Volver ardor la esencia

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Advertencias:

Adoración al cuerpo. Neuvillette posee anatomía de dragón (pene + cloaca).

Descripción:

Neuvillette tiene una inquietud. Wriothesley se deshace de ella.


La inquietud no se deslizó libre junto con su ropa, pero cayó en seco en la cama con él.

El discernimiento propio resultaba más complicado de lo que a simple vista podía parecer. Como el cambio de corriente de un río, esta inquietud no era común en él. Inquietud sin nombre, cuando menos sabía lo que no quería que fuera: miedo. Siempre ha sido estable, física y mentalmente, como para admitir ahora mismo un miedo por demás absurdo.

Neuvillette volteó para ver detrás suyo, precavido.

Cuándo y cómo la inquietud había comenzado, lo sabía a la perfección: tras restablecer el trono y su título de Dragón Primordial. Ahora se encontraba al lado opuesto del mundo de los humanos, conmovido y curioso aún por ellos, al menos antes podía aparentar de mejor manera las diferencias. Su cuerpo se asentaba lentamente a los cambios de su cuerpo. La inquietud no lo ahogaba a todas horas, no era a consciencia. Podía cumplir con sus deberes y responsabilidades encomendados. Ella solo salía a flote cuando lo veía a él, cuando él se acercaba como el calor de la mañana, con el destello del sol en sus ojos que le preguntaban y preocupaban por su bienestar. Wriothesley.

Él no estaba allí, todavía. El ligero murmullo de las olas de agua en una tina le llegaba desde la puerta cerrada del baño. No pudo evitar asegurarse de su ausencia, de todos modos, cuando estar con él y desnudarse frente a él requerían cierto grado de mentalización, ignorar el estado de su cuerpo y de su mente, sin abandonarse a sus horribles instintos resurgentes… en un principio, al menos. Con Wriothesley muchas cosas se convertían en contradicción, la aflicción se retorcía en anhelo cuando él se alejaba, mientras el anhelo convulsionaba en aflicción teniéndole cerca. Aprendió a vivir con ello, aunque no dejara de tener el hecho presente.

Regresó la vista hacia delante, luego hacia abajo, a su cuerpo. Casi quinientos años sin su título, olvidó su propia figura que tanto había extrañado. Ahora ya no estaba tan seguro de si el cumplimiento de la añoranza le agradaba del todo. Arrastró las yemas de los dedos por su pierna. Una anatomía tan alejada a los humanos, aunque hubiera un esfuerzo por imitarles. Presionó sus muslos, imitando la presión de las manos de Wriothesley cuando las paseaba por ahí a modo de juego, despertando con suavidad sus miembros, contagiándolo de calidez.

Cerró los ojos, retirando la mano de su pierna con visceral impulso cohibido. La frialdad de la habitación le producía cierto malestar.

—¿Te molesta algo?

La cama se hundió bajo un nuevo peso a su lado. La voz y una caricia repentina en su cuello y hombros lo obligaron a abrir los ojos con sobresalto. Había suavidad en la mirada que Wriothesley le estaba dedicando, ahí sentado, desnudo. Tembló un poco.

Aclaró su garganta antes de responder.

—No. —La seguridad en aquella mentira no fluyó como quiso. —No es nada.

Wriothesley sonrió, negando con la cabeza levemente.

—Nunca es nada, ¿eh?

«Tan astuto como siempre», pensó.

Por supuesto que le molestaba algo, su estado actual, los cambios ahogándolo, sus manos cosquilleándole con un deseo indomable. Era probable que no necesitara decirle todo aquello, porque Wriothesley ya lo sabía, porque él podía verlo con la claridad que la vulnerabilidad de la desnudez otorgaba a los ojos.

Wriothesley se inclinó encima de él, acercándose lo suficiente para besarlo, el cálido aliento chocando en sus labios y sus mejillas, pero no lo hizo. Recorrió con su mano derecha el rostro de Neuvillette, hasta dar con el cabello que yacía despeinado y suelto en la cama. Enhebró los dedos en él, alzando un mechón hasta sus labios para besarlo. Neuvillette apartó los ojos, con un suspiro silencioso, liberando la agradable pesadez que la apreciación de Wriothesley le causaba con aquella mirada y con aquellos dedos que continuaban acariciando un mechón de su cabello con esmero. Comenzó a sentir la ansia de unos celos hacia sí mismo, cuando Wriothesley habló:

—¿Podemos empezar, Neuvi?

Neuvillette se adelantó, alzando sus brazos para rodear el cuello de Wriothesley, descansar las palmas de sus manos en la nuca ajena, y jalarlo hacía él, hacía su boca abierta y su áspera lengua. No intentó ejercer ninguna fuerza con esos movimientos, pero la mano de Wriothesley era cálida contra su muslo, deslizándose hacia el interior para apretarlo, para rozar la hendidura de su entrepierna, apenas penetrándola, y Neuvillette sintió perder el control en blanco por unos instantes que intentó contrarrestar tirando del cabello de Wriothesley. No hubo protesta ante ello, solo la sonrisa ajena que sintió formándose contra sus labios.

Wriothesley se apartó, aunque apenas y podía decir era distancia de verdad, distinguible, con una clara y conforme respiración que no era suya entre ellos.

—Tan sensible como siempre. —Se lamió los labios, deteniéndose en el movimiento mientras inclinaba la cabeza, recorriendo con la mirada los temblores del cuerpo de Neuvillette. —Tu piel es hermosa.

Neuvillette tragó saliva, con la frustración cerrándole la garganta. Frustración contra sí mismo. Detestaba la sensación en lo más profundo de su mente susurrándole que aquellas palabras no eran serias, no eran verdad, cuando todo su cuerpo se estremecía y se dejaba arrullar por una irredenta sinceridad que solo Wriothesley le había demostrado desde que le conoció.

—Siempre lo he pensado.

Los dedos de Wriothesley traspasaron la tensión instintiva de la hendidura de Neuvillette, sentía el desliz mojado en los labios internos, la fuerza con la que acariciaba la punta de uno de sus penes, provocándolo a salir, a ceder, a abrirse camino ante el movimiento al que apenas y se estaba resistiendo con temblorosas manos en los hombros de Wriothesley. El gemido involuntario de Neuvillette hizo sonreír a Wriothesley y retiró los dedos por unos segundos antes de empujarlos dentro de nuevo, esta vez con lentitud, tanteando qué tan lejos podían ahora llegar. No mucho. Neuvillette sentía la sangre caliente recorrerle hacía su propio interior, sentía sus penes ascender, intentando liberarse del control que en vano trataba de mantener.

—¿Lo sientes, eh? —Los dedos de Wriothesley seguían moviéndose, acariciando las puntas, retrayéndose, hasta que quedaron completamente fuera. —Míralas, tan mojadas.

La respiración de Neuvillette se cortó por un segundo, siendo el propio esfuerzo de querer inhalar ante la anticipación de fricción y calor lo que le oprimió el pecho.

—Tan hermosas como tú.

Wriothesley volvió a inclinarse. Besaba la mandíbula de Neuvillette mientras él sentía aquellas manos como si le recorrieran todo el cuerpo a la vez. Los dedos de una rozaban el punto de unión entre sus dos penes, tomaban la base de una mientras frotaban el largo de la otra; un solo dedo, dando círculos, luego toda la mano. La respiración de Neuvillette se aceleró, su espalda se arqueó involuntariamente ante el tacto contra piel por demás sensible, y Wriothesley hizo un sonido con la garganta, entre una risa y un jadeo de algo que Neuvillette no podía confundir por mucho que su mente se rehusara en intervalos a encajar palabras como respuestas a lo que escuchaba: satisfacción.

Una satisfacción que le fascinaba, de mala manera. No era la primera vez que pensaba en ello, así que no podía evitar preguntarse, incluso ahora, satisfacción sobre qué, adoración de qué. ¿Su cuerpo? ¿Sus reacciones? ¿Su presencia misma? Lo percibía como ello, haciéndole arder las mejillas por la vergüenza de una suposición como esa, cuando Wriothesley no lo decía en voz alta. Al menos, no fuera de la cama. No fuera de esta clase de intimidad, no con esta intensidad.

—Neuvi.

Una exhalación se le escapó a Neuvillette de los pulmones. No era su excitación. Sintió sus penes palpitar contra la mano de Wriothesley, su entrada dilatarse. La repentina oleada de virulento calor era producto de la voz de Wriothesley tan cerca de su oído, de aquel absurdo apodo en ese grave tono con el que comenzó a llamarlo cuando aceptó la inutilidad que era preguntar por nombres.

La otra mano de Wriothesley subía por el pecho de Neuvillette, recorriendo el arco de su vientre que se contraía por el ligero tacto, hasta el surco de su pecho, deteniéndose alrededor de los pezones. Neuvillette siseó decepcionada anticipación sin quererlo. Sintió a Wriothesley aspirar y reír contra su cuello.

—Me gusta tu cuerpo.

Pero la diversión no era parte de aquella confesión. Cuántas veces había oído esas palabras, y cuántas veces su cuerpo había reaccionado de la misma manera, con el corazón ensordeciéndole, las caderas subiendo sin querer, un escalofrío quemándole la espalda. Ni siquiera era un pensamiento, apenas y podía ser una sensación, el disfrute que obtenía de escuchar aquellas palabras arremetiendo contra la inseguridad irracional que no podía dejar ir tan fácilmente cuando le daba esta clase de recompensas. Estar oprimido contra el cuerpo de Wriothesley no era su trabajo, podía dejar ir toda pretensión de imparcialidad.

—Estás temblando. —Wriothesley movió hacia arriba la mano que rodeaba uno de los penes, presionando con el pulgar la punta, sacándole un jadeo. —Y mojado.

Wriothesley retiró aquella mano junto con su cuerpo, poniendo la suficiente distancia entre piel y piel, y miró a Neuvillette a los ojos. A él no le dio tiempo a protestar la abrupta separación, Wriothesley volvió a deslizar humedecidos dedos en su hendidura, apenas y adentrándose entre los labios, y continuó bajando, mientras Neuvillette quemaba su garganta con cortos gemidos, hasta llegar a su ano para presionar, y Neuvillette se adelantó a la intromisión en vano, en el arco de su espalda la sensación de incompletud en cuanto Wriothesley volvió a ascender sus dedos. Una y otra vez.

Si pudiera insultar a Wriothesley, lo haría. No era cuestión de no querer, ni de no saber cómo ofender. Su garganta estaba tensa, el pecho le hervía por dentro, aunque luchara sabía que no podía confiar en ese momento en encontrar la suficiente fuerza para hablar con autoridad. Ni siquiera podía confiar en que su mirada diera el mensaje de recelos, sino más bien de ofuscación, con Wriothesley sonriendo encima suyo, una visión que le ensombrecía la frustración con impotente excitación cuando notó el movimiento de garganta que era preámbulo a hablar.

—¿Dónde me quieres, Neuvi?

Si tan solo «en todos lados» fuera una respuesta que hiciera sentido.

Neuvillette tragó saliva, tratando de controlar el deseo de implorar. Cuándo habían caído sus brazos a su costado era una pregunta que no necesitaba respuesta ahora mismo, haciéndole más fácil deslizar uno de ellos por su propio vientre, por un lado de sus dos penes hasta que dio con la mano de Wriothesley, y con sus temblorosos dedos la movió hacia abajo, hacia su ano.

—Aquí. —Se inclinó lo más que puede hacia adelante, sus dedos empujaban los de Wriothesley con toda la fuerza que la desesperación le otorgaba. —Aquí, Wriothesley, por favor. Por-

—Como desees.

Como manotazo rápido de vértigo, su mano pasó a estar sobre su pecho acelerada y las manos de Wriothesley en sus muslos, separando sus piernas, y empujó, el cuerpo de Neuvillette se rindió, se encendió con el primer gemido ante la fricción de puro placer; sentía el ardor de Wriothesley entrando en él, cada movimiento, cada pulsación, dolor por cómo lo abría penetrándolo y lo poco que le importaba ese dolor cuando un alivio del que se sentía merecedor le subía por la columna.

—Neuvillette —Wriothesley exhaló, convirtiendo el nombre del otro en algo demasiado cálido, demasiado grave en propia satisfacción. —Eres hermoso así.

Y Wriothesley movió las caderas hacia atrás. Apenas y estaba saliendo, Neuvillette no pudo evitar que su propio cuerpo se resbalara en la tela de la cama, intentando seguir ese movimiento, intentando traerlo de vuelta dentro suyo. Wriothesley lo observaba con deleite, con una sonrisa que lo llamaba «desesperado», «necesitado» en silencio, con diversión pero no con burla.

—Tan alejado de lo que eres usualmente.

Y volvió a empujar. Neuvillette sentía el calor por donde las manos de Wriothesley tomaban sus piernas, sentía la exquisita presión de fuerza y el borde de uñas grabándose en su piel; se movieron en espasmos, sus dedos de los pies se doblaron.

—Dime, Neuvi, ¿dónde está ese lado correcto y educado ahora, eh?

Con cada arrastre, con cada empuje arrítmico de Wriothesley, Neuvillette sentía la humedad de su entrada deslizarse por su piel; con cada sacudida propia una oleada de calor lo invadía mientras sus penes palpitaban y se rozaban.

—¿Qué diría la gente de Fontaine si te viera así?

Si los temblores de su cuerpo, si el gemido agudo que salió de su boca, fueron por la excitación de imaginarse aquello o para rechazar la imagen evocada por completo, Neuvillette no podía decirlo, no con sus hombros estremeciéndose, no con sus puños apretando la tela de la cama, no con sus penes cosquilleando desde dentro, desde abajo, obligándolo a mover su cadera hacia arriba, como si lo empujaran hacia el delicioso borde del orgasmo.

—Amo verte así, Neuvi.

Era casi suficiente.

—Amo tu cuerpo.

Estaba tan cerca, cada movimiento de Wriothesley, cada exhalación, cada palabra, hacían que creyera que podría venirse en cualquier momento y que Wriothesley lo llenaría por completo, pero era solo la orilla, no lo suficiente para ahogarse, para hundirse por completo.

—Los Arcontes sin duda me han bendecido, ¿no?

¡Wriothesley…!

No necesitó terminar la súplica desesperada. Apenas y tuvo tiempo de procesar el cambio; su pierna derecha cayó y la mano de Wriothesley se deslizó, rodeó y se ajustó en uno de sus penes mientras se empujaba hacia adelante fuerte, profundo, provocándole tal ardor afuera y adentro, y Neuvillette gritó con voz quebrada, con el corazón tan rápido que no lo siente latir y el cuerpo contrayéndose en orgasmo; sentía que aquel placer duraría para siempre cuando Wriothesley estaba eyaculando dentro suyo, contagiándolo de estremezones, cegándolo con calor.

No le importaría eso: pasar el resto de su vida ahí en la cama, pegado a Wriothesley, escuchando esa respiración tan pesada y satisfecha, como si se tratara de un trabajo bien hecho, pero su piel no podía soportar la sensación pegajosa que el sudor ajeno producía, en lo absoluto. Neuvillette cerró los ojos, dejando que el frío de la habitación, debajo del calor estático de Wriothesley, le regresara el juicio.

Hubo un cambio en el peso de la cama, un ruido seco, calor cesando. Algo movió su cabello y abrió los ojos.

—Wriothesley.

Wriothesley ya no estaba encima suyo, sino al lado, y de nuevo se entretenía con su cabello, acariciando las puntas de un mechón. Escuchar su nombre lo sobresaltó y pasó a mirar a Neuvillette, relamiéndose los labios.

—¿Sí?

—No vuelvas a decir esa palabra en mi presencia.

Wriothesley abrió la boca. La cerró. Miró hacia otro lado, con el entendimiento de a lo que se había referido con ello. No era como si pudiera culparlo por ese pequeño desliz, aunque le causara cierto enfado. No en estas situaciones donde una claridad mental como el agua no era precisamente lo que uno conseguía. ¿Habiendo finalizado? Tal vez.

Esa era al menos una verdad para Neuvillette, con la mente libre de cargas.