Bloodhound

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Advertencias:

Furry, dinámicas Alfa/Beta/Omega, carrera de apareamiento, ciclos de celo, sexo anal.

Descripción:

Los dioses deciden hacer un juego para su diversión, en donde los integrantes de TortillaLand deberán jugar al cazador y a la presa. Fargan solo puede pensar en la gran oportunidad que se le está presentando.

Si les interesa saber las dinámicas del mundo omegaverse que hice para este fanfic, puede checarlas aquí en forma de infografía o en texto.


Introducción

Fargan se dejó caer sentado al suelo de piedra, haciendo una mueca. No por el golpe de culo que se dio al echarse de tal forma —pero sería mentira decir que eso no le dolió—, sino por las constantes punzadas de cansancio y dolor en casi todo su cuerpo, pero más en los brazos y piernas, y de no ser por la armadura, probablemente tendría que sufrir los ardores que creaban los cortes de espadas y flechas por igual.

—Qué asco, tío —soltó.

Se quitó el casco abollado apunto de romperse, no sin batallar un poco, teniendo que moverlo de un lado a otro, arrancándose dos o tres plumas en el proceso.

Observó el casco por un momento. Ya no le servía de nada, así que lo lanzó al suelo para que desapareciera. Comenzó a sacarse el peto de rubí, también abollado y lleno de rayones. Una armadura nueva a la mierda en solo un par de horas de pelea, era increíble.

—Vaya que ha costado, eh. —Auron tenía las manos en la parte baja de su espalda, haciendo presión, y movía su cuello de un lado a otro.

Había terminado de matar a todos los enemigos de la fortaleza, junto con Axozer y Focus, quiénes se fueron a otra parte del enorme sitio para buscar la bandera y reclamarla. Ahora solo les tocaba esperar al aviso para comenzar a saquear todos los cofres, a ver qué se podían encontrar. Pero si debía ser honesto —como solía serlo muy de vez en cuando—, los tesoros como los diamantes ya no le interesan tanto, a menos que tuviera que cumplir con alguna misión del pueblo, porque estaba claro que no daría los que ya tenía. Menos si iban a parar en el bolsillo de Auron. Su verdadera motivación era más bien la aventura y las peleas por sí mismas, aunque al final de la mayoría de ellas terminara quejándose y casi hecho mierda. Le gustaba mucho la compañía también, y no solo para que lo ayudaran en caso de verse a nada de morir, no.

Focus: ya encontramos la bandera

El mensaje apareció ante sus ojos, en ese rectángulo negro holográfico de siempre, y parpadeó.

—Ya era hora. —Auron comenzó a caminar hacia las salas y habitaciones que había en la zona donde estaban. —Venga Fargan, antes de que el cuervo avaricioso se lleve todo.

Fargan sonrió y cerró el mensaje para ponerse de pie. No tenía problemas con que Focus se llevase todo el loot en un caso hipotético, porque no lo hacía, pero ya era más que nada un chiste recurrente esa frase de «cuervo avaricioso» en todo el pueblo, así que no valía la pena discutir por ello aunque lo quisiera. Al final, todo lo que Focus sacaba de esas expediciones a fortalezas y dungeons lo terminaba compartiendo con él y con Ocho, incluso con los demás, si no lo molestaban. Por esa simple razón era que ya no le interesaban estas cosas tanto como antes. Sus necesidades estaban más que cubiertas, una vez se había mudado dentro del gran muro del terreno de Focus. Estaba seguro de que todo eso era altruismo puro.

Terminó de quitarse las piezas de armadura, sin tirarlas. Las pondría en un cofre y por él que se pudran ahí.


—¿Estáis todos? —Auron pasó su mirada por cada uno de ellos. Axozer respondió con un «sí».

Habían quedado en reunirse en un punto fijo, una vez que cada uno terminase de lutear a sus anchas.

—¿No nos hemos saltado ninguna parte de la fortaleza, no?

—No, hemos saqueado todo —respondió Fargan.

Tampoco era que los tesoros que encontró fueran la gran cosa, especialmente porque muchos objetos seguían siendo ilegalísimos según los dioses —y Auron, en especial Auron—, aunque estaba seguro que ninguno se iba con las manos vacías.

—Como buenos españoles —agregó Axozer, sonriendo.

—Vale, ¿qué hacemos ahora?

—Pues nos fuimos, ¿no?

—Que es de noche, Axozer —respondió Focus, carraspeando—. No podemos salir así con chorrocientos enemigos ahí afuera y sin armadura.

Tenía razón, por supuesto. Ya nadie de ahí estaba usando una armadura decente, la que compraron antes de aventurarse a encontrar la fortaleza posiblemente se había roto por completo —como la suya— o estaba a nada de hacerlo. En varios cofres vio piezas de armadura y todas una mierda, así que ni se molestó en tomarlas como provisional. Si los demás encontraron piezas de armadura, entonces tampoco las agarraron y mucho menos equiparon. Ni siquiera Focus. Así que salir era un suicidio, aun si los zombis y demás bichos fueran menos fuertes que los vikingos o lo que fueran que habían matado.

—Eso y hace un frío que te cagas —terminó Auron por decir.

Si no era morir por zombis entonces era morir de hipotermia, cómo olvidarlo.

—¿Entonces nos quedamos aquí a dormir o qué? —preguntó Fargan. Esperaba un sí, para irse a buscar una cama, que estaba seguro haber visto varias, y echarse de una buena vez. No lo dijo en voz alta, pero el cansancio lo estaba matando muy lentamente.

—Sería lo lógico —respondió Auron, haciendo que Fargan suspirase de alivio. —¿Traéis vuestros sacos, verdad?

Nadie respondió, pero Auron supo la respuesta a su pregunta de inmediato. En vez de insultarlos como siempre, solo se pellizcó el puente de la nariz, con los ojos cerrados, y respiró hondo. O quizá sí que planeaba insultarlos, pero solo pensaba en algo nuevo que decirles. Para evitar eso Fargan decidió hablar.

—¿No había unas camas por aquí? Me suena haber visto. —Le dio una rápida mirada a Focus, que fue devuelta con la misma velocidad, y sonrió.

—Sí, están por aquí.

Acto seguido, Focus dio media vuelta y comenzó a caminar por un pasillo que daba hacia unas escaleras. Los demás simplemente lo siguieron.


Esta vez se dejó caer de espaldas en la primera cama que vio, que para su sorpresa no se sentía como un ladrillo, teniendo en cuenta que la habitación donde estaban apenas podía ser considerada como un lugar decente para dormir, al estar en lo que sería el ático de la fortaleza. El techo era demasiado bajo, un gran problema para Focus, y había más camas que espacio para caminar. A los vikingos, o lo que fueran, no se les daba bien tener tesoros buenos y tampoco tener cuartos decentes para dormir, por lo visto.

—Si es que de verdad...

Auron continuaba renegando que nadie salvo él había traído un saco de dormir, mientras parecía estar poniéndose muy cómodo en la cama frente a la suya.

Una súbita luz y el olor del fuego hicieron que girase la cabeza hacia el lado opuesto de la puerta. Axo ya estaba dormido, o así lo parecía. Por otro lado, Focus era el que sostenía un mechero en una mano mientras que con la otra revisaba los objetos de su inventario.

—¿Qué pasa, Focus? ¿No puedes dormir?

—Nada, nada. —Focus apagó el mechero y lo guardó en su bolsillo.

Fargan ignoró la respuesta con una sonrisa, en favor de una bromita subida de tono.

—Si quieres me duermo contigo, eh, por mí no hay problema.

—No hace falta, hombre.

Podía ver la silueta de Focus acostándose en la cama, dándole la espalda a su lado del cuarto. Eso lo hizo sonreír todavía más, descaradamente. Una invitación.

Se puso de pie y caminó hasta la cama que estaba al lado de la de Focus, acostándose de lado. Era capaz de ver a la perfección el rostro de Focus, que aún tenía los ojos abiertos, pero estaba seguro que él no podía ver el suyo, lo cual era una total pena.

—No seas tímido, Focus. —Estiró uno de sus brazos, solo que no lo suficiente para cerrar la distancia entre una cama y otra. —Solo recuerda que yo duermo desnudo, como en nuestra casa.

—¡Dormid ya, hijos de puta! —gritó Auron, con la almohada tapándole los oídos, y Fargan se echó a reír. Entre la carcajada a pico abierto, fue capaz de escuchar un «terrible» y un «dejen dormir» de Axozer.

—Perdón, perdón.

De nuevo fijó su mirada en el rostro de Focus. Ahora sí tenía los ojos cerrados, intentando dormir. Su sonrisa se suavizó poco a poco, aun cuando no era la primera vez que veía a Focus dormir, mientras cerraba los ojos también.



Capítulo 1: Derrota

Focus no estaba en la cama al lado de la suya tras despertar. Ni siquiera había una cama al lado suyo, solo una pared de madera. Tampoco estaba en una cama, sino acostado en un suelo de la misma madera que la pared, y la mochila donde tenía todas sus cosas brillaba por su ausencia.

Se levantó con un salto, viendo por fin a su alrededor. Había más personas en el suelo, por fortuna durmiendo, pues veía sus torsos subir y bajar, y uno particularmente estaba roncando. Todas caras conocidas pero no todos de su mismo pueblo, y ninguno de ellos eran con los que estuvo ayer. Veía a Nia, a Ari y a Luzu, los tres cerca suyo. En el otro lado de la habitación distinguió a Pato, a Ampeter, a Tanizen, a Perxitaa y Jagger.

Activó el chat rápidamente, con la esperanza de poder comunicarse con Focus o que alguien hubiese dicho algo, pero lo que terminó viendo era un mensaje en rojo: Chat desactivado.

Se preguntó si ya no sabía leer, porque por más que se repetía ese maldito mensaje en la cabeza no le encontraba ningún sentido. No debería tener ningún sentido. Era capaz de sentir cómo, de manera inconsciente, su ceño se fruncía más y más con cada segundo que pasaba.

Miró hacia abajo cuando por el rabillo del ojo percibió un leve movimiento. Era Luzu, que también estaba despertando. Se frotó los ojos y tras parpadear, los abrió de más sorprendido, mirando hacia todos lados hasta que su mirada chocó con los pies de Fargan y se puso de pie al instante.

—Fargan, ¿qué cojones está pasando? —El tono de la pregunta era más elevado de lo normal, como si todo ese rollo de «la espora» se hubiera evaporado de su cuerpo en un instante.

—Qué buena pregunta, Luzu. —Cerró el chat, no sin antes darle una última mirada a ese mensaje. —Yo también me la hago.

—¿Chicos, qué pasa?

Era Nia, quien al parecer también se había despertado, posiblemente por el grito de Luzu. Al igual que ellos, miró desconcertada sus alrededores antes de ponerse de pie junto a Fargan y Luzu.

—¿Dónde estamos?

—No lo sabemos, Nia —respondió Fargan.

—¿Dónde estabais ayer, antes de dormir? —Luzu se recargó en la pared, con los brazos cruzados.

—Oh, yo estaba con Violeta en el Pueblo dos, me había pedido ayuda con algo. Ya después regresé a nuestro pueblo.

—¿Y tú, Fargan?

—Nos fuimos de exploración en una de esas fortalezas. —Cruzó los brazos por igual, encogiéndose de hombros.

—¿Nos? —Luzu enarcó una ceja.

—Auron, Axozer, Focus —giró su cabeza hacia un lado, para mirar a la pared— y yo.

—Muy alejados entre nosotros... —murmuró Luzu.

Fargan estaba a punto de preguntar qué es lo que andaba pensando, pero fue interrumpido antes que pueda abrir el pico.

—Igual deberíamos esperar a que los demás despierten —Nia, por encima de su hombro, repasó a los que seguían durmiendo en el suelo—, quizá Ari o los otros recuerden algo más.

—Sí, tienes razón.

—O podríamos despertarlos nosotros —dijo Fargan, con una leve sonrisa, aunque en esta circunstancia no le hiciera particularmente gracia nada, mucho menos el hecho de que ni Nia ni Luzu hubieran tenido la idea primero. —Para acelerar esto, digo.

Los otros dos intercambiaron miradas por un breve instante. Acto seguido Nia estaba zarandeando a Ari.


Luzu es quien abrió al fin la puerta. Todos al salir fueron bienvenidos —por carencia de una mejor palabra— primero con un aire frío que les congeló las caras y, luego, con un paisaje de invierno puro, desolado. El suelo no era más que una capa de nieve demasiado gruesa y el cielo era una sola nube de gris claro que cubría el sol.

Aunque su constitución biológica, al ser un híbrido de búho, estaba bien adaptada para soportar climas como este, no le impedía padecer un frío mental, así que agradeció a los dioses por haberles dejado a él y a los demás abrigos en cofres.

Cuando Fargan estuvo despertando a Ampeter, se dio cuenta que debajo suya había una trampilla que dio a unas escaleras. Después de que todos aclararon dónde estuvieron antes de irse a dormir y amanecer en esas cuatro paredes de madera sin ventanas, bajaron por la trampilla, donde encontraron otras cuatro paredes de madera sin ventanas. Pero hubo otras cosas, por supuesto. En primer lugar, los cofres individuales donde encontraron los abrigos rojos que llevaban ahora puestos y una especie de brazalete. Una nota firmada por los Dioses —la cual confirmó la teoría de todos de que esto era cosa suya— decía que era obligación usarlo, así que no tuvieron más remedio que ponérselo. En segundo lugar, la puerta. Esa por donde acabaron por salir al exterior.

Pero además del paisaje de invierno, demasiado desolado a los horizontes como para ser parte de alguno de los pueblos, salvo por un gran bosque no convaleciente del clima, lo que les daba una bienvenida era una reja rodeando la cabaña, si es que se le podría llamar así. Y la reja los separaba de otras dos cabañas idénticas.

—A lo mejor los demás están en esas cabañas. —Ari fue la primera en romper el silencio, diciendo en alto lo que todos pensaban.

—¿Intentamos saltar las rejas? —preguntó Pato.

—No creo que sea posible. —Luzu se acercó un poco a la reja que daba a la cabaña contigua, la tocó con bastante cuidado. —No hay pinchos arriba y tampoco está electrificada, pero si los Dioses son inteligentes, habrán puesto un límite.

—Pues probemoslo. —Pato se giró para buscar a alguien. —Jagger.

—¡¿Qué?! —Si los demás en las otras cabañas aún no habían despertado, la voz de Jagger entonces cumplió de buena manera la función de despertador. —¡¿Por qué yo?!

—Porque se te da bien treparte en sitios, tío.

Tampoco era como que hiciera falta insistir mucho. Jagger trepó por la reja hasta donde terminaba, y como bien había concluído Luzu, por más que intentó dar un salto para pasar al otro lado, era imposible.

—De nuevo a esperar.

Fargan se encogió de hombros tras decir eso, para disimular un poco que le desesperaba el hecho de tener que esperar. No porque fuera un impaciente —que lo podía llegar a ser y mucho—, sino por una preocupación que intentaba mantener al margen desde que había despertado. Necesitaba saber que Focus estaba bien. Los demás de su pueblo también, por supuesto, pero... No, no había pero. Era Focus el que le importaba más, aunque sabía de sobra que él podía cuidarse solo. Eso de que las supuestas cabañas donde los Dioses los tiraron no tuvieran ni una sola ventana lo ponía de nervios, y no por el lado arquitectónico. Quién le garantizaba que las otras cabañas eran, en el interior, como la que tenía detrás suyo. Una ventana permitiría juzgar eso, pero no la había.

—Vayamos dentro. —Luzu se dirigió a todos, con el ceño ligeramente fruncido. —Esperaremos ahí con la puerta abierta para no perdernos nada.

—Sí, por favor. —Ari, con los brazos cruzados, fue la primera en dar media vuelta para caminar. —Que aquí afuera nos vamos a congelar vivos.

Uno a uno iban regresando dentro. Fargan esperó a ser el último en caminar hacia la cabaña, sin embargo, no entró del todo. Optó por recargarse cerca del umbral de la puerta, con la vista al frente, hacia la cabaña. Si los demás de pronto aparecían, él quería ser el primero en ir y avisar, considerando que ya se habían puesto a hablar de sus cosas allí adentro, intentando relajar el ambiente. Se distraían tan fácil… No como que él fuera mejor que ellos.

Alguien de pronto le tocó el hombro dos veces. Al voltear, ahí estaba Nia, sonriente, aunque no era la sonrisa de siempre, similar a la suya, de diversión y travesura, no; era una sonrisa menos marcada, con ojos afligidos. Compasiva, si tuviera que ponerle un nombre.

—¿Estás preocupado, Fargan? Por Focus —bajó la voz un poco, como si quisiera mantener secretismo—. Te he visto muy pensativo, y eso es raro.

Le sonrió de regreso ante el pequeño chiste, pero volvió a la expresión de seriedad casi al instante.

—No te voy a mentir, Nia. —Su mirada pasó a estar de nuevo hacia al frente. —Lo estoy, la verdad.

—¿Pasó algo ayer, allá en la fortaleza?

La pregunta tan directa no debería provocarle un escalofrío, pero aún así lo hace, recorriéndole entero. Una oleada de nervios y confusión repentina, que decrecía poco a poco. O quizá solo fue una pequeña coincidencia con una brisa fría, aunque fuera inmune a ellas. Su frío mental, claro. Se frotó la nuca, para alisar las plumas que quedaron paradas.

No se había puesto a pensar si pasó algo. El comportamiento de Focus en realidad no fue para nada raro, a excepción de cuando estuvieron apunto de dormir. Que revisara su inventario fue lo de menos, tenía la costumbre de hacerlo. Pero cuando Fargan giró en la cama de al lado para estar cara a cara con él y toparse con que seguía despierto, como si hubiera intentado verlo... eso no podía decir que era común. Aunque tal vez estaba sobrepensando todo de sobremanera. La razón de ese minúsculo detalle podría ser que, de hecho, no tuvo tanto sueño o le costó conciliarlo.

—No —respondió y regresó la mirada hacia Nia, para convencerla así como intentaba convencerse a sí mismo—, nada.

—Vale. —Le dio un pequeño empujón con el hombro. —Sabes que puedes contarme lo que sea, eh, Fargan.

Nia le sonrió por última vez, antes de dar media vuelta, ahora caminando en dirección a Ari y Ampeter.

No le dio a Fargan el tiempo de agradecerle y tampoco lo llegó a hacer mentalmente. Sintió en su cuerpo como si alguien le diera una descarga eléctrica, una orden venida de la nada que lo obligaba a mirar hacer delante de nuevo. Tan pronto vio a través de la reja, fue capaz de escuchar un grito:

—¡Libertad! ¡Oh, divina libertad!

Era, sin duda alguna, la voz de Josecristo. Los demás al parecer también la escucharon, porque se callaron y Fargan sabía, sin necesidad de voltear, que estaban detrás de él para asomarse por encima de sus hombros. No se movieron de más, la respiración la disminuyeron a un silencio armónico, hasta que la figura de Juan apareció al doblar la esquina de la cabaña. Fue entonces que se echaron a correr hacia la reja, chocando con Fargan en el proceso.

—¡Hey, hay otros aquí también! —gritó Juan, antes de acercarse a la reja por igual. Poco a poco, y con las mismas prisas, más gente al otro lado de la reja se iba acercando a ella, parándose atrás o al lado de Juan.

—¡Focus!

Fargan se apartó del círculo que habían formado los otros y Focus hizo lo mismo. Focus llevaba un abrigo como él y los demás, solo que color azul, y el brazalete en su muñeca izquierda.

—¿Estás bien, Focus? —se apresuró a preguntar, una vez estaba frente a frente con el otro, alejados de la ruidosa conmoción. La reja les estaba molestando cada vez más.

—Sí, sí —acompañó su respuesta con un movimiento de cabeza afirmativo. —Veo que tú también.

Fargan se permitió sonreír genuinamente por primera vez desde que despertó. Responder con un «por supuesto» sería una verdad a medias. La pura verdad era responder «ahora lo estoy», pero no tenía el coraje —o más bien le daba demasiada vergüenza— para admitir tal cosa, ni siquiera como un desliz de lengua accidental como otras veces hace a propósito; pequeñas, significativas confesiones. Miró a los ojos a Focus y sabe que su «estoy bien» también fue una verdad a medias. No debería saberlo.

Focus parpadeó, cejas alzadas en confusión.

—Fargan...

—¡Atención todos!

La voz de Luzu, quien estaba encima de un cofre, con un grito a todo pulmón, lo interrumpió. Tanto Focus como Fargan lo voltearon a ver, un poco atónitos, y comenzaron a caminar a su dirección juntos. Fargan percibió de reojo que en la tercera y última cabaña también había un pequeño grupo de gente. Fue capaz de distinguir a Auron, Axozer y a Ocho, entre otros.

—Ahora que estamos todos, deberíamos pensar en qué hacer. —Luzu se frotó las manos, antes de ocultarlas en los bolsillos del abrigo. —Está más que claro que esto es obra de los Dioses, pero...

—Pues hay que esperar, ¿no, chicos? —dijo Ibai, quien estaba del otro lado de la reja, al lado de Focus. —A ver qué dicen los Dioses.

Poco a poco todos empezaron a hablar entre ellos a voz baja, dando alternativas, preguntando opiniones, sugerencias.

—¡Los Dioses se están tardando! —gritó Génesis.

—¡Cállate, Génesis! —se le escuchó a Auron responder—. ¡Ten un poco de paciencia, coño!

Y el suave murmullo de los demás pasó a ser un conjunto de gritos caóticos e insultos, que jamás podían faltar. Fargan, que en otras ocasiones se hubiera divertido de ver estos circos que armaban por nada, y a los que se unía para soltarle un buen bombazo a alguien, ahora quisiera tener tapones para los oídos. Se contentó con cubrirse un solo oído, el derecho, con su mano. Aún quería escuchar qué tenían que decir, pero no a un volumen que pudiera reventarle los tímpanos.

Mientras Luzu hacía ademanes para que los demás se calmaran, Fargan buscó con la mirada a Focus. Lo encontró detrás de Ibai, Biyin y Deqiuv, quiénes estaban frente a la reja que daba a la última cabaña, posiblemente hablando con alguien que no alcanzaba a distinguir del todo bien. ¿Ocho, quizá? No lograba entender cómo es que Focus siempre parecía no inmutarse por todo el escándalo que los demás armaban, aún de lejos. Dejó de preguntarse tonterías cuando sus ojos comenzaron a recorrer toda la figura de Focus, de cabeza a pies, y decidió que el abrigo no le hacía ninguna justicia. Por fortuna, no se quedó embobado, porque fue veloz al registrar un pequeño movimiento, signo de que Focus se estaba dando la vuelta.

Apartó la mirada rápidamente, enfocándose en Luzu que ahora estaba gritando a todos que se callaran. Si tuviera una mina este sería el mejor momento para ponerla y que alguien saliera volando por los aires, así sí que les llamaría la atención. Para la pena de todos, no tenía ni una, porque los dioses se encargaron de quitarle —a él y a todos— todo lo que tuvieran en el inventario.

—¡Hey, miren!

La voz de Ari logró que todos se callaran y pasaran a mirar lo que ella estaba señalando: los tres chamanes, juntos, afuera de las rejas. Los murmullos empezaron de nuevo, aunque más de uno repetía «silencio» y «shhh».

—Los Dioses han organizado un evento sorpresa para todos vosotros —dijo uno de los chamanes—. Ahora no podemos decir mucho al respecto, pero vuestra primera misión es recolectar materiales útiles para la supervivencia.

Todos intercambiaron miradas con todos. Fargan miró a quien tenía a la derecha, Nia; y luego a la izquierda, Perxita. Entonces miró la reja, al igual que los demás. Los chamanes ni siquiera se inmutaron ante los segundos de silencio casi sepulcral, que cargaba con una pregunta que más de uno fijo querría decir pero no se atrevía, no por la falta de palabras para explicar el problema obvio, sino por el miedo de lo que el sarcasmo fuera capaz. Al menos Fargan sí que se sentía así, con la pregunta en la punta de su lengua, gritando por escapar: ¿cómo y dónde, si estaban encerrados?

Entonces, un ruido metálico, y en un parpadeo las rejas que los separaban se deslizaron hacia abajo, quedando completamente ocultas.

—En la cabaña de en medio —dijo otro chamán, antes de que cualquiera haya dado siquiera un paso— encontraréis la entrada a una mina. También encontraréis mochilas para cada uno de vosotros en donde hay picos de hierro. Los materiales que debéis recolectar son los que vosotros consideréis más importantes, no hay cuota que cumplir. Sí hay, sin embargo, tiempo límite: solo tenéis diez horas. Buena suerte.

Tan pronto los chamanes desaparecieron en el aire, los demás corrieron para formar o integrarse a sus grupos de siempre. Nada que pudiera ser catalogado como «emotivo», en realidad, aunque más de uno así lo quisiera. Fargan apresuró el paso de todos modos, chocando con algunos hombros y pidiendo disculpas a medias en el proceso, hasta que llegó al lado de Focus y de los demás de su pueblo. Nia, Luzu y Ari llegaban justo detrás de él.

—Auron, ¿tú sabías algo de este evento? —preguntó Luzu.

—Os lo juro a todos por mi abuela que se muera que yo no sabía nada de este evento —se apresuró a responder, con un tono de ligero enfado, haciendo énfasis con una negación de cabeza—. Que tampoco tendría por qué saberlo, ya es la milésima vez que me preguntan lo mismo, joder.

—No empecemos a pelear —dijo Deqiuv—, que tenemos una misión por hacer.

—La pregunta es —Ibai alzó un poco la voz—: ¿vamos todos juntos o cada quién a su rollo? ¿O nos dividimos por grupos?

—Decidamos eso en el camino —Juan dio pequeños pasos hacia delante y hacia atrás—, porque los demás ya están entrando a la cabaña de porquería y los chamanes no dijeron si los recursos que hay son limitados o no.

Independientemente de lo que pudieran decidir sus amigos, Fargan tenía más que claro que iría con alguien, aunque tuviera que hacerse de rogar para eso.


No odiaba el silencio, no. Cuando este era un añadido en un necesitado tiempo de relajación era capaz de apreciarlo bastante, más en solitario haciendo sus cosas, y los silencios incómodos lo tenían sin cuidado. Raras eran las ocasiones en donde tenía que vivirlos con sus amigos, pues era perfectamente capaz de iniciar y terminar una conversación con el primer tema que se le viniera a la cabeza. Y a pesar de ello, el solo escuchar pasos a destiempo junto al inevitable roce de la ropa cuando alguien movía las piernas o los brazos, junto al mero sonido de los picos de hierro entrando en la piedra, y el crepitar del fuego generado por las antorchas, amplificados por la ahora gran apertura de la cueva que habían hecho, lo estaban desquiciando.

Abrió el pico y nada salió de él, así que lo cerró. Había perdido la cuenta de cuántas veces repitió la misma moción en a saber también cuánto tiempo. No tenía un nudo en la garganta, había tanto de lo que hablar, pero era incapaz de ello. Las canciones obscenas tampoco habían sido ágiles para salir, y a este punto, en cualquier otra circunstancia, ya estaría haciendo «propuestas indecentes» mitad broma, mitad en serio.

Focus no se negó a la petición de ir acompañarlo, la respuesta fue el «vale, vale» de siempre.

Sabía que Focus no era alguien muy hablador, solo cuando le convenía, pero nunca entre él y Fargan se había alzado un silencio tan incómodo como el que estaba experimentando. O quizá era solo él quien lo sentía así. Quizá el shock de haber despertado en un frío suelo de madera sin Focus al lado lo había afectado más de lo que creyó al principio. Quizá una reunión de mierda que nada había tenido de emocionante —solo de exasperante— no logró apaciguar el constante caos que podía sentir en su cerebro y que hacía todo lo posible para ignorar, para hacerle entender que ya no había más que hacer ni más que esperar.

No arriesgando el girar su cabeza y encontrar una mirada inquisitiva a cambio —o picar el aire—, miró a Focus por el rabillo del ojo. El sombrero generaba una sombra en su rostro que hacía difícil para cualquier otra persona el verle el rostro, pero no para él. Focus estaba concentrado, mirando no al frente, sino directamente al pico que empuñaba. La tensión en él era visible en sus hombros, aún con el gran volumen del abrigo que ambos llevaban puestos. Picaba, encontraba hierro, y no hacía ningún comentario.

Fargan apretó con fuerza de más el mango del pico y se detuvo, solo por unos momentos. Alguien tenía que decir algo y ese alguien sería él.

—¿Pasa algo, Focus? —Se permitió fingir un tono animado, usando de excusa la mina de hierro que acaba de encontrar. —Estás muy callado.

—Lo mismo digo.

—No quería interrumpirte, por si estabas ocupado con tus...

Notó que Focus se detuvo por completo, así que él también lo hizo. Se giró para encontrarse con la mirada directa de Focus. Tenía una ceja enarcada. Fargan se encogió de hombros antes de reír un poco.

—Vaya excusa de mierda, ¿eh?

—Sí. —Focus recargó el pico de hierro en la pared que tenía detrás suyo, solo para cruzarse de brazos. —La verdad es que sí.

—Vale, perdona.

—¿Qué ibas a decir?

—Nada, es solo que te noto... distraído, y quiero saber qué pasa. —Se frotó la nuca. —Lo noté ayer también, en la fortaleza.

Focus no respondió. La comisura de su pico se torció un poco y sus cejas se fruncieron, mientras miraba hacia el largo pasillo por el que habían venido. Fargan sabía de sobra que casi no había manera de sacarle una respuesta a Focus cuando se ponía así, pero eso no lo detuvo nunca de intentar, mucho menos ahora.

—Si tú me dices que te pasa, yo te digo qué es lo que estaba pensando. —Era un intercambio realmente infantil, lo sabía, fácil de esquivar al igual que fácil de aceptar. Focus bufó, rodando los ojos y negando brevemente con un movimiento de cabeza. —Venga, prometo ser honesto.

—Vale, vale. —Agarró el pico de hierro que dejó y retomó el trabajo que estaba haciendo. —Tú primero.

Fargan sonrió, mientras imitaba a Focus al comenzar a picar la piedra de nuevo.

—¿Por qué yo?

—Hombre, tú fuiste el de la propuesta.

La sonrisa en el rostro de Fargan no se borró, pero se hizo más débil y sus ojos se entrecerraron, formando una expresión que no era enteramente de tristeza pero que no era tampoco de felicidad. Era tan fácil mentir. Tan fácil retomar la sonrisa de antes y decir cualquier burrada que no sonara tan a una mentira, solo para que Focus hiciera lo mismo y todo quedase, de nuevo, en el punto cero. Pero no le nacía, su mente le gritaba que eso no sería lo correcto, por mucho que «lo correcto» fuera una de sus cosas poco predilectas.

—Estaba muy preocupado, Focus. —No se detuvo, levantó el pico. Respiró hondo y sacó el aire en un suspiro. Bajó el pico. Focus tampoco se detuvo. —Lo estoy todavía. Un poco. No sé, todo este evento... Tan de la nada. Es extraño, ¿verdad?

—Sí, lo es.

Fue todo lo que dijo, después de darle un margen de un par de segundos para que siguiera. Ningún comentario sobre lo demás, tampoco ninguna pregunta. Tampoco era como que Fargan fuera, en el hipotético caso, a responder otras preguntas. Sentía en el pecho una extraña sensación de alivio, un peso que se evaporaba en el aire, al no verse interrogado. De alguna manera, sabía que Focus había entendido las cosas que se había dejado sin decir.

—Bueno, Focus, es tu turno.

El mencionado se detuvo por fin, y con el pico en mano, dio media vuelta para caminar en dirección contraria.

—Regresemos a donde los estos, que tengo que poner el hierro. Pon el que hayas encontrado también.

—Eh, eh. —Fargan se puso al lado suyo, dando pasos más largos de los acostumbrados. —Focus, que hicimos un trato.

—Hombre —el tono de su voz era animado, en su pico una sonrisa—, no especificaste cuándo es que te lo tenía que decir.

Dicho eso, se echó a correr.

Fargan gritó su nombre, pero no fue detrás suyo, solo observó cómo la silueta del otro se hacía más y más pequeña con cada segundo que pasaba.


Las diez horas pasaron sin mayores percances. Actuaron como si nada hubiera pasado y minando incluso encontraron a otros con los cuales charlar por algunos minutos y horas. Cuando llegó el momento límite, un fuerte sonido, como el de una trompeta, les perforó los oídos aún cuando estaban en las capas más profundas del suelo. Y una vez que todos regresaron a las afueras de las cabañas, ya de noche, la entrada a las minas se cerró a cal y canto. Los Dioses no estaban escatimando en usar sus poderes.

Los chamanes no tardaron en aparecer.

—Mañana os diremos todo. Por ahora todos deberéis regresar a las cabañas en las que habéis despertado y no os preocupéis, hay camas. Buenas noches.

Y tan pronto dijeron eso, tan pronto volvieron a desaparecer.

—Bueno, Focus. Nos vemos mañana. —Fargan puso su mano en la nuca y sonrió de lado. —No se te olvide que me debes algo, eh.

—Ya veremos, hombre. —Focus le regresó la sonrisa. Fargan comenzó a dar pasos hacia atrás, tan lento como podía. —Descansa, Fargan.

—Descansa...

Las rejas que los separaron antes se alzaron rápidamente enfrente de su pico, un poco más cerca y se lo arrancaban, dejándolo con el nombre en la lengua. Escuchó a Focus reír y decirle «con cuidado», antes de dar media vuelta para dirigirse al interior de la cabaña.

Fargan parpadeó un par de veces, como un intento de salir de la sorpresa, y bajó la mano, dejando el brazo caer a su costado. Por alguna razón, se sentía como derrotado.