Perfecto

[ regresar ]

Advertencias:

Sexo intercrural en público, incesto, dub-con

Descripción:

Yuzuru no es capaz de olvidar, y si él no puede, Yukino tampoco.


Se mordió el labio inferior, como si eso pudiera evitar que la fuerza en sus brazos no azotara la puerta de la habitación. Porque eso implicaría que había algo mal, un problema que solventar antes del gran día, del día que debía ser perfecto. Sí. “Perfecto”.

Todo está saliendo a la perfección. ¿Verdad, Yuzuru?”.

Eso le había dicho Yukino hacía unos minutos, con ojos brillantes y una sonrisa de oreja a oreja. Porque la boda de sus padres solo podía ser eso, no mucho menos.

Sí. Todo estaba perfecto.

Perfecto para ella, que por fin tenía la familia que —le constaba— siempre había querido. Rodeada de los adornos y etiquetas y cartas con los nombres “Mikasa Ackerman” y “Porco Galliard” grabados en caligrafía preciosa y dorada. Perfecto para sus padres, con los problemas y el resentimiento ya abandonados al inicio en un sendero que ahora, casi al final, caminaban ya tomados de la mano, sonriéndose entre sí, sonrisas de lo más indulgentes que no podía obligarse a tragar.

Todo estaba perfecto.

Excepto para él. Y eso le molestaba, pero si la molestia era hacía él y su aparente inhabilidad de hacer lo mismo que los demás —superarlo todo, poder dejar la mierda atrás, poder cambiar a voluntad—, o si era el resentimiento que sentía hacia los demás porque dejaron mierda atrás que no debieron dejar… no lo tenía muy claro. Encontraba, por el bien de Yukino, de su querida hermana —y el mero pensamiento de esa palabra lo calaba por dentro, le retorcía el estómago—, que la respuesta debería ser la primera, porque nadie más podía ser culpable de su estado emocional tan atrofiado. Despertaba para intentar incentivar esa sonrisa en Yukino, la que le había dado minutos atrás antes de excusarse y correr a su habitación, con la amargura en la garganta. Amaba esa sonrisa. Amaba su felicidad. Eran ambas cosas ahora de lo más genuinas. Aunque había veces, como esta, donde se dejaba caer en la cama ahogando la frustración que su deseo egoísta de que ella también estuviera fingiendo por su bien lo golpeaba en el pecho y lo obligaba por instinto a recriminarse en soledad. Recriminarse que era demasiado débil, de que en su retorcido interior había una imperfección que no le permitía avanzar porque no quería cambiar. Sin embargo, la segunda respuesta —¿cómo podían los demás abandonar cosas sin más? ¿cómo se atrevían a ello?— era con la que encontraba la suficiente calma para poder descansar por las noches, aunque la calma tuviera el amargo sabor de la bilis.

Bilis también sería el sabor del pastel de bodas. De eso estaba seguro. Pero lo soportaría. Masticaría, tragaría y dejaría que toda esa mierda se disolviera en los reflujos, por el bien de Yukino. Era lo mejor para ella, y eso era lo único que importaba para él.

La seguía amando como para cagarla a estas alturas.


La sonrisa de Yukino era como un puñetazo en el estómago.

No, no era mentira que Yuzuru amaba esa sonrisa, que Yukino ponía en su preciosa boca durante momentos como esos, momentos que habían sido añorados en medio de lágrimas por muchos años.

No podía odiar esa sonrisa, que por meses había sido también suya, cuando Yukino se la dedicaba día tras día, como recompensa, pero también como agradecimiento. Las gracias por lo bueno que había sido, por los pocos problemas que había causado, por haber dejado todo lo que ellos hicieron atrás, en favor de una familia feliz. Yuzuru estaba seguro, sin embargo, de que ella no sabía lo que pasaba en su interior; no sabía sus tribulaciones, sus constantes tormentos que empezaban al despertar y que rara vez se detenían en sus sueños —sueños inapropiados, sueños que seguramente Yukino odiaría saber, sueños que no eran otra cosa que la prueba de él no era capaz de olvidar. O, quizá, Yukino sí lo sabía. Sabía el sufrimiento que le estaba causando, pero decidía ignorarlo. ¿Y no era eso lo mejor? ¿Ignorarlo? Porque si lo ignoraba, ella podía seguir adelante, llegar a un punto donde mirar atrás ya no era doloroso, un punto donde podía reírse de lo absurdo que había sido creer que podía haber algo entre ellos. Algo más allá de lo familiar. Ese “algo más” que durante un buen tiempo fueron capaces de hacer la vista gorda, porque eran felices… Él lo fue, al menos. Feliz. Tan feliz como la sonrisa que Yukino tenía ahora mismo, que había seguido con la mirada desde que comenzó a formarse en la comisura de los labios, pero que no le estaba dedicando a él. Y por eso era como un puñetazo.

Al igual que ella, llegó a querer una familia. Al igual que ella, llegó a querer libertad. Pero Yuzuru no podía olvidar.

Así que no odiaba esa sonrisa. No odiaba esa felicidad. Odiaba que se la diera a alguien más.

No le podía importar menos que Yukino le sonriera a los demás invitados, porque no eran más que extraños, no era más que una sonrisa de compromiso, una sonrisa que venía por mera conveniencia.

Ella no se la estaba dando a los demás invitados. Se la estaba dando a ese tipo. Andrew.

Yukino le llegó a decir que ella y él no eran más que amigos. Pero aun así, estaban tomados de la mano, bailando en la pista, demasiado juntos, demasiado sonrientes, demasiado felices. Yuzuru podía ver el entusiasmo en los ojos de Yukino, y podía ver también la emoción en el rostro de ese tipo, y le disgustaba. Lo detestaba. Lo estaba provocando, lo sabía. Lo supo cuando Andrew se acercó a ellos dos mientras platicaban tranquilamente entre risas, y él ofreció su mano a Yukino y le preguntó, con un guiño en el tono de voz, si quería bailar. Y ella aceptó, tomando esa mano de inmediato. Yuzuru no hizo más que ver con desprecio la unión de esas manos, que se alejaban de él, y estaba seguro de que ella le dijo algo al tenderle su vaso —algo como «ya regreso, ¿okay?»—, pero él no respondió, tomando el vaso con más fuerza de la que debería.

No respondió. Y a ella no le importó.

Los celos en su cuerpo solo aumentaban con cada segundo que ese tipo se atrevía a corresponder cualquier movimiento que Yukino empezaba, cualquier señal que ella le daba. Intentaba por instinto apartar los ojos de esa escena, pero no importaba a dónde miraba, las demás personas parecían ignorar su claro estrés, sonriendo, riendo, bailando, tomando; incluso sus padres, ahora casados, vestidos con traje y vestido pomposo blanco. Así que terminaba regresando sus ojos a esa escena, a Yukino y Andrew bailando como si fueran pareja, como si Andrew fuera el reemplazo de Yuzuru, como si Yukino nunca hubiera dicho su nombre en la cama, como si nunca se hubieran amado más que como mera familia.

El disgusto se asentaba en su estómago cada vez más, se extendía en forma de ardor en su garganta y en el sabor de metal en su lengua, mientras se mordía el interior de las mejillas.

Tan solo necesitaba irse de ahí, así que dejó caer los vasos.

Poco importaba qué tanto desastre como este causara, no sería el único.

Poco importaba su propia presencia.

Ya nada podía ser como antes.

Estaba apenas cruzando la barrera de gente que rodeaba divertida la pista de baile cuando sintió el agarre en su brazo, jalándolo hacia atrás. Dio media vuelta, esperando encontrar a cualquier otra persona —quizá alguien diciéndole que recogiera lo que había tirado, quizá alguien reclamándole porque chocó contra ella de camino—. menos a Yukino con una mirada que era de ligera preocupación.

Algo dentro suyo se removió, en su estómago, en su pecho, en su mente.

—¡Te hablé y no volteabas! —Su tono confirmaba la expresión de su rostro. —¿Pasó algo? ¿Te sientes mal?

—No. Nada.

Yukino pareció sobresaltarse ante esa respuesta. ¿Hacía cuánto tiempo él no había usado ese tono de voz? ¿Hacía cuánto tiempo ella no lo había escuchado? Yukino parpadeó varias veces, confundida, y la mueca de preocupación se transformó en algo completamente diferente —seguía siendo preocupación, pero Yuzuru sabía que no era preocupación por él.

—Yuzuru, por favor. —Había firmeza en ese tono, firmeza de no dejarlo continuar con nada de esto; firmeza que incluso le parecía hartazgo. —Es la boda de nuestros padres, no empi-

Por supuesto —escupió, con una sonrisa sardónica, y sacudió el brazo, quitándose el agarre que la mano de Yukino seguía teniendo en él. —Si lo único que te importa es esta jodida boda, más que a ellos. ¿En qué estaba pensando? —Señaló con la barbilla a la pista de baile, donde ya no podía ver al estúpido de Andrew, y si lo pensaba bien, era lo mejor. —¿Por qué no vas y te preocupas por lo que te importa, Yukino? Yo me preocuparé por lo mío.

Tan solo giró la cabeza, intentando volver a su camino de largarse de ahí de una buena vez por todas, pero Yukino volvió a tomarlo del brazo, esta vez con muchísima más fuerza. No le dio tiempo a decirle que lo dejara en paz cuando ella ya lo estaba arrastrando hacia el lado opuesto, fuera del área de baile, alejado de la multitud, detrás del pequeño recinto donde se encontraban los baños.

Yukino le soltó para cruzarse de brazos y mirarlo directo a los ojos, con el ceño fruncido, esperando a que él continuara. Lo estaba tratando como si fuera un niño malcriado haciendo un berrinche. Sabía lo que ella tenía en mente: dejarlo escupir y llorar todo lo que quisiera a solas hasta que se calmara, para poder volver a sus asuntos. No le daría el gusto de esto, así que se limitó a mirar a otro lado. Hostilidad contra hartazgo.

—¿Y bien? —le incitó, en vano. —Yuzuru, si no me dices qué pasó no vamos a resolver esto. No voy a permitir que arru-

—Ya te dije, no pasa nada. —Por mucho que quería evitar dar indicios de lo contrario, las palabras que salieron de su boca destilaban veneno y apretaba los puños a sus costados. —Regresa con tu amigo, ve y diviértete, yo voy a-

—¿En serio, Yuzuru?

Por fin se dignó a mirarla. Su postura había cambiado, esa firmeza de antes era ahora tensión, encogida de hombros, e intercalaba la mirada entre el suelo y Yuzuru, dubitativa, con una expresión que no podía describir de otra manera más que como pesadumbre.

—¿Todo por celos? Somos hermanos. No… —Aunque le estuviera recriminando, el tono era más bien de aflicción, de pena… pena por él, estaba seguro. —No podemos ser nada más. Hablamos de esto ya.

Claro. Porque todo era tan sencillo para ella. Todo era tan fácil como solo sentarse por meros minutos a hablar sobre lo que harían cuando comenzaran a vivir al lado de sus padres —“ya no podemos seguir siendo nada más que hermanos, Yuzuru”, “olvida todo, ¿sí?”, “no fue más que un error”. Sí, un error. Un error del cual ella también era culpable. ¿Y qué estaba haciendo para responsabilizarse? ¡Nada! Ignorarlo. Olvidarlo. Porque era egoísta. Solo se preocupó por ella, por su sentir —y a la mierda él, ¿no? Qué importaba cómo se sentía. Qué importaba si él no era capaz de ignorar, de olvidar, de ser feliz.

—¿Entonces para qué coño me preguntas qué pasó? —Apretó los dientes. —¡Como si te importara! ¡Como si a alguno de ustedes les importara!

—Me importas, Yuzuru —y el tono de Yukino sonaba casi ofendido, dolido, mientras daba un paso hacia él, levantando la mano—, por eso quiero-

Yuzuru tomó por la muñeca la mano que se le acercaba para colocarla sobre la cabeza de Yukino y se abalanzó sobre ella, inmovilizándola contra la pared. Ella apenas y pudo procesar todo lo que estaba pasando, con esos ojos bien abiertos, desconcertados.

—No mientas, hermana —siseó y apretó el agarre, sintiendo a la perfección el hueso de la muñeca. Ella quiso murmurar algo que salió como un repentino quejido. —No tienes ni idea por lo que he pasado todo este tiempo. No has hecho más que ignorar mis sentimientos, como si fueran basura.

—¡No lo he hecho! —La otra mano de Yukino fue a parar al hombro de Yuzuru, en un intento por apartarlo. — decidiste procesar esto aislado. Pudimos plati-

La indignación en el rostro de ella desapareció detrás de sorpresa y alarma, como si no le hubiera cruzado por la mente que él sería capaz de hacer algo como esto, en cuanto Yuzuru tomó también su otra mano para hacer lo mismo que con la otra, con más brusquedad de la que en realidad debería, de la que en realidad quería —pero no podía evitarlo, no realmente. No podía evitar pensar en lo bien que Yukino se veía así, debajo suyo, recriminándole y retorciéndose en ese vestido de falda corta.

—¿En serio crees que platicando podríamos haber resuelto esto? —preguntó con voz ronca, inclinándose hasta que es capaz de percibir el propio calor de su boca en contra de la piel de Yukino, a lo cual ella da un respingo—. Intenté olvidar todo lo que hicimos, por todo lo que pasamos… pero esto es tu culpa, hermana.

Por más que ella siguiera tratando zafarse de él —con menos fuerza con cada segundo que pasaba, Yuzuru lo sentía—, por más que él la empujara contra la pared, soltándole todo el despecho que ella le había generado desde que comenzaron a vivir junto a sus padres, no podía hacer otra cosa que maravillarse y repugnarse por cuánto la amaba. No importaba las veces que ella le dijera que no podían ser otra cosa más que hermanos, que los días pasados no eran más que error tras error… Su pecho dolía con amor. Enfermizo, celoso, él era consciente, lo admitía, pero era amor al fin y al cabo. Y la quería, muchísimo. La quería en ese momento más que en ningún otro; quería llenarla, cubrirla.

Tal vez, y solo tal vez —se convencía Yuzuru mientras la presionaba más, mientras hacía más pesada su respiración contra la suave piel de Yukino—, él debería hacerla entender cómo todo esto era su culpa, hacerla recordar y que entendiera cómo todo esto era su culpa y de nadie más, la crueldad de la abstención que le había generado.

—Quitat-

Cualquier orden que le fuera a dar, la ahogó desprevenida cuando las yemas de los dedos de Yuzuru recorrieron el muslo hasta estar a la altura del borde delantero de la falda, en el cual no dudó ni se entretuvo para levantarlo e introducir sus dedos hasta que fue capaz de sentir la suave tela de unas bragas que escondían el redondeado marco de unos labios que conocía a la perfección.

Yuzuru esperaba una reacción más que un súbito estremecimiento debajo de su agarre, de sus brutas caricias; esperaba que ella se retorciera más, que buscara librarse a toda costa, con la respiración se le hacía cada más pesada, más difícil de mantener sin abrir la boca para jadear.

Yuzuru.

Era su nombre y nada más, pronunciado en confusión, pero eso solo lo incitó a continuar. Arrastró su lengua, saboreando el sudor, y los dientes, tensando a Yukino con la amenaza de una mordida, una marca, que los demás podrían ver y entender tan bien como ella a quién es a quien le pertenecía. Las manos de Yukino se movieron en su agarre, intentando liberarse sin mucha suerte. Sentía a través de la tela los espasmos que esa tensión le causaba a su coño. Yuzuru enroscó los dedos, presionando y empujando las bragas contra la piel, hasta que fue capaz de introducirlos, metiendo también parte de la tela que no tardó mucho en comenzar a humedecerse. Yukino gimió, tan alto que lo hizo parar un momento y enfocarse en los sonidos que no provenían de ella ni de él; estaba seguro de que la música y las charlas y risas de la fiesta no darían ni la más mínima chance a un gemido como ese de filtrarse en oídos ajenos, de llamar la atención.

Se alejó un poco, lo suficiente para verle el rostro a su querida hermana, un rostro rojo —¿de vergüenza? ¿de ira? ¿de excitación?—, una boca abierta y húmeda, y unos ojos brillantes en lágrimas que se rehusaban a escapar. Eso lo hizo sonreír. Sí. Ella lo recordaría muy bien. No había duda alguna.

—Voy a soltarte las manos —advirtió Yuzuru—, pero solo para que calles esos gemidos, ¿entendido?

Mucha alternativa no tenía más que esa. No quería realmente que los callara, había extrañado tanto el escucharla gemir. No podían arriesgarse a que alguien los interrumpiera, a que alguien viera así a Yukino, porque esa vista era solo para él. Tampoco se arriesgaría a que Yukino huyera, y había una manera muy fácil de asegurar eso.

Ella le sostuvo la mirada como si estuviera tratando de procesar lo que le había dicho, asintiendo al final con mucho esmero —quizá por el cómo es que comenzó a mover sus dedos de nuevo, esta vez apartando la tela, trazando el contorno de sus pliegues y de su clítoris, un pequeño empujón de ayuda.

Tan pronto como soltó las muñecas, su mano ahora libre fue a parar al pecho de Yukino. Rodeó uno de sus pechos, apretándolo, siendo capaz de sentir en la palma de su mano el pezón erecto y sensible. Yukino se llevó las manos a la boca, reprimiendo otro gemido en medio de temblores.

Oh, cuánto había extrañado también lo mucho que ella se mojaba. Su cuerpo, su coño, siempre era muchísimo más sincero que su boca, y eso le frustraba en parte, así como le excitaba en otra. La verga le palpitó dentro de los pantalones, haciéndolo consciente de su dolorosa erección. Tanto tiempo había pasado, tanto se había abstenido en recuerdos, que tan solo frotar a Yukino lo estaba llevando al punto de correrse. Pero no lo haría en sus pantalones, de ninguna manera se gastaría así.

La mano con la que jugueteaba con los pezones de Yukino la llevó a su cinturón y cremallera, deshaciéndolos lo más rápido que podía con una sola mano, mientras que con la otra bajaba las bragas —ligeramente pesadas en humedad— de Yukino. Ella dio un respingo, supuso que al sentir cómo la brisa acariciaba su suave y expuesto coño una vez él subió la falda para tener libre camino, así como también acariciaba su erección ya libre, palpitante y dispuesta. Yukino inhaló fuerte y, apenas apartando sus manos de su boca, se atrevió a hablar por fin.

—Yuzuru. Yuzuru, no podemos… No puedes-

—No te preocupes. No me correré dentro.

Ni siquiera era tan estúpido como para decidir penetrarla. Por mucho que su mente le gritara que lo hiciera, lo mucho que quería reponer su huella para que nunca más olvidara, para que nunca más pudiera ignorarle, tendría que contentarse con esto —sin duda se contentaba con esto. Por el momento.

El interior de los muslos de Yukino temblaba. Se abrió paso entre la suave carne de los labios del coño de Yukino con embestidas cortas y duras. La sensación húmeda del flujo era abrumadora, incluso cuando no estaba dentro de ella, y cuando retrocedía las caderas sentía con más intensidad ese pequeño botón recorriéndole la longitud de la verga —aunque era ella la que mejor podía sentir la fricción, porque no paraba de jadear y lloriquear detrás de una mano, la otra parecía buscar por equilibrio posada contra la pared. Él también sentía sus rodillas temblar ligeramente ante el peso del esfuerzo de contenerse. Esfuerzo que poco a poco se debilitaba, hasta que la sensación ardiente en sus estómago era más de lo que podía soportar. Amortiguó su gemido rechinando los dientes, corriéndose en el pubis de Yukino, aun dando instintivas embestidas hacía adelante.

Conforme fue ganando compostura, enfocó su vista en ella, que parecía completamente embelesada, hecha un desastre de mirada perdida y brazos caídos a los lados. No resistió el impulso de sonreír levemente, pero sí el de besarla. Si se entretenían más de la cuenta, alguien comenzaría a buscarlos, así que tenían que arreglarse rápidamente.

El día al final sí había resultado ser perfecto, incluso para él.