pero Pavitr está llorando dormido, probablemente pensando que ella es Hobie, y… ¿y eso dónde la deja a ella?

Retira la mano, quemada.

—Se ve triste. 

 Pasa un buen rato antes del siguiente rasgueo de guitarra.

«Oh.»


—Y, ¿cómo se conocieron? —pregunta Zero, tan casual como puede, a pesar del bocado de namkeen que Pavitr mantiene siempre en su mesa principal. Afirma que es el mejor aperitivo para el cerebro y para la ansiedad, pero Zero no está convencida en lo absoluto. Los cereales con plátano y miel son superiores.

Un excitado rasgueo de guitarra. «Bueno querida, si quieres saberlo, fue hace mucho mucho tiempo en una tierra muy lejana donde habitaban monstruos que no paraban de gritar “¡soy autista!” como excusa y nunca aceptaban disculpas ni reflexionaban sobre sus actos y»

—Desastre multiversal —interrumpe Pavitr sin desviar su atención del soldador con el que suelda los delicados componentes de un circuito—. Múltiples desastres multiversales.

Pavitr siente un cosquilleo y coloca el soldador en el soporte con cuidado, girando para encontrarse con la cara ceñuda de Zero.

—Tienes preguntas.

—Demasiadas —confiesa Zero tímidamente, y el celular resuena en más acordes. —Pero primero… ¿autista?

«Zero, tienes que saberlo!»

Pavitr sacude la cabeza.

—Ahí va. —Continúa con su trabajo mientras el celular hace sonar más acordes.

«Mira respetamos a todo el mundo sí? Es educación básica y el mínimo requisito para vivir en sociedad»

«Una vez salvamos a unos niños de estos bullies»

«Y estos bullies no eran de 10/11 sino de qué, 18/19?»

«Pavitr me convenció de no enrollar sus triste traseros en la punta de un maldito árbol, pero entonces este cabrón le escupió a la cuando Pavi intentó razonar con él y tuvo el puto descaro de decir “soy autista!” para excusar sus acciones»

Zero se encoge en su asiento, ve cómo tiemblan los hombros de Pavitr. Extiende con cuidado la mano para apoyarla en uno, y Pavitr la mira con una sonrisa cansada.

Acordes de guitarra enfadados. «Pavi se esfuerza para ser el héroe que todos necesitan, sean quienes sean»

«Y este cabrón se lo echa en cara, riendo con sus compañeros de una manera tan narcisista»

«Así que obvio que le partí los putos dientes»

Zero boquea. Pavitr sacude la cabeza de nuevo.

—Sigo sin estar de acuerdo con lo que hiciste —reprende, devolviendo el soldador e inspeccionando la placa de circuitos. —Son niños, necesitan orientación adecuada.

«Necesitan aprender respeto humano básico, si no que les partan el culo»

—La violencia genera violencia.

«Y a veces la gente necesita darse contra el muro para cambiar»

Pavitr levanta las manos, patea a los pies de la silla de Zero para que le pase el namkeen. Se mete un puñado en la boca, mastica ruidosamente.

Por un momento, Zero piensa que probablemente es así como se ven las discusiones entre padres, pero ahuyenta el pensamiento junto con el vacío.

—¿Y se enamoraron después de eso?

Pavitr enseguida se atraganta con su namkeen.

Zero corre a por un vaso de agua mientras los acordes del celular se vuelven cada vez más frenéticos; tropieza y lo derrama por el suelo, pero por suerte Olimar entra en la habitación arrastrando una botella de agua entre sus colmillos. Zero la destapa, limpia la boca con su chaqueta y se la tiende a Pavitr, quien tiene la cara de un color rojo bastante alarmante.

—Quién- Qué- Quién te- —vuelve a toser con fuerza. Zero le da palmadas en la espalda para ayudar, las patas de Olimar patean el brazo de Pavitr para incitarlo a beber más agua.

Sonidos de pánico. «Pavi! Pavi estás bien? Pavi!»

Pavitr levanta un dedo, respira entrecortadamente para calmarse.

—Estoy bien —masculla, apartándolos suavemente para disipar sus preocupaciones.

«No suenas bien amor»

Pavitr mira suplicante a Zero.

—Él está bien —ayuda a tranquilizarlo, ganándose un asentimiento agradecido y una sonrisa vacilante.

—De cualquier forma —Pavitr se aclara la garganta, volviéndose hacia Zero—. Somos… somos…

Frunce las cejas, y Zero ve el conflicto que le asola de nuevo; emoción contra razón. Pero Zero conoce la paciencia, conoce el dar espacio. Dos aspectos que Pavitr y Hobie le han concedido muchas veces antes, distrayendo a los demás o cambiando de tema cada vez que sale a colación lo de su origen.

—No tienes que decirme —dice con ligereza, sonriendo para demostrar su sinceridad, cabello alborotado mientras sacude la cabeza. —Solo si te sientes cómodo.

Incluso el celular queda en silencio. 

Pavitr se muerde el interior de la mejilla, los engranajes de su mente zumban. Zero nota el momento exacto en que toma una decisión, con la mandíbula y los hombros tensos como si estuviera preparado para una pelea.

—Confío en ti —dice con naturalidad, como si intentara convencerse a sí mismo—. Confiamos en ti.

«Lo hacemos»

«Está bien Pavi, es buena chica!»

—Sí, lo sé —gruñe al celular—. Lo sé —repite más suave, cuando sus ojos se encuentran con los de Zero. La columna se le endereza con resolución, señala entre él y el celular—. Hobie y yo… somos algo más que amigos.

«Aww mejores amigos?»

—Chup —espeta Pavitr, su irritación lo regresa a la normalidad. Dirige una mirada al celular que Zero no sabe muy bien cómo clasificar. Enojo, tristeza y…

Anhelo.

Las palabras pesan en la boca de Pavitr, demasiado grandes para ocultarlas, demasiado pequeñas para encerrarlas todas.

—Somos pareja —exhala tembloroso, la palabra le sale como si fuera un pedazo de su vida.

Cuando Pavitr se atreve a mirar a Zero de nuevo, su corazón se encoge por él. Esa sonrisa triste, incluso cuando dice «lo amo», incluso cuando ella siente las genuinas emociones y el significativo peso de la afirmación.

—Él lo es todo para mí. Sí, es impulsivo, y un idiota la mayor parte del tiempo, y también una molestia en general para todo el mundo, pero… —los dedos de Pavitr se deslizan sobre los circuitos, escoge uno y se confiesa ante él— lo amo más que a nada. Mera jaan.

Las compuertas están abiertas por primera vez. Arranca las patas metálicas del circuito.

—Mi vida.

Rasgueo de guitarra. «Cursi»

Esta vez Pavitr ríe de verdad, resopla casi sin sentido el innecesario comentario.

—Sí, sí —concede, mucho más cariñoso de lo que Zero le ha oído nunca—. Main tumse pyaar karta hoon.

«Yo también te amo. Siempre.»

Un ruido. «Mierda, es esto ver a tus padres ser unos cursilones? Zero chica me disculpo pero no me arrepiento de que seas testigo de nuestro amor eterno»

—Bhenchod —Pavitr replica al celular. Se vuelve a Zero con una mirada atenta—. ¿Todo bien?

Zero asiente, incapaz y sin ganas de ocultar su vertiginosa sonrisa.

—Felicidades, supongo.

«Gracias cariño!»

—¿Significa que debo de estar atenta a encontrar un calcetín en la puerta un día de estos?

Pavitr gimotea entre manos mientras el celular se ilumina entre oleadas de acordes brillantes.


Gwen es increíble. Es todo lo que Zero desearía ser, pero no es. Spider-Gwen derrota a sus enemigos con pasmosa facilidad, lidera a otras Arañas ególatras, planea con victoria asegurada. Gwen se balancea y la gente la sigue por su valentía, su gracia, su inteligencia, su heroísmo.

Cuando se trata de amar a Gwen, Zero está lejos de ser la excepción.

Pero se pregunta si se supone que duela tanto.

—¿Tienes dolor en el pecho? —repite Pavitr en un tono ecuánime, aunque por la forma en la que se levanta de inmediato de su asiento delata su pánico.

—¡Estoy bien! —Zero le asegura a Pavitr, con las palmas de las manos levantadas, y se apresura a intentar tranquilizarlo como pueda, porque la otra Araña ya está moviendo cosas de la mesa sin rumbo fijo, con ojo que van de un lado a otro para captar toda la información que pueda, para encontrar la ruta más rápida a una enfermería. —¡Pavitr, no es para tanto!

—¡Bakavas! —maldice, extendiendo la mano con todas las intenciones de tomar a Zero por el brazo y llevársela para que la revisen de ser necesario. —¿Quién sabe lo que podría pasar sin que examinen?

—¡Estoy bien! ¡No es para tanto!

Pavitr se impulsa hacia ella, y es la primera vez que Zero presencia la verdadera ira de la que él es capaz.

—¡No seas idiota! —explota, agarrándola del brazo con fuerza hasta que duele.

Cualquiera que sea la expresión que aparece en su rostro, es suficiente para que el otro tambalee —Pavitr la suelta inmediatamente, retrocede y se golpea contra el borde de la mesa. Hunda la cara entre las manos, dedos subiendo un poco para tirar de algunos cabellos.

A Zero se le encoge el corazón cuando Pavitr murmura un «lo siento» roto, demasiado familiar. Traga saliva sin sentir el nudo en su garganta ni el persistente dolor que el preocupado agarre dejó en su brazo.

—No pasa nada. Sé… sé que tienes buenas intenciones.

—No, no debería haber gritado —se escarmienta Pavitr, hundiendo más la cara, los dedos tirando ahora del cabello desde la raíz—. No debería haberte agarrado con fuerza. Es solo que… 

«Los genios como tú solo necesitan un poco de amor extra en sus vidas».

Zero entra en el espacio de Pavitr con decisión, sus manos oscilan vacilantes un momento antes de posarse suavemente en las de Pavitr.

—Es solo que estás preocupado —completa ella, abriendo los dedos de él de la misma forma en que él se ha abierto paso a su corazón: con cariño, perdón y amor—. Eres mi amigo —enfatiza, pidiéndole a los dioses que sea sentimiento mutuo—, y eres una de las personas más amables que conozco.

La cabeza y las manos de Pavitr tiemblan. Suena un acorde de guitarra del celular que está boca arriba sobre la mesa. Zero lo toma con una telaraña, sonríe al ver el mensaje. Lo cuela entre las manos de Pavitr, cierra los dedos sobre él con fuerza y lo empuja por la muñeca hasta que él tiene el celular tocándole la nariz.

—Bevakoof —oye su voz pastosa y la agradecida suavidad que la acompaña.

Algo choca con su pierna y, al mirar hacia abajo, encuentra a Olimar con sus pequeñas patas delanteras arañándole el traje.

—Toma —Zero levanta a Olimar y lo empuja hacia Pavitr. Él titubea con el celular y casi lo hace caer al suelo.

 —¡Zero!

—Pavitr —responde, con una sonrisa pícara. La sonrisa se ensancha cuando Pavitr la mira con el ceño fruncido. Se cruza de brazos—. Estoy bien físicamente, de verdad.

Olimar asiente con la cabeza al pecho de Pavitr.

—Confía en mí.

Pavitr entrecierra los ojos, dudoso, y frunce los labios.

—¿Emocional entonces?

Destello de una larga melena rubia sujetada con una cinta negra. De un traje tan blanco que desaparecía en el resplandor del cielo. De una risa contagiosa, como una canción. De un codo chocando contra el suyo, una mano tomando la suya mientras corrían y corrían y corrían.

Gwen, con el informe en una mano al salir del portal hacia Loomworld, jalando a Miles con la otra. Gwen, quién metió el informe en uno de esos contenedores metálicos para que Braddock lo viera después. Gwen, que besó a Miles en los labios. Miles, que le devolvió el beso con más intensidad.

Zero, que se quedó en la entrada del portal para mantenerlo firme, cuyo corazón se hizo pedazos al igual que las viejas hebras de una telaraña.

Ella se encoge de hombros, pero Pavitr chasquea la lengua y toma sus manos entre las suyas.

—Mera bacchi, puedes contármelo —asegura. El celular brilla, Pavitr rueda los ojos antes de mirar a Zero con sincera preocupación: —Puedes contárnoslo. Sea lo que sea, estaremos ahí para ti.

«Exacto! Ahora a quién tengo que matar?»

—Hobie —reprende con cansancio Pavitr, acompañado de un movimiento de cabeza.

«Quién se atreve a hacerle daño a nuestra bebé Zero?»

«Déjamelos a mí»

«Qué les parece mejor, lanzallamas, látigos o la vieja confiable guitarra-guillotina?»

—Hobie —advierte Pavitr. Se da la vuelta y murmura «no le des ánimos» mientras Zero falla en esconder sus ahogadas carcajadas con la manga de su chaqueta.

Rasgueo de guitarra. «Hablo en serio no tienen ni la menor idea de lo serio que estoy hablando»

«He tenido a Zero por más de un día pero menos de un año y mataría a todo el mundo en la habitación y luego a mí mismo si le pasara algo»

Pavitr mira de reojo al celular, con las arrugas marcadas entre las cejas y el borde prominente de los ojos.

—No digas eso tan casualmente —reprocha, pero Hobie responde con una fila de emojis cada vez más groseros.

—Estoy bien —repite Zero, a pesar del dolor en su pecho de echar de menos algo que nunca tuvo y de reírse también.

Vuelve a tomar las manos de Pavitr, acaricia a Olimar, que se escabulle del agarre de Pavitr al suyo; Pavitr chilla cuando las patas se le clavan en el antebrazo. Zero acaricia la parte superior de la cabeza de Olimar con la barbilla, lo abraza con tanta fuerza como para aliviar el vacío de dentro.

Rasgueo de guitarra. «Problemas amorosos?»

Zero olvida cómo controlar sus facciones y queda boquiabierta ante el mensaje. El ceño de Pavitr se frunce, Olimar chasquea en sus brazos y Hobie teclea: «quién es el bastardo al que tenemos que despellejar vivo?»

—¡Hobie! —gritan Zero y Pavitr a la vez, mientras Olimar se aleja de un salto ante el súbito ruido.

—¡Eso no es solo inapropiado-!

—¡No les voy a decir!

—¡También es-! ¡Por supuesto que ella no querrá decírnoslo ahora!

«Por qué me están gritando?! Grítenle al idiota que le rompió el corazón a Zero!»

—No diría que está roto-

—Mera pari, siento mucho que tengas que pasar por esa experiencia, y no, Hobie, sin peleas-

«No sería una pelea»

—Dije que nada de jodidas peleas-

—Espera. ¿Pavitr? ¿En serio acabas de decir «jodidas»?

«Puedo golpearle el culo de trapo al sujeto cualquier día»

—¡NADA DE PUTAS PELEAS!

El silencio golpea las bocas de todos. Incluso Olimar no emite ni un solo ruido mientras se esconde bajo una de las tantas mesas de trabajo. Las máquinas pitan y gorgotean demasiado alto.

Rasgueo de guitarra. Pavitr gimotea y se pasa una mano por la cara con dureza. «Aún así puedo darle una paliza»

Pavitr gruñe, echa el brazo hacia atrás para arrojar el celular, pero aborta la misión a medio camino; en su lugar, opta por agarrarlo con ambas manos y estrangularlo como si se tratara del cuello de Hobie.

Rasgueo de guitarra. «Asfixia a modo de castigo?»

Rasgueo de guitarra. Emoji mirón. «Pervertido»

—De verdad estoy bien —interrumpe valientemente Zero, manos retorciéndose en los bolsillos de su chaqueta—. Lo superaré pronto, así que- ¡Oh!

Sus brazos devuelven por instinto el abrazo en el que está envuelta. No sabe cuándo empezó a llorar.

—No pasa nada —la tranquiliza Pavitr, quien le pasa suavemente una mano por la espalda—. Todo irá bien.

Zero asiente, avergonzada del charco de cálidas lágrimas que deja en el hombro de Pavitr; la húmeda mancha en el traje una evidencia de su debilidad.

Rasgueo de guitarra. «No eres débil», teclea Hobie, como si le leyera la mente. «Si puedes llorar, significa que aún tienes corazón. Y eso es lo más importante.»

—Eres increíble, Zero —dice Pavitr, y Zero puede sentir la sonrisa de él en su cabello—. Siempre te estás esforzando, y haces mucho más de lo que deberíamos por el bien de los demás. Sin ti como la Maestra Tejedora ya habríamos sufrido otro aluvión de ataques y perdido muchas más Arañas.

«Sep, tú eres la que evita que nos derrumbemos, cariño. Tu cordura es el equilibrio que tanto necesitamos.»

Pavitr se separa con suavidad del abrazo, pero la mantiene a menos de un brazo de distancia.

—Eres valiente, fuerte y, sobre todo, amable.

«Eso es lo mejor que se puede ser.»

—Parafraseando a un sabio Maestro Tejedor —sonríe Pavitr.

Zero resopla una húmeda carcajada cuando Pavitr saca una caja de pañuelos de uno de los estantes y la ayuda a secarse las lágrimas. Le da un golpecito en la muñeca y se suena la nariz ruidosamente.

Rasgueo de guitarra. «Ahh sí el clímax de una maravillosa sinfonía»

—¿Puedes dejar de ser un bromista durante dos minutos? —suspira Pavitr, sufrido.

«Solo dos? Okay, empezando desde ya! 120, 119, 118,»

Zero toma el celular, liberando a Pavitr para que levante las manos y soltar una cadena de insultos a él mientras Hobie sigue tecleando.

Tres rasgueos de guitarra seguidos: emojis pintando dedo.

Pavitr contraataca apagando la pantalla.

Otro rasgueo. «Puedes decirnos cuando quieras, Zero. De verdad cuando quieras. Despierta a este idiota si se vuelve a quedar dormido en el laboratorio y podremos compadecernos juntos.»

«También puedes obligarlo a que te compre ese helado de choco-rocas que te gusta ;D» 

—¿Y quién va pagar? —Pavitr agita el aire por encima de la pantalla.

«No lo harías por Zero?»

—Claro que lo haría —frunce el ceño—. Pero no voy a pagar tu parte.

«Tacañoooooooo»

«Ve, Zero! Ve cómo me trata! D:»

—Tienes razón —Pavitr se cruza de brazos—, te trato demasiado bien.

«Cómo???»

—Zero —canturrea con dulzura, y Zero hace una mueca de placer ante las estruendosas olas de malicia que Pavitr desprende—, ¿qué te parece si hacemos que nuestro querido Hobie escuche nuestra playlist favorita de canciones de Taylor Swift?

«Ni se te ocurra.»

Zero devuelve la sonrisa.

—Es una idea brillante, Pavitr.

Ella le regresa el celular a Pavitr y él se sienta en la silla giratoria para deslizarse hasta el monitor gigante. Los dedos vuelan por las teclas y abren la playlist.

«YO.

ME.

LARGO.»

Zero se pone detrás de Pavitr, actuando la mejor cara de desilusión que puede hacia el celular.

—¿No te quedas?

«…»

—Ella necesita de nuestro apoyo, ¿y esto es lo que haces? —dice Pavitr con tono fingido, levanta la otra silla giratoria y sube las piernas a una desordenada mesa. —Mal padre.

«BIEN. BIEN.»

Rasgueo de guitarra. Emoji gigante enojado.

«ESCUCHARÉ SU HORRIBLE MÚSICA CON USTEDES SI ESO HACE FELIZ A ZERO»

—¡Gracias, Hobie! —interviene Zero, alegre.

—Aww, blandengue —dice Pavitr, condescendientemente.

Rasgueo de guitarra. Unas quince groserías que Zero jamás ha escuchado pero que le hacen gracias.

Zero teclea con rapidez mientras Pavitr ríe a carcajadas y levanta el celular. Cambia la playlist a una de Radiohead. A ella jamás le gustó Taylor Swift.


Los dedos de Zero están entumecidos. Es lo que tiene tener los brazos atados por detrás y unidos al respaldo de una silla. Lucha en vano contra las ataduras y sus botas se hunden al suelo, incapaces de mover las patas de la silla.

—Detente. ¡Detente! —le ordena la voz, y Zero se congela hasta los huesos. Su sentido arácnido le grita corre, corre, corre, sigue corriendo y no mires atrás. Se le cierra la garganta, se le nubla la vista y, oh Dios, está hiperventilando otra vez. Se ahoga, con la cabeza inclinada hacia delante y nada entra en sus pulmones, todo lo que puede ver es la tela rota de su traje y el suelo de linóleo y-

—Respira.

«Respira».

Voces superpuestas. Mano que le alivia la espalda.

Cierra los ojos y se obliga a calmarse. «Respira», le dice de nuevo la voz, y ella lo hace; respira larga y profundamente hasta que la piedra que tiene en la garganta desaparece, hasta que su visión llorosa se aclara lo suficiente como para percibir de nuevo los contornos de la vida.

Rasgueo de guitarra. «Pavi. Déjala ir.»

—Cállate, Hobie —gruñe Pavitr, retirando la mano.

Él se levanta de su posición agachada, sirve un vaso de agua y se lo acerca a los labios de Zero.

—Bebe —le insta, pero ella cierra la boca y sacude la cabeza con fuerza—. Bebe —repite Pavitr con toda la neutralidad de la que es capaz en ese momento, y aprieta el vaso con más fuerza.

Aunque Zero lo fulmina con la mirada, al final bebe un sorbo.

Hay confusión en los ojos de ella, pero sobre todo miedo. A Pavitr se le retuerce el estómago y golpea el vaso contra la mesa, haciéndolo añicos. Zero se sobresalta. Pavitr tiene que clavarse las uñas en las palmas de las manos para contener el instinto de consolarla.

—Pavitr —lo llama, tentativa, cuidadosa, asustada. Asustada de él. De Pavitr Prabhakar, Spider-Man- Héroe. Mártir.

Villano.

—Pavitr, ¿por qué? —Su voz es demasiado tenue, demasiado cautelosa. —¿Qué era eso? ¿Qué hiciste?

«Pavitr. Detén esto. Déjala ir.»

—Pavitr, no tienes que hacer esto.

«¡Pavitr!»

—¡CÁLLENSE! —ruge, da una patada tan fuerte a una mes que esta se estrella contra la pared de enfrente, esparciendo tuercas y tornillos por todos lados. Desgarra las páginas de un cuaderno, intricadas palabras y dibujos destrozados al instante. Se lleva las manos al cabello, arañando y tirando—. ¡CÁLLENSE, CÁLLENSE, CÁLLATE!

«¡PAVITR!»

Él se pone de cuclillas de golpe, con los hombros encorvados sobre sí mismo. El corazón de Zero se hunde mientras sollozos desgarradores salen de Pavitr: raciocinios confusos, claro dolor.

«Pavitr». Los rasgueos que suenan desde el celular y el monitor son inquietantemente incongruentes con la gravedad de la situación. «Deja ir a Zero. Ella no tiene nada que ver en esto. No la metas en nuestro problema.»

Pavitr mira los mensajes, enseña los dientes.

—¿Yo? ¿Meterla? —Resopla una carcajada. La mirada aguda se dirige a Zero. —Nadie le pidió que metiera las narices donde no la llaman.

Esas palabras son una bofetada en la cara que Zero nunca pensó que vendría de Pavitr, pero parece que hay una primera vez para todo con él.

No fue su intención. Ella solo buscó a Pavitr después de una de sus misiones, sabiendo que trabajaría hasta el cansancio si nadie lo vigilaba y lo detenía. Buscó en el laboratorio, pero estaba vacío, al igual que las demás habitaciones. Había pasado los dedos por la Red de la Vida. Había cerrado los ojos para escuchar, pero Pavitr no estaba en ninguna otra dimensión. Estaba aquí, en Loomworld, aunque no lo encontraba en ninguna parte.

Zero decidió revisar de nuevo el laboratorio, esta vez cada uno de los rincones, por si Pavitr se había quedado dormido por accidente en algún lugar. No había nada fuera de lo normal; las máquinas pitaban a intervalos regulares. Su sentido arácnido había hormigueado entonces, incesante, casi doloroso. Tropezó en un escalón, se agarró al borde de una mesa y resbaló. Cuando sus rodillas chocaron con el suelo, su mano se enganchó a una pesada tela tirando de ella y…

Lo sabe. Lógicamente, sabe lo que está viendo ahora y lo que vio en ese entonces. Lógicamente, sabe que esto está mal. ¿Pero emocionalmente? Ve a Pavitr —el inteligente, generoso y amable Pavitr— acariciar el cristal del tubo, apretar la frente contra él con los ojos cerrados.

El cerebro que flota en el líquido verde lima palpita. Los restos de un brazo hecho jirones se agitan como si quisieran estirarse.

Zero traga bilis.

Ella lo sabe. Sabe exactamente quién está en esa prisión de cristal.

«Pavitr, amor. Por favor. Esta no es la forma correcta.»

—No existe ninguna maldita forma «correcta» —mofa Pavitr contra el cristal. Se aparta de él para mirar al monitor.

«Ella lo entenderá.»

—¡Nadie lo hará!

—¡Ni siquiera me estás explicando nada! —protesta Zero, luchando contra el miedo, el pavor que le entumecen la lengua. —Pavitr, ¿qué está pasando?

«Pavitr. Está asustada. Para esto.»

—¡Pues debería estarlo! —suelta, golpeando la consola con una mano.

Se gira para mirar a Zero, con una furia ardiente y su propio miedo grabados en cada una de las líneas de su rostro. Zero grita cuando él la empuja hacia delante por el cuello de la chaqueta.

—Ese —señala el gran tubo de cristal— es Hobie. El maldito Hobie Brown.

Un escalofrío recorre la espalda de Zero, asqueada de lo antinatural.

—¿Por qué? —pregunta, haciendo fuerza contra las ataduras.

Los ojos de Pavitr están apagados en el ceño fruncido.

—¿Por qué? —repite burlón y se acerca al vaso. —¿Por qué? —ríe sin gracias, poniendo una mano sobre el vaso; un brillo verde se difunde desde su palma. —Ya te lo dije, ¿no? Él es mi amor. Mi vida.

Pavitr se gira y Zero no puede deshacerse del terror en sus venas que le causa la fuerza de la vacuidad de Pavitr, que resuena con la suya. La morbosa curiosidad le suelta los nudos de la lengua. Se le acelera el corazón.

—¿Qué pasó?

«Zero, no», reprende Hobie a oídos sordos.

Pavitr frunce los labios, tamborilea los dedos a un ritmo errático sobre la consola.

—Murió —dice, porque es la verdad. Porque es más fácil decirlo así que explicar cómo todo el tiempo que habían estado juntos pasó ante sus ojos. Es más fácil enterrar el exceso de remordimientos con la fiel pala de los hechos.

Porque la gran verdad era esta: si había sido demasiado tarde, no lo sabía. Las noticias le llegaron a través de rumores sobre las más recientes muertes. Los Herederos, que escaparon de la dimensión que los mantuvo presos. Chupadores de almas que perseguían a los Tótems Araña y los mataban uno a uno.


Karn había convocado a un equipo. Pavitr no era uno de ellos, pero Hobie sí. Hobie, que salta de cabeza al abismo gritando su nombre, siempre sale con vida, con la ropa hecha trizas y una salvaje sonrisa, gritándole a Pavitr que lo ayude a llevarlo a la enfermería. Hobie, que se queja dramáticamente de los cortes más pequeños, pero que aprieta los dientes ante las heridas más mortales. Hobie, que bromea a pesar del dolor, le da un golpecito en la frente a Pavitr y se burla de él por sus arrugas tempranas y permanentes.

«Cuando seas mayor», dice.

Siempre «tú», nunca «nosotros».

«Prefiero no sucumbir a la inutilidad decrépita, muchas gracias». Se deja caer en la cama con los zapatos todavía puestos, evitando las patadas de Pavitr hasta que ya no, tomándole del pie y presionando besos en el delgado tobillo con reverencia.

«No digas eso».

«¿Por qué no? Es verdad. Sería el más feo e imbécil de todos los viejos. Pero tú», toma las manos de Pavitr y se lleva una a los labios, «eres hermoso en cualquier versión».

Brazos le rodean la cintura, tirando de él hacia abajo. Se resiste en acto simbólico, antes de dejarse tirar.

«Tonto ligón».

«Idiota sin remedio».

Una risita áspera. Él se acurruca violentamente en el esternón de Pavitr, con la barba de un día arañando la fina piel hasta enrojecerla. Pavitr le pasa los dedos de una mano por el cabello, los de la otra recorren suavemente las vendas blancas que rodean la espalda de Hobie.

Los oscuros dientes del vacío le muerden los talones. Él le tiende un largo beso a la coronilla de Hobie para ahuyentarlos.

«No vayas. Quédate conmigo».

Siente el cálido resoplido de Hobie; la temperatura de estar vivo.

«Muy tarde, estás atrapado conmigo para siempre», murmura Hobie mientras arrastra besos por el cuello de Pavitr. Le acaricia la mejilla para continuar con su viaje por la barbilla y la nariz.

Los ojos oscuros se encuentran con los ámbar —tan de cerca, los rasgos se difuminan en colores en los que a ninguno de los dos les importaría ahogarse.

Pavitr agarra la muñeca de Hobie.

«¿Lo prometes?»

«Te lo prometo. Pero tú tienes que hacer lo mismo».

«Por supuesto, jaaneman. Por supuesto».

Sellado con un beso. Firmado en un altar improvisado bajo el manto de las estrellas. Cadenas de voluntad en forma de brazaletes de oro y plata. Días de cubrirse las espaldas, noches de confesiones susurradas.


No lo sabía.

Cuando —oficialmente— se lo dijeron, el cadáver de Hobie ya estaba congelado en la morgue. O lo que quedaba de él.


Lo torturaron.

Las otras Arañas no quisieron decirle cómo, así que amenazó a Karn hasta que lo enviaron a aquel infierno, hasta que se clavó la palma de la mano en los ojos mientras permanecía de pie sobre las manchas de sangre esparcidas por todas partes, intentando recrear el episodio de absoluto horror porque, mierda, tenía que saberlo.

Llevó su tecnología, y una parte de él deseó no haberlo hecho. Las otras partes eran rabia incendiaria que le quemaban por dentro; culpa por sí mismo, por ponerse del lado del idiota idealismo del código de los Tótems Araña de no matar; y arrepentimiento. El absoluto arrepentimiento.

Debió haber estado ahí. Debió haber matado a los Herederos cuando tuvo la oportunidad. Los robots que había enviado a vigilarlos eran suyos, pudo haberlos masacrado, si lo hubiera hecho Hobie seguiría vivo, no estaría muerto, todo era culpa suya, culpa suya, culpa suya.

 

Primero le cortaron los dedos. Luego le atravesaron una lanza por el costado, retorciéndola para clavarla más profundo.

Bonitos ojos, dijo uno. Ensartaron un globo ocular como un pepinillo.

Maldito ruidoso, dijo otro. Lengua perforada y cortada.

¿Toca la guitarra? Qué lindo. Corta, corta, adiós manos.

Me pregunto, ¿todavía podemos comerlos si están a punto de morir?

Averigüémoslo.

Averigüémoslo.

Veamos.

Swoosh hace la espada, cortándolo por la mitad.

Y voilá.

Yo le daría un aprobado. 

No era tan delicioso después de todo.

Qué pena.

¿Cuál es la palabra que murmuraba? Está en mi cabeza.

¿Qué palabra?

¿Qué palabra?

Un nombre.

¿Un nombre?

Creo que sí.

¿Qué nombre?

Pav-algo.

Pavi. 

Pavitr.

Pavitr.


—Murió —dice Pavitr, sin dejar ni una sola gota salada.

Zero se estremece por la frialdad de ese tono.

—¿Y ahora? ¿Está… vivo?

—Sí.

«No.»

—No empieces otra vez.

«Estoy muerto. Lo sabes tanto como yo.»

—¡Estás aquí! —Pavitr grita, golpeando con su puño los restos que pudo salvar. —Ese es tu maldito cerebro. Tus nervios, tu brazo, partes de tus órganos que no se derritieron en cuanto les dio el sol. Ese eres .

«¡Esto es memoria muscular! ¡Esto es repetir líneas y frases almacenadas en una memoria! No es diferente a una inteligencia artificial y eres demasiado listo para no saberlo.»

—¡Eres TÚ!

«¡Era yo!»

«Pavitr, estoy muerto. Estoy muerto, no existo.»

«¿Por qué te haces esto?»

—¡Porque lo prometimos! ¡Lo prometimos y tú-! —Los dientes de Pavitr rechinan por la fuerza con que los aprieta. Su respiración agitada es el único sonido aparte de los pitidos de las máquinas.

El cerebro en el tubo pulsa. «Lo siento.»

Zero aparta los ojos de la cara de Pavitr; cómo se arruga sobre sí misma como servilletas usadas, destinadas a ser desechadas.

«Es mi culpa, no suya.»

«Déjala ir.»

—¿Lo entiendes? —Pavitr grazna. Zero tarda unos instantes en darse cuenta de que se dirige a ella. —¿Lo entiendes?

«Sí, lo entiendo. Sé lo que es sentirse solo. Sé lo que es estar perdido. He luchado contra él durante tanto tiempo, este vacío en mi pecho se hace más fuerte día con día, que me devora entera. Conozco el sabor de la desesperación; está tallado en mis manos. Conozco la consistencia de las lágrimas, la sequedad de su ausencia. Sé lo que es extrañar a la gente tan profundamente que olvidamos quiénes somos».

—No —susurra—. No, nunca podré hacerlo.

«¡Zero!» 

Las uñas de Pavitr arañan el cristal.

—Pero —ella se lame los labios secos— no necesito entenderlo para aceptarlo. Pavitr, Hobie… son mis amigos —se traba en la última palabra por un sollozo.

«¡Pavitr, no lo hagas!»

Un destello metálico sobre su cabeza. Zero se agacha instintivamente, pero su cabeza no cae al suelo. En su lugar, la sangre vuelve a correr por sus dedos y brazos en forma de pinchazos.

—Pavitr…

—Vete —le ordena, levantándola de la silla, empujándola hacia la puerta.

Ella se resiste, pero él le da una patada en la parte posterior de las rodillas para derribarla, la lanza lo que resta del camino.

—¡Pavitr! ¡Espera! —grita al chocar con la puerta, el metal golpeando con fuerza contra su espalda. Se agarra a los tobillos de él, pero Pavitr la aparta de una patada, la levanta por el cuello de la chaqueta y la obliga a salir por la puerta.

—¡Espera! ¡No lo hagas! ¡No, Pavitr! ¡Hobie! ¡Espera!

«Adiós, Zero. No queremos verte demasiado pronto en el otro lado, ¿okay? ¡Vive bien!»

—¡Pavitr! —Su voz se quiebra tanto como su corazón.

Él se detiene solo por un momento.

—Lo siento.

Zero mete las manos por el hueco de la puerta, araña el brazo de Pavitr.

—¡No! ¡Apenas y te conocí! ¡No tuve la oportunidad de saber más de ti! —Olimar chasquea con urgencia detrás de ella, tirando de sus piernas. —¡Pavitr, por favor!

—Necesitará unos días para que el hedor y los productos químicos se disipen —dice con normalidad—. Mantén la puerta cerrada al menos una semana, ¿accha? —La aspereza de la palma de la mano la acaricia en la mejilla, una suave contradicción. —Mera bacchi, eres más fuerte de lo que crees, y eres más amada de lo que crees. Espero, rezo, que pronto encuentres a tu verdadera familia.

—¡Pero tú lo eres! —Zero se agarra a Pavitr, tirando con todas sus fuerzas. —¡Tú y Hobie y Olimar! ¡No se vayan, por favor, no se vayan!

Es la última vez que ve sonreír a Pavitr.

Él la empuja lejos de la puerta y le dice adiós.


Le contó a Braddock lo sucedido y a nadie más. Para los otros, fue un trágico accidente: una noche más, un cable accidentalmente suelto. Se pusieron nuevas normas y medidas de seguridad, se colgaron brillantes placas de mentiras en cada esquina.

Para la mayoría, Hobie estaba muerto desde hacía mucho tiempo. El resto no sabía quién era Hobie.

Solo un puñado de personas reconocían la gran pérdida del mejor científico de la Sociedad que era Pavitr.

Zero traza con los dedos el parche que está en el hombro de su chaqueta, encogiéndose como ya le es hábito. Es rasposo, obviamente hecho por un principiante, pero es una prueba.

Prueba de que estuvieron aquí y fueron felices… alguna vez.

—Zero, ¿estás bien? —pregunta Gwen, con los ojos brillantes y azules e ignorantes. Olimar se arrastra detrás de ella, chasqueando a Zero.

Zero se encoge de hombros.

—Solo estoy cansada.


Enervación:

(s) estado de debilitación o abatimiento; fatiga