Suspiró por una última vez antes de deshacerse de su traje, que apestaba a champagne. Por fortuna, las partes donde más había caído la bebida estaban ya secas, pero era capaz de sentir esa dureza de la tela que se forma cuando algo que no es agua común y corriente es absorbida. Eso, y sentir partes de su piel pegajosas no solo por el champagne, sino también por el sudor seco en su nuca y en su rostro, lo hacían apresurarse un poco más en desvestirse.
Dobló las prendas con mucho cuidado, pero antes de depositarlas en el cesto que usaban para la ropa sucia se miró al espejo, de perfil. Quizá no era la mejor idea hacerlo, pero no podía evitarlo, no en ese preciso instante. No en un acto de egocentrismo, pues eso era algo que estaba lejos de ser, más bien todo lo contrario. Estaba increíblemente nervioso. Había estado nervioso al despertar y al nerviosismo se le sumó la ansiedad de la carrera. No solo su moto iba a toda velocidad, sino también su cerebro. De ahí que quedara en un horrible tercer lugar, pero, para su sorpresa, Mario quedó en segundo… y Bowser en primero.
Claro, podría haberse enojado con Bowser por ganar, como aquella vez en las Colinas Champiñón años atrás, pero esta vez no pudo hacer eso. Enojarse. El enojo no era por él mismo, de hecho poco le importaba el puesto en el que quedase, lo que le importaba era apoyar a su hermano en todo, y eso involucraba trabajar más bien como equipo durante las carreras en vez de competir entre ellos —aunque eso no quitaba que, de vez en cuando, Luigi sí fuera contra su hermano, no viceversa. El enojó de aquella vez en las Colinas fue porque Mario ni siquiera llegó a tener el segundo o tercer puesto, todo por la combinación de una bob-omba y un caparazón azul manipulados. Pero ¿esta vez? Los objetos que Bowser había utilizado no llegaron a rozarlos ni siquiera por accidente. Si no ganaron, fue por culpa del nerviosismo y la ansiedad. ¿Cómo no estar así, de todas formas? ¡Era el gran día de su hermano! Así que no podía enojarse con Bowser por haber ganado, por decirlo de alguna manera, «justamente». En realidad, encontrar un motivo para tener cualquier reacción o emoción negativa hacia Bowser había pasado a ser difícil para Luigi. Muy, muy difícil.
Movió sus ojos, observando su torso y sus brazos en el espejo con detenimiento. O mejor dicho, observando el vello de esas zonas. Era bastante notable, de un color idéntico al de su bigote. Y ni hablar de sus piernas, o de su entrepierna. Debía dejar de pensar, con urgencia. Antes de que cualquier otro pensamiento —sobre todo acalorado— tuviera la oportunidad de florecer en su mente, pasó la mirada a su propio rostro. Por Grambi, vaya que estaba nervioso, se le notaba en los ojos y su labio inferior temblaba solo un poquito. Había demasiadas —en realidad, solo una: ser un buen hermano, pero eso implicaba muchas cosas— expectativas por cumplir sobre sus hombros.
Depositó la ropa sucia en el cesto, apartando su mirada del espejo, y decidió por fin bañarse.
No estaba intentando impresionar a nadie. Se repetía eso, de pie al lado de Mario, saludando a algunos invitados que entraban al castillo para la fiesta que no tardaría en comenzar, viendo a todos lados para evitar —oh, en realidad quería todo lo contrario— toparse con cierta «persona». No impresionar a nadie. Era difícil, teniendo en cuenta lo que llevaba puesto, algunos invitados lo veían de reojo rápidamente, para sonreírle y saludarlo como a Mario. Otros parecían no poder evitar un gesto exagerado de sorpresa, aunque pronto trataban de aligerar su reacción diciéndole lo bien que se veía así… Aunque eso pudiera ser, también, porque su hermano estaba al lado y cualquier acción errada era la perdición de cualquiera. La sobreprotección de Mario era a veces, y solo a veces, bastante reconfortante para Luigi.
Pero si se ponía a pensarlo bien, todo era, en realidad, culpa de su propio hermano, porque no tenía pensado ponerse el vestido en primer lugar.
Tan solo lo había sacado para verlo, pero decidió que era demasiado para una fiesta en donde los protagonistas eran Mario y Peach. Se decía que un invitado jamás debe ir más elegante o llamativo que los novios en una boda, y esto era similar, en cierto sentido, a una fiesta de boda, pues Mario y Peach anunciarían su boda. Al fin, después de tantos años de tener que presenciar, o más bien sufrir, el cómo esos dos avanzaban a una velocidad espantosamente lenta en su relación.
El vestido era bastante elegante, sí, y bastante lindo y cómodo también, pero era rojo. Era lamativo. Lo compró después de haber visto uno similar en la —su— mansión. Mario iría con un traje gris y estaba seguro de que Peach habría mandado a confeccionarse un vestido solo para esta ocasión tan especial, así que no podía arriesgar ser un foco de atención. Iba a sacar un traje bastante modesto, genérico, de color negro con corbata verde, cuando Mario entró a la habitación, luchando con ponerse su propia corbata roja bien. Mario no pudo terminar de pedirle el favor de atarle la corbata porque sus ojos enseguida fueron al vestido… y sonrió.
—Oh, no. No, no, no, ¡no! —había gritado Luigi, metiendo el vestido al closet lo más rápido que pudo y cerró la puerta con bastante fuerza, para después agitar sus manos frente a él—. ¡No voy a usarlo!
—¿Por qué no? —Mario dejó su corbata en donde estaba, hecha un desastre, y Luigi solo pudo atinar a suspirar. Se acercó y comenzó a deshacer el espantoso nudo que Mario había hecho. —Te verías fantástico en ese vestido.
—No creo estar listo para usar algo como eso en público. —Por Grambi, debería haberle dicho a Mario que consiguiera una corbata de moño y no una clásica.
—Nunca lo estarás si no usas uno. —Luigi no miró a su hermano, pues era más importante ver que la corbata quedase bien puesta, pero no le hacía falta verlo para saber que una sonrisa burlona estaba en ese rostro casi idéntico al suyo propio. Esa sonrisa la podía escuchar cualquiera. —Vamos, Luigi, úsalo. Es la situación perfecta.
Al no a responder, Mario continuó:
—Serías como mi hermano de honor.
Luigi resopló ante eso, sonriendo e intentando controlar una risa por tan horrible comentario. Ya había terminado con la corbata, así que se separó de su hermano para agarrar el traje que se pondría, necesitaba alisarlo.
—Todavía no es la boda, Mario.
—Oh, pero lo será en un par de meses. —Respondió, elevando su mano a la altura del hombro para mover su dedo índice. —Y cuando lo sea usarás un bellissimo vestido, caro fratello.
Después de esas palabras fueron cinco minutos de Mario insistiendo en que usara el vestido rojo, porque, además, «estaríamos combinando de nuevo». Luigi, viendo cómo la hora de presentarse en el castillo se acercaba más y más, no pudo hacer otra cosa que ceder ante tanta testarudez: guardó el traje, sacó el vestido y sacó a Mario de su habitación a trompicones. Pero lo peor de todo fue encontrarse a sí mismo esmerándose en lucir bien el vestido, tratando de ocultar lo más posible el vello de su pecho; tenía unos aretes azules claro que pasó a ponerse, y pensó también en usar un par de guantes largos… que no tenía, porque jamás llegó a comprarlos. Y cuando se dio cuenta de su propio esmero, sintió sus mejillas arder.
De hecho, podía sentir sus mejillas arder aún, al lado de Mario. Esperando. Esa «persona» todavía no se había presentado, a pesar de que quien le había invitado fue Peach, y eso, en teoría, debería ser una buena señal. Para Mario, al menos, por su notorio descontento —no estaba del todo seguro de usar la palabra «odio»— hacia esa «persona». Pero ¿para Luigi? Por una parte, el factor principal de su ansiedad desaparecería por esa noche, dejaría de mirar a todos lados y fingir que no lo hace, y también dejaría de mentirse sobre no querer impresionar a nadie usando ese vestido. Por otra parte, era triste. Decepcionante incluso, porque quería verle. Le gustaba verle. Le gustaba verle en las carreras, ver su rostro determinado y enfurecido; escuchar su fuerte risa cuando ganaba el primer puesto —como había pasado ese día, y oh, solo podía esperar que nadie se hubiera dado cuenta de lo stupido que debió verse al intentar fingir no estar claramente ensimismado disfrutando de la vista al ver a esa «persona» en el podio más elevado— y escuchar el gruñido de frustración al haber perdido. Era fascinante. Tan fascinante incluso como el preguntarse cuándo Luigi había comenzado a sentir esa atracción, porque no podía señalar un momento específico, sino varios. Varios pequeños momentos en donde esa «persona» parecía honesta, genuinamente feliz y, de vez en cuando, demasiado torpe como para funcionar en un reino. Era demasiado, sin duda. Pero Luigi podía tomar demasiado, también. Estaba dispuesto a ello. Si tan solo sus sentimientos fueran recíprocos.
—Luigi —murmuró Mario.
Volteó a verlo, no sin antes mirar hacia el otro lado muy rápidamente, y lo vio tocando su muñeca repetidas veces con su dedo índice. Entonces ya era la hora. Luigi asintió y Mario le sonrió en respuesta, antes de salir corriendo escaleras arriba. Él, por su parte, se dispuso a buscar a Toadsworth. No porque tuviera nada que discutir respecto a los vehículos o a las carreras, aunque sabía que Toadsworth sí que tenía mucho que decirle sobre eso, pero no quería estar solo en medio de tantos invitados. Lo encontró al poco tiempo, charlando con Toadbert y decidió unirse a la charla, evitando a toda costa cualquier insinuación de Toadsworth sobre su «poco desempeño» en la carrera del día. No estaba de humores para eso.
No pasó mucho tiempo antes de que las trompetas sonaran, anunciado que Peach estaba entrando al gran salón —y Luigi había estado en lo correcto sobre un vestido confeccionado solo para esta ocasión, que no dejaba de ser su rosa característico. Peach parecía, al igual que Mario quien estaba a su lado, tomando su mano con las suyas, nerviosa de dar el anuncio. Después de tomar un respiro y acercarse más a la baranda del descanso de las escaleras, agradeció a todos por estar presente. Mario miró a Luigi y se sonrieron mutuamente, Mario buscando ánimos y Luigi dándolos. Pronto las palabras «Mario y yo nos casaremos» fueron pronunciadas y todos comenzaron a celebrar. Algunos toads que estaban a su lado incluso comenzaron a susurrar frases de «ya era hora», haciéndolo reír. Todos pensaban eso.
Luigi estaba feliz por su hermano, y desde luego también por Peach, y sabía que debía sentirse feliz. Solo que, un poco más feliz, con todos celebrando la buena noticia, rodeado de gente que conocía, de su propia familia. Aun así, no podía evitar sentir como una pequeña espina, un pensamiento silencioso pero presente en su mente, de que estaba solo. No era una sensación de abandono, en lo absoluto. Mario y Peach merecían disfrutar su tiempo juntos en su propia fiesta, por ello no podían estar a su lado todo el tiempo, en especial su hermano. Su ansiedad respecto a usar un vestido como el que llevaba puesto ya había desaparecido, de todas formas, lo cual, muy dentro de sí, no hizo más que aumentar su confianza y tenía planeado usar más vestidos, de vez en cuando.
El sentimiento de soledad venía de algo más. Alguien más. Y sabía que era absurdo, incluso estúpido, el sentirse solo en la ausencia de alguien que jamás hizo ninguna promesa con él. Grambi, ni siquiera había prometido ir a la fiesta en lo absoluto. Recuerda que Mario le había comentado, furioso, el cómo «Bowser solo respondió con un rezongo, a la invitación de Peach, ¡ese gran fligio de-!». Oh. Bowser. Había tratado de no pensar en su nombre en lo más mínimo, por su propio bien. Ya no había vuelta atrás en lo que restaba de noche, ¿verdad?
Elevó su cabeza un poco, cerrando los ojos, para frenar el suspiro que quería salir, y se disculpó con Toadsworth y Toadbert, diciendo que necesitaba un poco de aire fresco. En el camino hacia los jardines del castillo intentó ubicar a Mario, o bien a Peach, para decirles dónde encontrarlo en caso de que necesitaran cualquier cosa, pero no hubo suerte. Estarían ocupados en la otra parte del gran salón, o quizá en alguna otra sala. No quería hacerlos creer que había abandonado la fiesta de ninguna manera —aunque sí que fue una consideración inicial que tuvo; tan pronto la tuvo, tan pronto la desechó—, tendría que confiar en que, de necesitarlo, al menos preguntarían a Toadsworth sobre su paradero.
Para su fortuna, no había mucha gente en los jardines, lo cual lo aliviaba de tener que explicar por qué estaba ahí, afuera, y no en la fiesta con Mario.
El falso laberinto era, quizá, su parte favorita de los jardines. Pocos toads se paraban por ahí, y si lo hacían era porque habían perdido algo, aunque eso era siempre durante el día. Era el lugar perfecto para tener un momento de relajación, de paz. Claro, no lo prefería por sobre su propio hogar, y por más que añorase estar en su cuarto, irse no era una opción, sin importar qué tan triste se sintiera.
Se dejó caer sentado en uno de los pocos asientos que había a la entrada del falso laberinto, inclinado hacia el frente. Considerando que los jardines estaban vacíos, no hacía falta saltar los arbustos para entrar al centro del falso laberinto, su sitio preferido.
No tenía ganas de llorar. Lo único que tenía era esa sensación de ausencia, de falta, como un hueco en el pecho que entre más se intenta ignorar más se siente, más crece. Era un problema que le costaba afrontar, por muchísimos motivos, y el peor de todos era Mario. Mario no podía saber lo que sentía por Bowser porque entonces jamás lo dejaría en paz y no tendría ni un solo momento de paz para poder observar a Bowser e imaginar un mundo feliz donde sus sentimientos fueran recíprocos. Ni siquiera su pequeño crush con Peasley había sido tan problemático como este, tan lleno de expectativas y de anhelos imposibles. En parte, suponía que la razón de ello era que la presencia de Peasley era… efímera. Rara vez se hacía presente, fuese en el castillo de Peach o en las carreras cuando competía. Con Bowser era todo lo contrario. Por supuesto, había días que no podía —ni tenía— que verlo, pero eran mucho menores en comparación con Peasley. Y cuando podía ver a Bowser por la temporada de carreras, lo hacía por días; su figura distinguible a donde fuera, su voz imposible de ignorar, su aura intimidante, siempre a su lado, o al frente, o detrás suyo. La gran mayoría de veces era detrás suya, en las carreras, y durante los breves momentos cuando la distancia entre su moto y el vehículo de Bowser no eran abismales, la sensación de una mirada profunda le recorría desde la nuca toda la espalda. Si no fuera tan competitivo, si no fuera el “genio corredor” al cual muchos apoyaban, hubiera sido tan fácil el ceder a esa sensación y perder una carrera, repetidas veces.
Mentiría si dijera que no había veces en las que sí quería ceder, no solo en una carrera, no solo durante la carrera, ante esta mirada profunda, ante esa aura intimidante. Quería ceder sin importarle nada, sin importarle la espantosa y agresiva tensión entre Bowser y Mario.
Dejó por fin escapar el suspiro que reprimió estando dentro del gran salón, cerrando los ojos, intentando ya no pensar en Bowser o en sus sentimientos absurdos. Tenía que regresar a la fiesta, buscar a Mario y a Peach y celebrar junto a ellos un día tan especial, que además era un perfecto día de descanso antes de que él y Mario tuvieran que retomar los viajes a otros reinos y regiones para participar en las carreras por la Copa Especial. Después hablaría con Toadsworth al respecto, pues necesitaba hacerle un chequeo extra a su motocicleta antes de las prácticas en la Isla Yoshi. También necesitaba dejar de pensar en las carreras, al menos por lo que restaba de noche.
Abrió los ojos para ponerse de pie, pero el sonido de pasos acercándose lo detuvo. Fuertes pasos. Los pasos dieron cabida a una figura robusta de altura ridícula, y en tan solo un parpadeo, Bowser estaba frente suya. Oh, por Grambi. No podía haber un peor momento para aparecer. No podía haber, tampoco, un mejor momento.
Lo primero que notó fue que Bowser llevaba puesto un traje gris con una corbata de color verde, y debía admitir que ese traje lo hacía ver extremadamente bien —y no era una opinión basada solo en el color de la corbata—, una visión de la cual estaba seguro no podría cansarse nunca, pero que también estaba seguro no volvería a ver.
El corazón le fue a parar a la garganta al darse cuenta de que Bowser tenía puestos sus ojos en él, con una expresión que podía ser descrita como un «ligero asombro», y si su vista no le fallaba, la boca de Bowser se había curvado un poco, solo un poco, hacía arriba, dejando ver uno de sus colmillos. ¿Era tan malo el pensar en cómo esos colmillos se sentirían en su piel? Probablemente sí. O no. Sentía que su rostro le iba a explotar de lo caliente que estaba. Fue entonces que recordó que tenía puesto el corto vestido rojo y que no podía esconder su rostro en ningún sitio por la falta de su sombrero.
Cada segundo que pasaba aumentaba su vergüenza y la consciencia de sí mismo, ahí sentado, como un obvio manojo de nervios incapaz de hablar que le había hecho caso a su hermano de usar ese vestido porque de manera inconsciente deseó que el gran, enorme y poderoso Rey Koopa que tenía enfrente, viéndolo —aun viéndolo—, lo notase.
Si pasaba otro segundo en silencio, solo con sus pensamientos a toda velocidad, se volvería loco.
—H-hola, Bowser. —Su voz jamás había sonado tan temblorosa, incluso para él mismo. Ni siquiera en presencia del Rey Boo, que le causaba un pánico enorme, a pesar de no tener que verlo a los ojos, su voz sonaba tan ridícula. Eso sin contar que el saludo estaba al mismo nivel.
La expresión de Bowser cambió, no a su habitual fruncido, sino a una que parecía más bien cansancio.
—Luigi. —Fue todo lo que dijo, Luigi supuso que a modo de respuesta a su saludo, antes de sentarse a su lado.
Puede que fuese solo su imaginación, pero el asiento parecía haberse inclinado solo un poco hacia el lado de Bowser. Solo un poco. Podía sentir más, mejor, que nunca el calor que Bowser irradiaba aún a través de la ropa, con sus brazos casi rozándose. Luigi movió, de la forma más discreta que pudo, sus piernas hacia un lado, porque si de una pura casualidad su pierna izquierda rozaba la pierna derecha de Bowser, se echaría a temblar. No tenía el suficiente coraje —no era cobardía, era latente vergüenza— de verle tan directamente otra vez, así que también movió su cabeza hacia abajo, solo lo suficiente para no ver ni siquiera el brillo de esos ojos rojos, pero sí para ver su mandíbula y su boca moverse.
—Estuviste bien. En la carrera. — Bowser se aclaró la garganta, moviendo su mano vuelta un puño con excesiva rapidez para cubrir su boca. —¡No tanto como yo, por supuesto! Pero lo suficientemente cerca, Verdecito.
Eso debía de ser un halago. Lo era, a pesar de que las primeras palabras salieron amortiguadas y casi inaudibles en medio de una tos por encima falsa, seguidas de un característico grito egocéntrico. Pequeños detalles que lo habían hecho enamorarse del koopa, pequeños grandes detalles como ese, sinceridad retraída, pero no por ello menos genuina. Tampoco era capaz de decir cuándo Bowser comenzó a mostrarse mucho más… honesto ante él. O ante todos, Mario siendo, quizá, la única excepción que había notado.
—Gr-grazie mille. — Luigi sonrió mientras agradecía, las comisuras de su labio temblando ligeramente. Intentó esconder su boba sonrisa colocando su mano en la mejilla izquierda. Podía sentir el calor de su rostro en la palma de la mano, y eso no ayudaba en nada a la situación.
Silencio de nuevo, inseguro de decir si es un silencio incómodo o no. Al menos no para él, no si tenía en cuenta el subidón de ánimo que había tenido desde que Bowser lo llamó por su nombre y al darle esas felicitaciones, esa sensación en el estómago que podría ser ansiedad si no fuera por la falta que querer vomitar. «Mariposas en el estómago» era la frase que todos usaban para describir aquello.
—Pudiste haber conseguido el segundo lugar, ¿sabes?
Ese comentario lo hizo parpadear confundido, y giró su cabeza para verlo, con los ojos bien abiertos. Bowser no lo miraba a él, tenía la vista bien puesta al frente, como si viera algo al otro lado de los jardines —aunque estaba seguro de que no había nada, salvo el camino a la puerta de entrada al castillo—, y sus brazos ahora estaban apoyados en sus piernas. De verdad parecía cansado. Luigi se preguntó si Bowser de verdad quería estar allí, en la fiesta, o si quiera al lado suyo, solo ellos dos. ¿No sería mejor decirle que podía irse? La fiesta no era de ninguna manera obligatoria, Peach entendería. Aunque no con esas palabras, no quería ser brusco, menos con alguien como Bowser.
—Umm, bu-bueno, yo…
Bowser resopló.
—Siempre tienes los mejores tiempos en las prácticas y siempre tienes una de las mejores posiciones en la parrilla, pero en la carrera de verdad… —Bowser se rasca la barbilla, con un gesto de frustración que Luigi no acaba de entender. —Te quedas corto. Todo por querer ayudar a tu hermano en mi contra.
Bueno, en definitiva no estaba esperando una conversación como esa en la primera vez que los dos estaban verdaderamente a solas, Bowser en traje, él en vestido, solos en un jardín que estaba seguro que cualquier otra persona llamaría «romántico». La conversación estaba muy lejos de ser romántica, y encontraba increíble que, al final, se tuviera que hacer mención de su hermano. Por Grambi, si alguien tenía que estar frustrado de manera tan súbita por un argumento venido de la nada, entonces ese debería ser Luigi. Todas esas «mariposas en el estómago» murieron al instante.
—Yo no participo en las carreras para ganar el primer puesto. —Esa respuesta hizo que Bowser arqueara una ceja, girando la cabeza lentamente para mirarlo a los ojos. Luigi se mordió el interior de la mejilla, pero decidió no voltearse, se tragaría toda su pena en ese instante, y miró a Bowser a los ojos también. —El premio realmente no me interesa, yo solo quiero apoyar a Mario…
—¡Ja! —Bowser se inclinó un poco hacia él, con una sonrisa ladeada. —Si no te interesara ganar no te pondrías tan agresivo en plena carrera cuando alguien más te rebasa por meros segundos. No creas que no he…
—¡¿A-agresivo?! —No esperó que esa fuera la palabra para describirlo, ni en sus más imposibles sueños.
—Oh, ¿no te has dado cuenta? —La pregunta tenía un tinte sarcástico en ella, pero quizá la expresión de puro asombro de Luigi hizo que Bowser reconsiderara el tono… No duró mucho. —Vaya «genio corredor».
Y eso se suponía que era un insulto.
—¡No soy agresivo! Solo soy… competitivo.
Bowser se echó a reír a carcajadas, inclinándose hacia atrás. No había nada de lo cual reírse, pero dejó a Bowser ser. Si lo pensaba bien, esta era la única reacción esperable, poco importaba la respuesta que hubiera dado, defensiva o no.
—Como sea, Verdecito. —Le dijo, una vez se había calmado, pero aún con una sonrisa en sus labios. Una sonrisa dirigida al ceño fruncido y los brazos cruzados de Luigi. —No te subestimes. Podrías vencer a tu insoportable hermano si te lo propusieras en serio. No a mí, claro está. Pero a él sí.
Fue el turno de Luigi de resoplar. Bien, si eso es lo que él quería, entonces mordería el descarado anzuelo que le estaba poniendo enfrente. Con discreción. No era como Mario. Sí, compartían lo impulsivo la gran mayoría de veces —¿genética, quizá?—, no compartían lo descuidado ni mucho menos lo ávido para meterse en problemas.
—¿Eso es un reto?
La sonrisa de Bowser se ensanchó. Movió uno de sus brazos de nuevo, con un cambio de velocidad casi imperceptible, y un pequeño tic en el ojo derecho, pues pareció que había querido moverlo hacía al frente, pero terminó con los brazos cruzados, imitando la postura Luigi. La sonrisa no se esfumó.
—Si así lo quieres tomar.
Oh, su yo del día siguiente se arrepentiría tanto de esto. Así que por compasión a sí mismo solo asintió en silencio mientras miraba hacia otro lado. La respuesta del Rey Koopa no se hizo de esperar.
—Bien, pero antes de eso necesitas estar a mí nivel. —Bowser entonces se puso de pie, con una expresión de satisfacción en su rostro. Dio un par de pasos y se plantó frente a Luigi. —Practicarás conmigo días antes de las prácticas oficiales de la carrera que viene. Así que prepárate y prepara tu motocicleta también, Verdecito. Y no traigas a tu fastidioso hermano.
Lo último lo dijo con el ceño fruncido, y un poco de humo salió de sus fosas nasales. Lo supo no porque lo hubiese visto —la figura enorme de Bowser bloqueaba la luz, por completo—, sino porque pudo sentir el distinguible olor y calor en el aire, y en serio estaba tan mal sentirse atraído por algo como eso, ¿no?
Dando media vuelta, Bowser comenzó a caminar en dirección a la salida de los jardines del castillo. Tal parecía que no volvería a la fiesta, lo cual, de hecho, le decepcionó un poco. Lo entendía, pero lo decepcionaba. Tampoco es como si, en el hipotético caso de que se quedase, fueran a hacer algo los dos juntos en la fiesta. Mario no lo permitiría.
—Luces bien. —Bowser se detuvo por un pequeñísimo instante, sin embargo, y miró de reojo a Luigi por encima de su hombro. Retomando su camino, solo dijo: —El vestido te queda.
Y desapareció dando vuelta en una esquina.
—Mamma mia.
Luigi se puso de pie en un salto, dándose cuenta muy tarde que lo que temía que pasara estaba pasando: sus piernas temblaban. Nada que no pudiera controlar. Nada que no le pasara antes. La única diferencia era que no era un temblor de un miedo por los fantasmas. La propuesta —orden, porque no se le dio la oportunidad de rechazar nada— de practicar con Bowser, en privado, antes de la carrera era demasiado. Y sí, Luigi podía tomarlo, ¿pero cuánto demasiado era demasiado?
En el camino a la entrada del castillo que daba al gran salón se encontró a Mario. Antes de que pudiera saludarlo y preguntarle qué tal estaba pasando la noche, Mario se apresuró hacia él, con una cara de preocupación en el rostro, y colocó una mano en su hombro.
—¿Estás bien, Weegee?
—Oh, sí. —Se rascó la nuca, apenado. —Solo necesitaba un poco de aire fresco, así que salí a…
—No, me refiero… —Mario negó con la cabeza y con su mano abierta señaló hacia afuera. La preocupación se tornó en una ligera cara de amargura. —Bowser. ¿Pasó algo?
Oh. Oh, Grambi, Mario los había visto. Sonrió y comenzó a reírse nervioso, negando con ambas manos.
—No, no, ¡no! ¡No pasó nada! —¿Cuánto había visto Mario? ¿Cuánto había escuchado, si es que escuchó algo? Oh, Luigi rezaba que nada, nada en absoluto. —So-solo una charla. Charla amigable, nada más. Nada de qué preocuparte, fratello.
Mario lo miró con los ojos entrecerrados por un par de segundos, antes de asentir y murmurar un «bien, bien», la tensión visible en sus hombros desapareció.
—Perdón, Weegee, ya sabes cómo puede ser…
Luigi solo atinó a reír de nuevo.
No, no lo sabía en realidad, pero quería saberlo. Mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir en sus propios pensamientos.