Cuando la madera del puerto cruje bajo sus pies, sabe que otra travesía ha llegado a su fin. Si eso es o no algo por lo cual alegrarse —él y su tripulación, los habitantes quizá no tanto— depende por entero de cuál puerto bendiga con sus botas; aunque la manera más sencilla de averiguarlo es, en realidad, su sonrisa. Está sonriendo, y es una sonrisa expectante, una sonrisa que solo sale a flote cuando alguien sabe lo que le espera.
Da un par de pasos al frente, deleitándose con el sonido de la madera, antes de mirar hacia atrás. Observa al último de su tripulación bajar del barco, con la luz del atardecer de fondo, y con un movimiento de mano ya bien conocido hace que todos se disuelvan en direcciones contrarias, el único que se queda es Braxxter. Fargan, dando media vuelta, se dispone a caminar con paso acelerado.
—¿A dónde siempre?
Escucha la voz de su amigo y su buen primer oficial, pero la ocupación de llegar al final de la calle y girar en la esquina de la última casa impiden que voltee a verlo. Llega, y sus ojos vislumbran ese particular hostal, demasiado lujoso para una isla de sucios piratas pero demasiado humilde para una isla de marinos al ser una fachada de piedra pulida y pintada.
No desacelera ni por un instante, pero siente el tiempo pasar en cámara lenta mientras aprecia la familiar vista.
—Ya sabes la respuesta, Braxxter —dice con un ligero tono de incredulidad, regresando sus ojos al camino.
—Si es que no sé para qué te pregunto, tío.
Focus está detrás de la recepción del hostal, espalda a la puerta doble de entrada abierta de extremo a extremo, posiblemente organizando algunas cosas; lo cual es una estupenda oportunidad para darle una «sorpresita». Gira su rostro para ver a Braxxter y señalar que guarde silencio. Braxxter solo cierra los ojos y niega con la cabeza.
Fargan se adentra lentamente al hostal de puntillas con el sigilo que caracteriza a su especie y, sobre todo, a sus ataques en altamar. No despega el ojo de Focus —o más bien de cierta parte de Focus y su sonrisa se ensancha al notarse cada vez más cerca del recibidor. Cuando lo alcanza, se encima en él, extendiendo un brazo para cumplir la «sorpresita»: un pequeño azote de bienvenida.
Focus carraspea, dándose la vuelta, y Fargan detiene el avance de su brazo. Eleva la vista hasta toparse con la mirada inquisitiva del otro. Escucha a Braxxter soltar un bufido detrás suyo.
—¿Qué pasa, Focus? —ríe ligeramente, sin mover su brazo para ninguna dirección.— ¿Me extrañaste?
—Sí, hombre.
Focus mira el brazo de Fargan mientras responde, y con su propia mano, sin aplicar nada de fuerza, lo empuja hacia un lado. Pero antes de que el brazo caiga al costado de su torso, donde pertenece, Fargan apoya el codo en el recibidor, y como si no hubiera sido pillado con las manos en la masa —o más bien, con la mano casi en la masa—, parpadea con una sonrisa cerrada fingiendo inocencia.
—Si es que de verdad…
—Lo de siempre, Focus —dice Braxxter. No sabe si interpretar ese tono como una acusación hacia su persona o como una petición de «cliente frecuente». La probabilidad de que sean ambas es alta.
Focus toma dos llaves sin darse la vuelta, una horrible pena porque a Fargan le gusta mirar; una va a parar en la mano de Braxxter, la otra es colocada al lado de su codo. Ambas son completamente diferentes, su amigo parece no darse cuenta de ello y no lo culpa. En realidad no culparía a nadie por no percatarse de algo tan tonto como una llave de hierro, incluso él mismo podría fallar, de no ser por las implicaciones que hay en tan ligera —y muy significante— diferencia.
La llave, que ahora cuelga en su dedo índice, es un pequeño símbolo de intercambio que hay entre ellos y se repite todos los años. Focus pide un favor, Fargan lo cumple, Fargan recibe su paga. Lo último es quizá su parte favorita de todo el intercambio —aunque cumplir el favor a veces no es tan malo—, lo que vale la pena, y no evita sonreír de lado ante la fantasía de estar acostado en la cama de Focus.
—Descansa, Braxxter, que tengo algunas cosas que hablar con Focus.
No recibe objeción alguna y tan pronto como escucha a su amigo alejarse por el pasillo, Focus es el primero en hablar:
—Me han robado.
—¿El qué?
Focus se encoge de hombros. Fargan mentiría si dijera que esta parte de Focus no lo cautiva de cierta manera. Las cosas que le han robado de sobra puede volver a conseguirlas, así que el enojo no reside en el valor material, sino en la acción de haber osado a robarle. Y eso ameritaba una clara venganza, aunque fuera indirecta. Fargan dejó de sorprenderse —después de muchos años, pero aún le parece una estupidez— cuando la gente de La Sirena seguía metiéndose con Focus, a sabiendas que era una persona peligrosa, y no solo por sus propios méritos. Ser la pareja de un pirata traía sus claros beneficios.
—¿Y sabes quién ha sido?
Focus asiente, para su gran alivio. Si no lo supiera no sería la primera vez que tendría que jugar a ser detective y mercenario al mismo tiempo, cuando es muy claro que lo segundo es lo que realmente se le da a la perfección.
Aprieta la llave en su mano antes de echarla a su bolsillo.
—Vale, entonces yo me encargo. —Le da un par de palmadas a la vaina de su espada sin verla, una sonrisa pícara haciéndose presente mientras Focus enarca una ceja ante tal expresión. Suelta una risa antes de hablar: —¿Y no hay un pequeño incentivo antes de que me vaya, Focus?
—Ya vamos a empezar.
—Venga, Focus. —Vuelve a encimarse en el recibidor, aunque bien podría solo rodearlo ahora que están solos, y cierra su mano en el brazo se Focus. —Que no es para tanto, será como mi regalo de bienvenida.
—Que no, hombre. —Focus eleva su mano para cubrir su pico, aunque bien sabe que eso no es lo que Fargan pide en realidad. —Fue Josecristo.
Fargan le suelta el brazo y frunce ligeramente el ceño, no por la negativa de Focus a una paja rápida que cualquiera que entrara al hostal podría ver, sino por la mención de ese nombre. Focus baja su mano también, para cruzarse de brazos.
—¿Ha vuelto? ¿Que no lo habían colgado?
—Les faltó un poco de fuerza en la soga, creo yo.
Por fortuna, filo a su espada no le hace falta.
Cumplir el favor a Focus había resultado mucho más difícil de lo que hubiera podido imaginar. ¿Su método? Infalible. ¿Seguridad en la casa, o más bien en la horrible y ostentosa mansión? Aún si lo hubiera habido, sabía de sobra que podía enfrentarse a más de diez personas a la vez. No, la dificultad no vino de ningún factor externo.
¿Quién hubiera dicho que la carne de híbrido de león podía gritar y correr tanto? No está seguro de cómo, a mitad de la noche, cuando un pequeño guijarro es capaz de despertar a toda una calle, esos gritos tan horribles no terminaron atrayendo a la marina de la isla más próxima. Lo único que atrajeron fue un dolor de cabeza y un zumbido en los oídos.
Se acerca a la lámpara de aceite que hay en un mueble para revisar su espada. Una que otra mancha de sangre por ahí y por allá, insignificantes en verdad, ni una sola diferencia con todas las veces que ha matado a gente en otros barcos, así que regresa la espada a la vaina sin remordimientos ni el pensamiento de limpiarla en un futuro cercano.
Echa un vistazo entonces al cadáver en el suelo. Josecristo boca abajo, con su fina bata floreada y las puntas de su melena absorbiendo parte de la sangre que se extiende en un pequeño charco alrededor suyo. Esa escena lo hace sonreír, a pesar de haber llegado a ser un breve amigo de quien ha asesinado. Siente satisfacción, una satisfacción que viene con un toque de orgullo por haber logrado algo a sabiendas que el logro traerá mejores recompensas. Prontas recompensas, por mucho más valiosas que el logro cometido, aunque sean tan breves como la acción de matar.
Apaga la lámpara antes de cruzar la habitación, con el cuidado de no pisar ni el cadáver ni la sangre —porque Focus lo mataría si llegase a manchar el suelo de madera; o peor, lo obligaría a limpiar— y salir de la ostentosa habitación.
Gira la llave en el cerrojo, la puerta ahora está completamente cerrada, sin la mínima posibilidad de que algo —o alguien— irrumpa en la sesión. Sabe de sobra que Focus no es alguien que deje asuntos inconclusos, pero no quiere arriesgar nada; y sabe por igual que Focus no querría ser, bajo ninguna circunstancia, «descubierto» haciendo algo que tantas veces había negado hacer por pena. O por orgullo. Pero esto último es algo que no lo termina de convencer.
Y pensando en el rey de Roma, Focus está sentado frente a su sencillo escritorio de madera donde suele hacer las cuentas de dinero, mirándolo entrar, dejar la llave de la habitación en la mesilla que hay en la esquina y quitarse su saco rojo y sus guantes que terminan también en esa mesilla, sin decir ni una sola palabra. Sin embargo, cuando Fargan se acuesta en la cama —dejando caer sus botas al suelo—, Focus ya no tiene su mirada puesta en él, sino en el saco; ojos entrecerrados, dubitativos. Es entonces cuando habla, con voz ronca:
—¿Lo mataste?
Fargan desliza su mirada de Focus a su saco a Focus de nuevo. No se había detenido a mirarlo bajo la luz de aquella lámpara y por ello no había notado las pequeñas salpicaduras de sangre en la parte baja de la prenda, que ahora tendría que lavar... si se le daba la gana. Entiende el verdadero motivo de confirmación de su pregunta, y es que a decir verdad no mataba a todas las personas que alguna vez habían ultrajado a Focus. «Compasión» le llamarían algunos, a él le gusta más la palabra «pacto». No tenía ni idea de cuál palabra escogía Focus, tampoco se lo iba a preguntar, se conforma con saber que no es «traición», porque al final del día, esas personas no volvían a molestarle a sabiendas del riesgo que eso implicaba y jamás recibió una sola queja por ello.
No se molestó en hacer eso con Josecristo, un pacto. Inclusive su cadáver había salido victorioso, después de todo no le quemó la mansión.
—Sí. —Se encoge de hombros, sintiendo cómo su sombrero se desliza hacia un lado de su cabeza. La mirada de Focus está de nuevo sobre él. —Por la garganta. Sus terribles gritos me perseguirán por toda la vida, Focus, tendré pesadillas.
—No las tendrás, hombre. —Se acerca a la cama. Fargan extiende su mano y Focus la toma, sentándose a un costado suyo. —¿Qué necesitas?
Esa palabra le produce una risilla por lo acertada que es, considerando la sensación de urgencia que siente crecer poco a poco. «Necesidad». Tiene ganas de ser meloso, pero no tiene el coraje de decir cosas melosas; incluso Focus haría un mueca y rodaría los ojos si escuchara un «te necesito a ti». Sería pasarse, quizá de manera excesiva. Aprieta la mano de Focus antes de soltarla y ve al techo por un breve momento, fingiendo pensar en una respuesta, aún con la sonrisa de mejilla a mejilla en su rostro.
—Para empezar... —Girándose levemente hacia un lado, con las garras de su mano libre jala el cinturón de cuero que Focus lleva puesto. —...este cinturón de castidad es un poco molesto, ¿no crees?
—No había mejor manera de decirlo, eh. —El cinturón es removido rápidamente con una sola mano y va a parar encima del saco rojo. —¿Qué otra cosa?
—¿Sabes, Focus? —Coloca sus manos detrás de su cabeza y arregla un poco la posición de su sombrero. —Esto de ir matando gente me ha dejado muy cansado... No sé si pueda yo hacer todo.
Focus lo mira directo a los ojos con una ceja alzada, preguntando si de verdad está pidiendo lo que está pidiendo; incluso es capaz de escuchar un «si es que de verdad...» impronunciado. No hace ninguna seña más, evita con todas sus fuerzas no sonreír de más y también evita parpadear, como si todo eso pudiera implicar una negativa a su petición indirecta. Focus suspira resignado y tan rápido como se había quitado el cinturón se posiciona encima de él, sentándose en sus muslos, aún con las botas puestas.
Fargan pone sus manos en las caderas de Focus, sus dedos rozando la zona donde la pretina del pantalón y la camisa de lino se juntan. Puede sentir cómo algunos hilos se rompen gracias a sus garras, pero no es algo que le importe si debe ser honesto. Y tal parece que tampoco a Focus.
—¿No habías dicho que no harías nada?
—Dije que no haría todo, es algo muy distinto. —Ahora tiene uno de sus dedos índices, cuidando muy buen que su garra no se atore en ninguna parte, por dentro de la pretina y lo mueve rodeando una parte de la cintura de Focus, hasta detenerse detrás de los botones del pantalón. Es poca la fuerza que tiene que aplicar para abrirlos. —Me acabo de dar cuenta que estos también van para fuera.
Focus resopla y sonríe de lado.
—¿Un poco tarde, no?
—Qué te puedo decir. —Con su otra mano desfaja la camiseta de Focus jalandola hacia arriba. —En estas situaciones no pienso mucho con la cabeza de arriba.
—Más bien todo el tiempo —responde Focus entre risas y es ahora Fargan quien resopla, pero antes que pueda decir algo, como por ejemplo que se le ha olvidado quitarse las botas, Focus continúa: —Levanta tú también, venga, que no voy a ser yo el único sin vestir.
No tiene ganas de levantarse para nada, y la sensación de aire frío en la zona donde Focus estaba sentado lo desmotiva aún más, así que prefiere irse por la opción de la gente floja. Sentado se deshace de su camiseta dejándola caer al suelo, acostado de nuevo levanta su cadera y luego su piernas para deshacerse de su pantalón y de su ropa interior, que se reunen con su hermana perdida; su sombrero y la bandana en su cabeza siendo lo único que no se digna a tirar. Focus, por otro lado, de pie al lado de la mesilla de noche, comenzó a desvestirse: primero la camiseta a rayas —y Fargan se da cuenta, tarde de nuevo, que debió decirle que él quería quitársela—, después las botas de cuero, una al lado de la otra; siguió el pantalón y la ropa interior, que para su sorpresa fueron a parar al suelo por igual y no al montón de prendas. Hubiera preguntado por qué si la visión de Focus desnudo no lo estuviera distrayendo a sobremanera.
Por supuesto que no es la primera vez que tienen sexo ni muchos menos, ¿pero quién no se pondría a admirar a aquella persona que solo puede ver dos veces al año por menos de una semana si la suerte está de su lado?
Ve todos los días a su tripulación. Ve los cuerpos moribundos desangrándose cuando terminan de asaltar un barco. Ve los cadáveres de piratas asesinados por la Marina. No está cansado de ninguna de esas visiones, tampoco es que le resulten fascinantes o sorprendentes la gran mayoría del tiempo. Sentir tanta indiferencia, aburrimiento, lo pone de mal humor y en momentos como esos solo puede pensar que desearía ya no estar navegando un barco rancio, sino en tierra firme, al lado de alguien... Focus era el mejor candidato para ello, quizá desde que se encontraron por primera vez, pero se conocía de sobra y no podía darse aquel lujo salvo en fantasías; la sola idea de cansarse de Focus le genera malestar. Así que su figura con todos los detalles, incluso los más insignificantes, pasó a ser la motivación para tolerar los malos días.
—¿Qué tanto ves, hombre?
Fargan vuelve a sonreír, pasando de mirarle el culo —ligeramente escondido detrás de las plumas de su cola— a su rostro, que por supuesto tampoco está nada mal.
—A ti. —Focus vuelve a sentarse sobre las piernas de Fargan, esta vez un poco más cerca de la ingle; y por consecuencia, las manos de Fargan vuelven a las caderas de Focus. —Te estabas tardando en regresar.
—Tampoco hace falta exagerar.
Mueve sus manos hacia la espalda de Focus. Con la izquierda acaricia la base de la cola antes de apartar las plumas negras hacia un lado con el dedo índice para deslizarse despacio hacia abajo, esta vez aplicando una ligera presión. Da un respingo al sentir una mano de Focus rozando su verga, sus dedos subiendo y bajando hasta detenerse en la base, sujetándola firmemente. Todo, algo que ha esperado desde que llegó: contacto y reencuentro. Cosas de las que se ha privado hacía ya años, cuando se dio cuenta que la relación —y sus propios sentimientos— con Focus no solo era carnal. Pero eso él no lo sabe y quizá nunca lo vaya a saber. No cuando Fargan ha alardeado de ser un ave que salta de flor en flor cuando alguien más inquiría sobre la relación con Focus. Las mentiras repetidas no se convierten en verdades al final.
Que fueran solo mentiras es lo mejor, al pensarlo con más detenimiento. La conclusión llega cuando siente el calor de aquella mano ser reemplazado por otro tipo de calor, sacándole una maldición en forma de jadeo del pico.
Cuando todo inició, estar dentro de Focus y follarlo era más que suficiente, era la victoria de tener el cuerpo de alguien que se hacía el difícil, una flor casual a la que ir a parar. Pasaron los años, la casualidad se tornó en recurrencia. Después de matar a Josecristo seguía pensando en esto —estar dentro de Focus, verlo montándolo, con el pico entreabierto, escuchar su respiración— como el trofeo de un héroe... y lo es. Un trofeo a su honestidad, porque puede ser honesto, pero no con palabras. Es un trofeo, porque puede ver a Focus sin tener que ocultar la admiración en su mirada, porque puede tocar ese cuerpo que nadie conoce sin la brutalidad a la que está acostumbrado y porque Focus le regresa la mirada y en ella no ve más que cariño; una consolación, un retorno.
Focus, dejando de moverse, jala su sombrero hacia abajo, cubriéndole la vista por completo. Ni siquiera logra formar un grito coherente por la sorpresa.
Al hacer su sombrero hacia un lado, se topa con una leve sonrisa y no puede evitar sonreír también. Focus lo observa por unos segundos. Siente aquellos ojos azules entrecerrados inspeccionando cada parte y pluma de su rostro con la misma intensidad que siente su corazón acelerarse por la venida de una posible pregunta que no podrá contestar. Y cuando Focus abre el pico, Fargan solo atina a dejar de verle, es incapaz de seguir sosteniéndole la mirada cuando va a proceder a ser un cobarde por primera vez en su vida. Pero todo lo que escucha es un profundo suspiro y Focus comienza a mover su cadera de nuevo, lo cual lo hace darse cuenta que está muy cerca de correrse.
—Focus... —suspira, está moviendo sus manos hasta los muslos de Focus, acariciando la parte interna, y hace un sonido con su garganta, un gruñido o quizá un gemido, cuando el dorso de una de esas manos rozó su verga por unos instantes. Fargan intuye que Focus también está cerca.
A veces desea, justo como ahora, tener la posibilidad de besarlo con mucha más facilidad, de sentir su lengua con la suya propia y tomar aquel rostro que ha perdido toda esa seriedad insensible entre sus manos muy cerca del suyo. Es una necesidad complicada, incluso llega a ser una urgencia en los momentos más débiles, para la cual no hay realmente un sustituto. Aún así intenta tener la satisfacción de otra manera, porque no se puede permitir resentir de cierto modo a Focus, ni a su cuerpo y mucho menos todas las cosas, todos los caprichos que le ha cumplido en todos estos años.
Inclinándose hacia adelante, dejando caer su sombrero, rodea con sus brazos la cintura de Focus y mueve también su cadera hacia arriba, con toda la libertad que le da tener a alguien —sobre todo a alguien como Focus— encima suyo, antes de que todo su cuerpo decida tensarse por el orgasmo a llegar. Siente su respiración caliente que rebota en el cuerpo ajeno y cierra sus ojos, descansando su cabeza en el pecho de Focus, no escuchando otra cosa más que el ritmo acelerado del corazón que no es suyo.
—Fargan. —Escucha su nombre en un gemido y unas manos pasan a tomar sus hombros con fuerza. —Mierda…
Se corre dentro de Focus, con un escalofrío de placer recorriéndole la espalda, y este le sigue, siendo capaz de decirlo porque el agarre de aquellas fuertes manos en sus hombros se relaja segundos después. Las respiraciones entrecortadas de ambos parecen rebotar en la habitación, que poco a poco se enfría horriblemente mientras siguen sin mover ni un solo músculo, con la excepción de que Focus ha pasado a descansar su cabeza encima de la de Fargan.
—No... —Focus carraspea y tose, con su voz más ronca de lo usual. —No sé qué estarías pensando antes... pero deja de preocuparte tanto, hombre.
En otra circunstancia se hubiera reído, tal vez, de una frase de consolación como esa, demasiado vaga como para ser útil a cualquier persona. En la circunstancia en la cual está, esa frase es la señal de que puede deshacer ese nudo en la garganta que se ha formado, de que puede liberarse del agobio de sus propios sentimientos no dichos que Focus entiende perfectamente.